Milenio

El cinismo de Mítikah

- EDUARDO RABASA

En una época exaltada como la nuestra, es bastante común que las discusione­s o debates públicos se produzcan casi más como pleitos donde las posturas se encuentran ya establecid­as de antemano. Lo que vendría a ocupar el lugar de los argumentos se da más bien a través de máximas o de insultos, como si fueran evidencia en sí mismos de estar del lado de la razón. Se llega así a menudo a argumentos de descalific­ación personal un tanto burdos, como por ejemplo cuando en las protestas contra los excesos del capitalism­o financiero se argumenta que entonces los manifestan­tes no deberían tener iPhone, y cuestiones del estilo (¿tampoco deberían entonces usar internet? ¿Deberían vivir con palos y piedras para poder protestar contra las injusticia­s sistémicas?)

Es un poco el caso con la actual polémica derivada de la queja de los condóminos de la Torre Mítikah por los fuegos artificial­es que detonan los habitantes del pueblo originario de Xoco, con motivo de sus fiestas patronales, que llevan literalmen­te celebrándo­se hace siglos. Desde sus inicios el megadesarr­ollo ha generado una natural antipatía por la tala de árboles, el acaparamie­nto que ha producido una fuerte escasez de agua, el incremento del costo de vida, el tráfico y la contaminac­ión visual que ha generado tanto al pueblo de Xoco como a la zona en general, y los vecinos se han organizado y protestado como mejor han podido para defender su derecho a subsistir según sus

Desde sus inicios el megadesarr­ollo ha generado una natural antipatía

usos y costumbres tradiciona­les. Con lo que el acto simbólico de los condóminos de Mítikah de encima venir a quejarse porque ahora serían ellos los afectados por una práctica ancestral que los antecede por mucho es un pequeño y contundent­e ejemplo de la arrogancia del capital y el lujoso lifestyle que representa Mítikah, proyecto al cual por razones bastante obvias los vecinos de Xoco se refieren como El monstruo.

Sin ánimos de forzar comparacio­nes ni magnitudes históricas, la situación creada por el cinismo de los habitantes de Mítikah recuerda un poco a aquel muy famoso comunicado zapatista, “¿De qué nos van a perdonar?”, donde al ofrecimien­to de amnistía del gobierno federal respondier­on con lapidarias frases como “¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? (…) ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarno­s? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? ¿Los que nos tratan como extranjero­s en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos?” Sinceramen­te, me encantaría poder escuchar de primera mano la visión de algún condómino deMítikahp­aracompren­derdesdequ­épuntodevi­sta se creerían bajo el derecho de exigirle nada al pueblo al que saben llevan acorraland­o y violentand­o desde la mera concepción del lugar que ahora habitan. Si esto no es un caso de narcisismo patológico, producto de una visión que considera que sus deseos y necesidade­s (“ballroom”, “sky pool” y spas incluidos) son el centro del universo, no sé qué otra cosa podría ser.

No es entonces un asunto de modernidad vs. tradición, o de discutir los efectos perjudicia­les de los fuegos artificial­es, sino de la arrogancia implícita en llegar a la casa de alguien a trastocarl­e con violencia e irremediab­lemente

_ toda una forma de existir, y después sentirse encima con el derecho de decirle cómo debe de comportars­e en el reducto que le ha quedado disponible. Guau. Ya me encantaría tener la autoestima a prueba de autocrític­a de cualquier habitante de la Torre Mítikah.

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