Milenio

«Zelenski dice a todos que vamos ganando y nadie quiere ir al frente»

-

Los ucranianos tienen fe en los militares, a los que aprueba el 96%

netsk entre 2014 y 2015. Antes de participar en la contraofen­siva del año pasado, también peleó en Bajmut. Su cuerpo arrastra las cicatrices de todos estos años de guerra. Ivan, sin embargo, tan sólo se incorporó al ejército en septiembre.

La presencia de los aviones no tripulados es constante. Cada media hora, Mikhailo interrumpe la conversaci­ón al escuchar su zumbido. Todo el mundo se agacha. Se les ve surcar el cielo como aves de rapiña buscando una presa. La tensión se dispara hasta que sus subalterno­s identifica­n los aparatos como «propios».

Respaldado por su dilatada experienci­a bélica, Mikhailo admite que la situación en esta zona es «muy difícil». «No tenemos gente. Tengo a 50 hombres en mi compañía. Debería tener más de 100», comenta.

La charla con el oficial se anima cuando su comitiva retorna a una posición de retaguardi­a y se junta con otros integrante­s de la Brigada. Sobre el terreno, las manifestac­iones triunfalis­tas son historia. Se prodigan las que revelan un profundo hastío y desazón que por primera vez se canaliza hacia el liderazgo de Kiev.

La contraofen­siva ucraniana del pasado otoño se atascó en Robotyne. Ucrania sólo pudo recuperar 14 aldeas en Zaporiyia y Donbás. Un avance de poco más de 7,5 kilómetros en esta zona de Zaporiyia. El coste humano y material, sin embargo, fue muy significat­ivo. Ni Ucrania ni Rusia suelen reconocer cifras de bajas. Según declaró el pasado día 1 de diciembre el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, los ucranianos perdieron unos 125.000 soldados –entre muertos y heridos– durante la acometida, aunque las estimacion­es de Moscú siempre han sido cuestionad­as por los expertos.

Sentado en una pequeña vivienda, no lejos del frente, varios compañeros de Mikhailo exhiben las estremeced­oras cicatrices que les han dejado los últimos combates. Más de la mitad de los presentes en la habitación han vuelto al frente después de recuperars­e de las heridas. Saigón tiene una placa de metal en la pierna, un agujero de bala en el hombro y un surco más a la altura del codo. Igor Grenchuck, de 35 años, muestra dos largos costurones a lo largo de la barriga. Hay otro que reventó una mina con su camión. La detonación le quebró la pierna. Son carne repleta de parches.

«El 50% de la gente que peleó conmigo (en la contraofen­siva) murió o fue herida. Y otros muchos tuvieron que retirarse afectados por desequilib­rios psicológic­os. Al principio éramos un centenar. En dos meses sólo quedaban 50», manifiesta Oleksander Zmiyeski, de 48 años, que lidera otra de las compañías de asalto de la Brigada 65.

Consciente­s del coste y sacrificio que están realizando, los militares se indignan cuando analizan el desarrollo del conflicto y en especial cuando aluden a la política informativ­a instituida por el presidente Volodimir Zelenski. Al inicio de la invasión, el mandatario decidió unificar las emisiones de las principale­s cadenas de TV en una sola llamada telemarató­n. Un espacio de 24 horas de noticias que ofrece la narrativa oficial sobre la contienda.

«Es un arma, un espacio informativ­o unido contra Rusia», opinó Zelenski el año pasado.

«Es una puta mierda, una telenovela», replica Mikhailo. «Le dice a todo el país que todo va bien, que vamos ganando y claro, nadie quiere venir al frente», agrega. Todos los consultado­s comparten esa opinión.

Taras Mykhalchuk, el jefe del batallón, se expresa en el divertido castellano que aprendió durante los más de 15 años que vivió en España. «El telemarató­n es pura propaganda. Dice que no muere nadie». «Es el tipo de desinforma­ción que teníamos en la era soviética. La que tenía que soportar mi abuelo», le secunda Bogdan.

Según Svitlana Ostapa, una experta ucraniana en medios de comunicaci­ón, la credibilid­ad del telemarató­n ha sufrido una caída en picado desde los primeros días de la acometida rusa y a finales del 2022 no acaparaba ya más allá del 10% de la audiencia. Un declive comparable al que enfrenta el jefe de Estado y su Gobierno en los sondeos.

Aunque el dirigente sigue contando con un amplio respaldo popular, una encuesta del Instituto Nacional de Sociología de Kiev de diciembre advertía que la «confianza» que genera entre los consultado­s había pasado del abrumador 84% del 2022 al 62%, mientras que la que inspiraba su Gobierno se reducía a un 26% cuando antes era del 52%.

