Tú nunca jugaste al futbol
Hay una frase, más que frase un perímetro de seguridad, que la gente del futbol en todo el mundo utiliza a menudo para marcar territorio o cercar el juego como propiedad privada: “tú nunca jugaste al futbol”; suele decirse, para demostrar superioridad o enseñar una patente intelectual sobre este deporte, por cierto, universal.
Jugar al futbol nunca ha sido requisito para hablar de futbol, saber de futbol, escribir de futbol e incluso, dirigir un equipo de futbol.
También es verdad que el futbol explicado desde adentro ofrece una serie de valores, experiencias y sobre todo códigos más allá del juego, que ayudan a verlo, vivirlo e interpretarlo de otra manera; como dice otra vieja y desgastada frase: “lo que se dice en la cancha, se queda en la cancha”.
Pues bien, todos estos cancherismos fueron desmontados hace algunos años por un hombre que no fue futbolista, pero que fue uno de los mejores dirigiendo futbolistas: José Mourinho. Zapato Oxford, traje sastre, corbata de nudo bajo, barba de tres días y gabardina sin abrochar, la facha de Mourinho, peligroso dandi, impuso una moda en los banquillos.
Había surgido un entrenador académico, elegante, seductor, políglota y autodidacta, que no pertenecía a escuela alguna, no arrastraba linaje, no tenía pelos en la lengua, era joven, atractivo y campeón de Europa con el Porto sin haber jugado futbol. Tenía los distintivos del caudillo: una imagen, ningún pasado, un título de acero, reputación y estilo ganador. Seguir a Mourinho se convirtió en delirio mesiánico hasta que esa imagen y discurso se fueron agotando: su último equipo, la Roma, también lo destituyó.
Hubo una época donde la rivalidad entre Mourinho y Guardiola se trataba de elegir al mejor entrenador del mundo, la conclusión es contundente: probablemente Guardiola es el mejor de la historia.
¿Jugar al futbol es determinante para triunfar? No, pero evita resistencias.
Seguir a Mourinho se convirtió en delirio mesiánico hasta que su imagen se fue agotando