Milenio

De artistas y etiquetas

- ALFREDO CAMPOS VILLEDA @acvilleda

A hora que las notas necrológic­as por José Agustín rescataban la reticencia del novelista a ser etiquetado en la Literatura de la Onda recordé algunos casos en los que la falta de una clasificac­ión correcta dio origen a obras con puntos discutible­s. No es el acapulqueñ­o un caso aislado, por cierto, ni las letras el campo exclusivo de quienes se resisten a una casilla. Otro es el músico Bon Jovi, por ejemplo.

Sin embargo, para los lectores, los melómanos y todo aficionado o historiado­r o crítico de arte la clasificac­ión es una bendición y permite definir con certeza los objetos de estudio. El gran Tzvetan Todorov cuenta en Introducci­ón a la literatura fantástica (Editions du Seuil, 1970) que el género, o la especie, es un concepto tomado de las ciencias naturales, que etiquetan y clasifican como base fundamenta­l de su investigac­ión.

Sobre qué sí es heavy metal y qué no existe hasta un par de libros, por lo menos, pero la herramient­a del etiquetado se expande a múltiples disciplina­s. Émile Zola no permitía que los críticos de su obra la dejaran apenas en realista, corriente literaria, porque él estaba seguro de que lo suyo era naturalism­o, movimiento literario, menospreci­ado por François

Mauriac y endiosado por Federico Gamboa.

Carlos Monsiváis, como nos hacía notar el profesor Gustavo García en la UNAM, se hizo bolas con su compilació­n de crónicas A ustedes les consta, porque una errada selección de piezas lo llevó a incluir hasta cuadros costumbris­tas de finales del siglo XIX, piezas pertenecie­ntes a otra categoría narrativa. ¿Qué tal el Salón de la Fama del Rock de Estados Unidos, entronizan­do a Madonna, la Reina del Pop?

En el siglo XX había modo de ubicar a un escritor en alguna corriente o en la pertenenci­a de algún grupo o tendencia, sobre todo en la primera mitad, porque hubo una explosión de vanguardia­s y algunos exponentes hasta publicaban manifiesto­s, como los surrealist­as, aunque después Dalí se haya agandallad­o esa medallita. Por eso creo que la clasificac­ión es indispensa­ble: bueno, hasta para vender las obras de los detractore­s.

En el siglo XX había modo de ubicar a un escritor en alguna corriente o en la pertenenci­a de algún grupo o tendenc ia

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