Carlos Olmos en escena
En el mundillo literario y en algunos sectores de la comunidad teatral, un prejuicio culterano tiende a demeritar a los escritores con arrastre popular, cuyo éxito despierta recelos entre las camarillas de literatos marginales condenados a la endogamia. Si el autor aclamado por el público incursiona en géneros tan plebeyos como la telenovela, su descrédito puede ser mayor aún. El dramaturgo Carlos Olmos (1947-2003) no sólo sedujo a los espectadores de sus famosas telenovelas, sino al público teatral exigente y culto, demostrando que la interacción de la cultura popular con las bellas letras no es una cópula contra natura, sino un matrimonio fecundo. Sin embargo, el esnobismo y la pedantería se habían confabulado para relegarlo al olvido. Por fortuna, la Dirección de Teatro de la UNAM contribuye a reparar esta injusticia con el reestreno de El eclipse, que ha vuelto a los escenarios en el Teatro Santa Catarina, montada por una original compañía, Caracola, que acentúa el vuelo poético de la pieza con un lenguaje visual refrescante y lúdico. El fenómeno astronómico aludido en el título les vino de perlas para un experimento como éste. Cuando la obra se estrenó en 1990, el montaje realista de Xavier Rojas daba preeminencia al diálogo sobre la imagen. Los integrantes de Caracola se valen de una rica imaginería ( juegos de luces, mímica manual, recursos del teatro guiñol) que atrapa la mirada del espectador y refuerza el vínculo emocional entre los personajes y el público.
Si el humor negro y la farsa cruel marcaron la tónica de las obras juveniles de Olmos, reunidas en el volumen Tríptico de
juegos, con el tiempo evolucionó hacia un teatro más fiel a las tesituras emocionales complejas, donde la melancolía y la nostalgia de su provincia natal predominan sobre el ánimo provocador. El eclipse pertenece a esa etapa de madurez. Con unas cuantas pinceladas lograba exhibir los íntimos desgarrones, los sueños de gloria o de libertad, las pasiones prohibidas que definen a todos los seres humanos. Protagonizada por los miembros de una faexcepción milia costeña de Chiapas, que sobreviven a duras penas con las magras utilidades de una palapa playera donde venden bebidas a los turistas, El eclipse retrata el momento crítico en que la unidad familiar empieza a cuartearse ante los embates de la modernidad, la trasgresión sexual enfrentada con la vieja moral represora y el poder corruptor del crimen organizado.
Con un certero manejo de los símbolos y las metáforas, Olmos traza un paralelismo entre la desintegración familiar y los misterios de la naturaleza que el hombre se empeña en negar, como si fueran perversas anomalías. La irrupción de lo insólito en el seno de la familia confirma la precariedad de un mundo cuyas leyes nunca pueden excluir la posibilidad de la y el caos. Sobresalen por su extraordinaria vitalidad los personajes femeninos: la abuela Dominga, empeñada en conservar la palapa contra viento y marea, aunque su difunto hijo haya querido vendérsela a los narcos de la región; Mercedes, la madre viuda, una figura de autoridad que ve con horror las inclinaciones homosexuales del hijo; su hermana Elia, embarazada en secreto de un pastor evangélico gringo que la sedujo y la abandonó, y la encantadora quinceañera Indira, cuyo pícaro humor aporta los mejores momentos cómicos de la obra. Pocos dramaturgos mexicanos han retratado las motivaciones profundas de la mujer con esa capacidad de empatía. En materia de travestismo psicológico, el teatro de Olmos no le pide nada al de Tennessee Williams.
Para mi gusto, el prólogo añadido a la obra por la adaptadora Jimena Eme Vázquez sale sobrando. El comienzo de cualquier pieza marca una tónica, y esta intromisión superflua hace cortocircuito con la gradual intensidad dramática buscada por el autor. El otro lunar del montaje es el flagrante miscast del actor que interpreta a Gerardo, el hijo gay con vocación de poeta. Para ese papel hacía falta un actor con más atractivo físico. ¿Habrá escasez de galanes en el teatro mexicano? Si la compañía Caracola hace “teatro de imágenes", detalles como éste deberían importarle.
Al parecer está resurgiendo el interés por el teatro de Olmos, pues el año pasado se estrenó en el Palacio de Bellas Artes una versión cinematográfica de El eclipse, dirigida por Julián Robles, con el título Estoy todo
lo iguana que se puede. Ojalá que los directores de cine y teatro no quieran encasillar a Olmos como autor de una sola obra digna de perdurar. Igual o mayor difusión se merecen piezas como Juegos fatuos, Juegos profanos, Lenguas muertas, El presente
perfecto, La rosa de oro y El dandy del hotel Savoy, que los espectadores jóvenes no conocen. Las instituciones culturales o los productores privados que las lleven a escena enriquecerían la oferta teatral.