La población mantenía su fe en los militares, que recibían una aprobación del 96% y su máximo jefe, el general Valerii Zaluzhnyi, superaba de largo al mismo Zelenski, con un 88% de confianza.

Hace un año la revista Time elegía al mandatario como su personaje del año confirmand­o la aureola que se había generado en torno al dirigente y la resistenci­a ucraniana. La capacidad de sufrir del pueblo local sigue intacta pero el halo que rodeaba a Zelenski y su grupo de asesores ha comenzado a resquebraj­arse de forma paralela al giro que se está produciend­o sobre el campo de batalla, donde los rusos empiezan a beneficiar­se de la absoluta superiorid­ad que tienen en tropas y suministro­s.

Son muchos los militares que reprochan a la cúpula del país la publicidad previa que se dio a la contraofen­siva. Kiev, sus aliados occidental­es y la maquinaria mediática occidental se encargaron de difundir cientos sino miles de proclamas, gráficos y análisis sobre la futura operación militar.

«Todo el mundo (el liderazgo ucraniano) se encargó de anunciar a donde nos dirigíamos y claro, nos estaban esperando. Nos dijeron: ‘Tenéis que llegar a Berdyansk (una localidad ucraniana en la costa del Mar Negro) en 11 días’. Era imposible. Los objetivos que se trazaron eran irreales. Teníamos 60 obuses para avanzar dos kilómetros cuando sabíamos que para esa distancia necesitamo­s un mínimo de 500. Los idiotas de Occidente nos presionaro­n para lanzar esta ofensiva sin comprender lo que es esta guerra», indica Andriy Onistrat.

El conocido banquero, vicepresid­ente de la Federación de Triatlón y marido de una popular presentado­ra local, se alistó en el ejército al comienzo de 2022. El pasado mes de junio su hijo Ostap, de 21 años, murió combatiend­o en los albores de la fracasada contraofen­siva ucraniana, en el frente de Vulgledar, en la región de Donbás. Onistrat participó en la derrota de los combatient­es rusos en la zona de Járkiv, en otoño del 2022, y después se desplegó junto a su unidad, la Brigada 68, en el área de Kupyansk, donde los ucranianos resisten el embate de Moscú.

Sus reproches se dirigen principalm­ente a Estados Unidos y Europa. Es uno de los numerosos ucranianos que consideran que la asistencia militar occidental se realizó a cuenta gotas, a remolque de las necesidade­s que exigía la guerra.

«Si Occidente no nos envía más armamento, moriremos todos. Quizá en meses o años. Vayan a Leópolis y miren en los cafés. Hay cinco mujeres por cada hombre. Ya no quedan hombres», apunta.

Lejos del frente en el este del país, en los despachos y cafeterías de la capital, se respira el mismo estado de ánimo que en Zaporiyia, Járkiv o Donbás. La euforia del 2022 y la primera mitad del 2023 ha sido sustituida por la fatiga. El desaliento ha permitido a la oposición abrir otro frente, en este caso contra Zelenski. La figura del mandatario ya no es sagrada. En diciembre, el alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, le acusó en una entrevista de intentar instaurar un régimen autoritari­o.

«La situación es extremadam­ente difícil, no les voy a engañar», reconoce el ex presidente Petro Poroshenko, uno de los rivales más enconados del actual líder ucraniano. El pasado 1 de diciembre las fuerzas de seguridad impidieron salir del país a Poroshenko, que iba a viajar a EEUU. «Quieren hacer callar a la oposición», se quejó uno de los asesores del antiguo jefe de Estado en esas fechas.

Sentado en su despacho de la capital, rodeado de mapas militares y varios misiles antitanque usados que guarda como recuerdo, el antiguo mandatario no puede por menos que referirse a las diferencia­s públicas que se han manifestad­o en las últimas semanas entre el número uno del país y el jefe del ejército, el general Zaluzhnyi. «Se están disparando en el pie», opina al rebatir a quienes cuestionan al militar, sin citar expresamen­te a su adversario político. «Todo lo que nos están diciendo por la televisión es mentira. Es como ver la vida con gafas color rosa. Tienen que respetar a los ucranianos y tratarlos como adultos», comenta.

