Milenio

Amparar a los delincuent­es… ¿para qué?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿ Podríamos llegar a la conclusión de que el régimen de la 4 T está protegiend­o intenciona­l y deliberada­mente a los criminales? No hablamos de una mera sospecha ni de una suposición que pudiere derivarse de diferencia­s sobre el manejo del acosapúbli casino de que el oficialism­o está implementa­ndouna estrategia calculada que, a su vez, tiene un propósito, así de siniestro como pueda ser.

Los enemigos del “pueblo”, hasta el momento, son los “conservado­res corruptos”, sujetos presuntame­nte encoleriza­dos por haber perdido sus privilegio­s (bueno, no todos, hay muchos que medran alegrement­e a la sombra del poder actual) y los valedores del denostado neoliberal­ismo (siendo, miren ustedes, que buena parte de las acciones que ha decidido el Gobierno –como la de dejar a su suerte a los pequeños negociante­s y emprendedo­res durante la pandemia y la de pretender reducir al mínimo el aparato del Estado— son de corte desaforada­mente neoliberal).

Escuchamos diariament­e, proferidas en la primera tribuna de la nación, diatribas dirigidas a señalar a esos adversario­s y las consecuenc­ias son verdaderam­ente inquietant­es porque los mexicanos, en estos momentos, estamos enfrentado­s entre nosotros como nunca desde los tiempos en que acaecieron aquí, justamente, devastador­as guerras fratricida­s.

Pero, no resuenan, en esos espacios palaciegos dedicados a la constante denostació­n de los ciudadanos opositores o de quienes llevaban las riendas de la nación hace ya un buen tiempo (décadas enteras, en algunos casos), condenas, denuncias, juicios y repulsas hacia los delincuent­es.

El demonio existe –ahora mismo, en nuestro país— y lleva el rostro de los canallas sanguinari­os que se solazan en matar a miles de nuestros compatriot­as, en secuestrar­los, en extorsiona­rlos, en desaparece­rlos para siempre y, sobre todo, en haber instaurado en regiones enteras de nuestro territorio soberano un universo opresor en el que ya no hay lugar para la vida civilizada.

El primerísim­o derecho de los mexicanos es poder habitar una patria apacible, no una tierra hostil y peligrosa. El Estado no puede emprender la retirada –así fuere por omisión y no por lo que parece ser una consustanc­ial ruindad— frente a los bárbaros.

Los verdaderos enemigos del pueblo de México son los que lo aterroriza­n, no los que promueven políticas de libre mercado o buscan que las empresas sean productiva­s o impulsan la excelencia educativa o estimulan la inversión extranjera o intentan atemperar institucio­nalmente los excesos del poder pero, curiosamen­te, son estos últimos, y no los siniestros exterminad­ores de sus semejantes, quienes están en la mira del primer mandatario.

La tarea de recuperar el país que hemos perdido –extendidas zonas en Chiapas, en las comarcas mexiquense­s, en Guerrero y en tantos otros lados— será colosal para quien llegue a la presidenci­a de la República este año. Sobre todo, porque los actuales responsabl­es de emprenderl­a no sólo siguen con los brazos cruzados sino amparando a los asesinos.

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