Milenio

La magia del líder Zelenski se congela en el frente de Zaporiyia

Militares y políticos cuestionan las informacio­nes «triunfalis­tas» que dicen promueve el presidente ucraniano «Si no recibimos más ayuda de Occidente, vamos a morir todos», asegura un comandante

- JAVIER ESPINOSA

El camino hasta la posición que defiende Ivan se tiene que hacer antes de que amanezca. Ocultos por la oscuridad. El capitán Mikhailo, alias Saigón –su apodo militar– lidera el sexteto que marcha por la senda cubierta de nieve. Un singular personaje que porta una coleta al estilo cosaco, un zarcillo con el escudo ucraniano en la oreja izquierda y un cuchillo en el pecho, acoplado al chaleco antibalas.

«Hacemos lo que yo diga. Si me paro, nos paramos, si corro, corremos. Dejamos un espacio de 10 metros entre cada uno. Si se escucha un dron, paramos y nos tiramos al suelo», explica antes de iniciar la caminata de seis kilómetros. Los vehículos no pueden acceder hasta el final de la ruta. Serían una presa fácil de la artillería y los misiles antitanque del ejército ruso.

Los laterales del camino son testigos de los que lo intentaron sin conseguirl­o. Incluido el Bradley estadounid­ense del que sólo queda visible una torreta despanzurr­ada y una amalgama de las cadenas que usaba. A su alrededor se acumulan las carcasas calcinadas de otros vehículos blindados. Todo un símbolo del ingente coste que tuvo el avance del año pasado en este sector de Zaporiyia.

«Yo perdí al 30% de mi compañía», indica Mikhailo. El recorrido transita entre despojos metálicos calcinados de toda suerte. Una de las explosione­s reventó una camioneta que llevaba minas antitanque hasta las líneas ucranianas. Atrás ha quedado un cohete Grad que no explotó. Incrustado en la tierra.

Son poco más de las cinco de la mañana y la noche se ilumina de forma intermiten­te por los disparos de balas trazadoras. Las explosione­s sacuden las inmediacio­nes. La acción de la artillería de ambos ejércitos provoca súbitos destellos de luz acompañado­s del silbido de los obuses, que transitan en direccione­s opuestas. A muy poca distancia se divisa la aldea de Robtyne. Fue capturada por el ejército ucraniano en agosto. El enclave de menos de 500 habitantes fue el principal «logro» de la contraofen­siva ucraniana.

El relevo de las posiciones de primera línea se realiza a esta hora. La columna de Saigón se cruza con otros uniformado­s que regresan en dirección a Orijiv. Nadie dice nada. Las figuras humanas caminan encogidas dentro de sus chaquetone­s. El termómetro marca casi 15 grados bajo cero.

El desplazami­ento se complica aún más en cuanto comienza a clarear. Las fuerzas rusas acaban de iniciar un asalto contra una de las posiciones más expuestas de la Brigada 65. El repiqueteo de las ametrallad­oras se escucha a poco menos de un kilómetro. El grupo que comanda Saigón se dirigía a esa misma localizaci­ón.

Mikhailo casi no tiene tiempo de alzar el puño. Es la señal acordada para detenerse ante la cercanía de los temidos drones. La primera explosión obliga a todo el grupo a hincar la rodilla en tierra y guarecerse entre los restos de bosque. Después se escucha una segunda. Y una tercera. La orden es permanecer inmóviles pese a los estampidos.

«¡Son drones kamikazes!», clama el militar. Al cabo de unos minutos el capitán intercambi­a una palabras por radio y anuncia un cambio de dirección. La trinchera se encuentra en medio de una violenta refriega y resulta imposible llegar hasta ella.

El recorrido continúa por la estepa congelada, salpicada de troncos de árboles sin hojas. Hasta el verano pasado aquí se escondían las fuerzas leales a Vladimir Putin. La arremetida ucraniana les arrebató la sucesión de trincheras y parapetos excavados en la tierra que se camuflan entre la maleza.

Todavía hay uniformes rusos colgados de las ramas.

Mikhailo señala al suelo, hacia un cúmulo de nieve donde se adivina un casco y un contorno cubierto de hielo. «Es el cadáver de un soldado ruso. Hay muchos por aquí, enterrados por la nieve», declara. Resulta imposible acercarse. Los visitantes no pueden apartarse de la angosta trocha marcada con lazos blancos atados a los brotes de la vegetación. Es la única senda que no está minada.

El búnker que vigila Ivan sólo se descubre al acercarse a pocos metros. Es uno de los cuatro soldados que defienden este sector, enterrados literalmen­te en la tierra. Las posiciones enemigas están a 300 metros, puntualiza. Es lo que llaman «línea cero» en el argot militar.

Su jefe, el capitán Saigón, forma parte de los «veteranos» del ejército ucraniano. Es un cyborg. Uno de los militares que resistiero­n durante 242 días en la mítica batalla del aeropuerto de Do

 ?? ALBERT LORES ?? El capitán del ejército ucraniano Mikhailo vuelve de las trincheras hasta la línea del frente en la región de Zaporiyia.
ALBERT LORES El capitán del ejército ucraniano Mikhailo vuelve de las trincheras hasta la línea del frente en la región de Zaporiyia.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico