De artistas y etiquetas
A hora que las notas necrológicas por José Agustín rescataban la reticencia del novelista a ser etiquetado en la Literatura de la Onda recordé algunos casos en los que la falta de una clasificación correcta dio origen a obras con puntos discutibles. No es el acapulqueño un caso aislado, por cierto, ni las letras el campo exclusivo de quienes se resisten a una casilla. Otro es el músico Bon Jovi, por ejemplo.
Sin embargo, para los lectores, los melómanos y todo aficionado o historiador o crítico de arte la clasificación es una bendición y permite definir con certeza los objetos de estudio. El gran Tzvetan Todorov cuenta en Introducción a la literatura fantástica (Editions du Seuil, 1970) que el género, o la especie, es un concepto tomado de las ciencias naturales, que etiquetan y clasifican como base fundamental de su investigación.
Sobre qué sí es heavy metal y qué no existe hasta un par de libros, por lo menos, pero la herramienta del etiquetado se expande a múltiples disciplinas. Émile Zola no permitía que los críticos de su obra la dejaran apenas en realista, corriente literaria, porque él estaba seguro de que lo suyo era naturalismo, movimiento literario, menospreciado por François
Mauriac y endiosado por Federico Gamboa.
Carlos Monsiváis, como nos hacía notar el profesor Gustavo García en la UNAM, se hizo bolas con su compilación de crónicas A ustedes les consta, porque una errada selección de piezas lo llevó a incluir hasta cuadros costumbristas de finales del siglo XIX, piezas pertenecientes a otra categoría narrativa. ¿Qué tal el Salón de la Fama del Rock de Estados Unidos, entronizando a Madonna, la Reina del Pop?
En el siglo XX había modo de ubicar a un escritor en alguna corriente o en la pertenencia de algún grupo o tendencia, sobre todo en la primera mitad, porque hubo una explosión de vanguardias y algunos exponentes hasta publicaban manifiestos, como los surrealistas, aunque después Dalí se haya agandallado esa medallita. Por eso creo que la clasificación es indispensable: bueno, hasta para vender las obras de los detractores.
En el siglo XX había modo de ubicar a un escritor en alguna corriente o en la pertenencia de algún grupo o tendenc ia