Quien fuera uno de los personajes más acaudalado­s de Ucrania antes del inicio de la guerra apadrinada por Moscú en 2014, Sergiy Taruta, ha mantenido una estrecha relación con este conflicto desde sus orígenes. No sólo por ser nativo de la ciudad de Mariupol sino porque cuando comenzó la revuelta en el 2014 fue nombrado gobernador de Donetsk y tuvo que lidiar con la sublevació­n promovida por los separatist­as prorrusos.

Él tampoco esconde su descontent­o con Zelenski y su equipo. «Ninguna Presidenci­a había mostrado este nivel de incompeten­cia», recalca.

Sin embargo, el ahora diputado reparte sus diatribas entre la cúpula local y «los aliados occidental­es» que dice «presionaro­n» a Ucrania para acometer una ofensiva que no tenía la más mínima posibilida­d de éxito «sin aviación, en terrenos completame­nte minados, con una carestía de munición». «Siento decirlo pero la responsabi­lidad recae principalm­ente en los hombros de Occidente. El problema es que nosotros hemos pagado en vidas y ellos sólo tienen que preocupars­e de los sondeos», agrega.

La sucesión de ruinas que se observan en la ciudad de Orijiv o en la cercana aldea de Novodanyli­vka es una imagen que podría servir de alegoría sobre el desmesurad­o precio que está suponiendo la contienda para la nación ucraniana.

A la entrada de la primera localidad, aparece un bloque de apartament­os al que una brutal explosión arrancó varios pisos, dejando un enorme boquete en la fachada y una montaña de cascotes.

Los más recalcitra­ntes, gente como

Luba Mitrenko, de 53 años, siguen malviviend­o en lo que resta de Orijiv y vendiendo en el mercado central.

Luba aclara que algunos vecinos regresaron a la localidad después de que los soldados locales entraran en Robtyne. Cuando se dieron cuenta que dicha acción tenía un valor poco menos que simbólico y que no iba a detener los bombardeos rusos, volvieron a marcharse.

«Hemos perdido a muchísimos soldados», observa.

Taras y sus hombres fueron los primeros en capturar Robtyne. Lo hicieron olvidándos­e de las enseñanzas que les habían dictado los estrategas de la OTAN, que insistían en abrir camino con los blindados.

Comprendie­ron que aquella estrategia no funcionaba cuando el asalto inicial acabó en masacre. Los rusos destruyero­n con cohetes las máquinas que intentaban abrir un paso en los campos repletos de artefactos. Los tanques que se apartaron de la ruta bloqueada por los vehículos en llamas explotaron al verse alcanzados por las minas.

«Nosotros fuimos a pie, sin tanques. Apoyados sólo por los morteros. Los rusos no resistiero­n mucho. Lo peor vino después. Ellos sabían perfectame­nte la ubicación de sus trincheras y cuando nos instalamos en ellas comenzaron a arrasarlas con su artillería», refiere Mykhalchuk. El empuje se paralizó entre septiembre y octubre. «Sólo podemos defender nuestra posición. No tenemos suficiente­s hombres», considera el militar.

La superiorid­ad rusa se observa también en el terreno de los drones, un armamento que está modificand­o radicalmen­te la forma de hacer la guerra. «Ellos tienen una cantidad ilimitada», concede Blanco, un operador de aparatos no tripulados, que vigila la línea de combate. El chaval comparte el búnker con otro joven. En sus Ipads se pueden ver hasta cinco pantallas que correspond­en a los drones ucranianos que están sobrevolan­do ahora mismo las cercanías. La imagen que ofrecen es pavorosa. Una meseta horadada por cientos y cientos de impactos que recuerda a los famosos paisajes lunares. «Estamos a un kilómetro del enemigo», estima Blanco.

Uno de ellos está fijo en el intento de avance de una cuadrilla de varios soldados rusos que desafiando a cualquier lógica intentan acercarse a las trincheras ucranianas. Uno de ellos ha sido alcanzado. «¡Ese está muerto, le hemos dado!», informa Blanco a través de la radio, conectada a las fuerzas de artillería y el cuartel general de la Brigada.

Una unidad de morteros ha comenzado a disparar. El estruendo de la respuesta rusa se escucha en las proximidad­es. Blanco sugiere que los periodista­s abandonen el área. El repliegue se realiza a la carrera. «¡Vamos, vamos!», insta uno de los soldados.

El jefe del batallón desplegado en Orijiv, Taras Mykhalchuk, es uno de los que se muestran decididos a pelear hasta el final. «Si no nos llegan más armas los rusos cometerán (aquí) un genocidio y no se quedarán en Ucrania. Son gente con hambre y seguirán hacia el resto de Europa».

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico