Tan sencillo como gobernar bien
La mejor manera de ganar unas elecciones sería, después de todo, ofreciendo buenos resultados. Uno se podría preguntar, entonces, por qué el régimen de doña 4T no dedica sus esfuerzos a reparar, ya en los hechos, las carreteras de este país o a atender asuntos de la más suprema urgencia como la seguridad de los ciudadanos o a ofrecer, ya de veras, buenos servicios de salud.
Imaginen ustedes que el supremo gobierno de Estados Unidos Mexicanos diera un giro de 180 grados y que, en vez de seguir ofreciendo abrazos a los canallas que asesinan y secuestran y extorsionan a nuestros compatriotas, se aplicara en combatirlos de verdad y terminara por alcanzar unos resultados, digamos, como los de Nayib Bukele en la nación salvadoreña. No habría ahí ya más necesidad de recurrir a retóricas ni bravatas ni enfurecidas demagogias sino que la mera realidad de los logros bastaría para conquistar la voluntad de los votantes.
Ocurre, sin embargo, que esa opción, la de corregir el rumbo, no figura en la agenda de los actuales encargados de la cosa pública. En sus cabecitas no aparece la disyuntiva de ponerse a gobernar de manera eficiente ni de satisfacer necesidades reales para reforzar su oferta de cara a las elecciones que tendrán lugar en junio sino que se solazan en la machacona denuncia de sus opositores y siguen rentabilizando el nefario divisionismo proclamado desde la suprema tribuna de la nación.
Por ahí va, y por ahí sigue, la estrategia del oficialismo: no cambian ni modifican nada sino que se emperran en sus acusaciones y denuncias en lugar de plantear una estrategia diferente que pudiera servir para agenciarse las voluntades de quienes no son, en estos momentos, los seguidores del régimen.
Cuenta, el mentado aparato de la 4T, con la aceptación de amplios sectores de la población, según parece. Pero, más allá de las alegres cifras de las encuestas a modo, el gran tema es la gobernabilidad y la capacidad de un sistema de brindar satisfactores a los ciudadanos.
Los datos, más allá de que los seguidores del régimen respondan emocionalmente a las cotidianas proclamas palaciegas, son lo que verdaderamente importa. Pero, qué caray, a millones de mexicanos les sigue embelesando la siniestra magia del discurso populista.
No habría ya más necesidad de recurrir a retóricas ni bravatas