Milenio

¿Cuál es la onda?

- DIEGO ENRIQUE OSORNO

José Agustín escuchando un disco de los Doors. La botella de whisky, tributo necesario, en el rincón. Sus hijos, los poetas Agustín, Jesús y mi hermano Andrés, sombras risueñas que deambulan por el jardín con luces de bengala y niñas y niños radiantes, revolucion­ados y Ramírez.

Cuautla o algún otro lugar cósmico. I think my spaceship knows which way to go, cantó José Agustín. Bowie también sabía aterrizar en aquellas coordenada­s de cierta navidad en la que fui abducido tras deambular como marciano desterrado.

Margarita, la más literaria energía, pulsión narrativa, boca de Sherezade, platica como Le Guin: La vida es posible solo gracias a la incertidum­bre. No sabemos lo que vendrá. La única pregunta que no nos hacemos, porque ya sabemos la respuesta, es la muerte.

José Agustín ametralló, sin ambages, papapapapá, una anécdota de los Dire Straits (aunque seguía orbitando el disco de los Doors). Creo que reveló claves ocultas de Sultans of the Swing.

Viene aquella noche, esta noche.

Busco otro recuerdo en su Diario de un brigadista, creo que su más reciente libro publicado, aunque fue uno de los primeros que escribió: 16 años deedad,escapadelD­FaVeracruz­yluego de ahí en barco a Cuba, por la redundante causa del amor y la aventura. Todo es anotado con intensidad y pureza.

Paro en un encuentro aéreo-inesperado del aeropuerto de La Habana. “Cuando llegamos, anunciaron la llegada

deo@detective.org.mx I think my spaceship knows which way to go,

cantó José Agustín

de un avión de Mexicana de Aviación. Con suerte veía al piloto; podía ser amigo de papá. Casi me voy de espaldas cuando veo la figura de mi padre bajar del avión con su uniforme negro que tantas veces le cepillaba y con el portafolio negro que yo le cargaba, y con su gorra de capitán que yo me ponía para sentirme muy Saint-Exupéry. Yo estaba conmociona­do y solo alcanzaba a pensar que un milagro había hecho que esa tarde pasáramos por Rancho Boyeros, donde está el aeropuerto. No se sorprendió de verme allí porque había enviado cables a la Casa de las Américas. Febrilment­e agitado lo vi pasar a la aduana y, cuando iba a salir, salté la valla y corrí a abrazarlo. Me presentó a la tripulació­n, me regaló varios jabones pando y me ofreció dólares, pero yo, el solidario,

_ no los acepté. También me recomendó con el embajador y con la familia de Rita. Realmente se portó a la altura. Yo seguía como si flotara, pero el avión ya partía”.

Así de ondeado recordaré a José Agustín.

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