El cinismo de Mítikah
En una época exaltada como la nuestra, es bastante común que las discusiones o debates públicos se produzcan casi más como pleitos donde las posturas se encuentran ya establecidas de antemano. Lo que vendría a ocupar el lugar de los argumentos se da más bien a través de máximas o de insultos, como si fueran evidencia en sí mismos de estar del lado de la razón. Se llega así a menudo a argumentos de descalificación personal un tanto burdos, como por ejemplo cuando en las protestas contra los excesos del capitalismo financiero se argumenta que entonces los manifestantes no deberían tener iPhone, y cuestiones del estilo (¿tampoco deberían entonces usar internet? ¿Deberían vivir con palos y piedras para poder protestar contra las injusticias sistémicas?)
Es un poco el caso con la actual polémica derivada de la queja de los condóminos de la Torre Mítikah por los fuegos artificiales que detonan los habitantes del pueblo originario de Xoco, con motivo de sus fiestas patronales, que llevan literalmente celebrándose hace siglos. Desde sus inicios el megadesarrollo ha generado una natural antipatía por la tala de árboles, el acaparamiento que ha producido una fuerte escasez de agua, el incremento del costo de vida, el tráfico y la contaminación visual que ha generado tanto al pueblo de Xoco como a la zona en general, y los vecinos se han organizado y protestado como mejor han podido para defender su derecho a subsistir según sus
Desde sus inicios el megadesarrollo ha generado una natural antipatía
usos y costumbres tradicionales. Con lo que el acto simbólico de los condóminos de Mítikah de encima venir a quejarse porque ahora serían ellos los afectados por una práctica ancestral que los antecede por mucho es un pequeño y contundente ejemplo de la arrogancia del capital y el lujoso lifestyle que representa Mítikah, proyecto al cual por razones bastante obvias los vecinos de Xoco se refieren como El monstruo.
Sin ánimos de forzar comparaciones ni magnitudes históricas, la situación creada por el cinismo de los habitantes de Mítikah recuerda un poco a aquel muy famoso comunicado zapatista, “¿De qué nos van a perdonar?”, donde al ofrecimiento de amnistía del gobierno federal respondieron con lapidarias frases como “¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? (…) ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? ¿Los que nos tratan como extranjeros en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos?” Sinceramente, me encantaría poder escuchar de primera mano la visión de algún condómino deMítikahparacomprenderdesdequépuntodevista se creerían bajo el derecho de exigirle nada al pueblo al que saben llevan acorralando y violentando desde la mera concepción del lugar que ahora habitan. Si esto no es un caso de narcisismo patológico, producto de una visión que considera que sus deseos y necesidades (“ballroom”, “sky pool” y spas incluidos) son el centro del universo, no sé qué otra cosa podría ser.
No es entonces un asunto de modernidad vs. tradición, o de discutir los efectos perjudiciales de los fuegos artificiales, sino de la arrogancia implícita en llegar a la casa de alguien a trastocarle con violencia e irremediablemente
_ toda una forma de existir, y después sentirse encima con el derecho de decirle cómo debe de comportarse en el reducto que le ha quedado disponible. Guau. Ya me encantaría tener la autoestima a prueba de autocrítica de cualquier habitante de la Torre Mítikah.