Amparar a los delincuentes… ¿para qué?
¿ Podríamos llegar a la conclusión de que el régimen de la 4 T está protegiendo intencional y deliberadamente a los criminales? No hablamos de una mera sospecha ni de una suposición que pudiere derivarse de diferencias sobre el manejo del acosapúbli casino de que el oficialismo está implementandouna estrategia calculada que, a su vez, tiene un propósito, así de siniestro como pueda ser.
Los enemigos del “pueblo”, hasta el momento, son los “conservadores corruptos”, sujetos presuntamente encolerizados por haber perdido sus privilegios (bueno, no todos, hay muchos que medran alegremente a la sombra del poder actual) y los valedores del denostado neoliberalismo (siendo, miren ustedes, que buena parte de las acciones que ha decidido el Gobierno –como la de dejar a su suerte a los pequeños negociantes y emprendedores durante la pandemia y la de pretender reducir al mínimo el aparato del Estado— son de corte desaforadamente neoliberal).
Escuchamos diariamente, proferidas en la primera tribuna de la nación, diatribas dirigidas a señalar a esos adversarios y las consecuencias son verdaderamente inquietantes porque los mexicanos, en estos momentos, estamos enfrentados entre nosotros como nunca desde los tiempos en que acaecieron aquí, justamente, devastadoras guerras fratricidas.
Pero, no resuenan, en esos espacios palaciegos dedicados a la constante denostación de los ciudadanos opositores o de quienes llevaban las riendas de la nación hace ya un buen tiempo (décadas enteras, en algunos casos), condenas, denuncias, juicios y repulsas hacia los delincuentes.
El demonio existe –ahora mismo, en nuestro país— y lleva el rostro de los canallas sanguinarios que se solazan en matar a miles de nuestros compatriotas, en secuestrarlos, en extorsionarlos, en desaparecerlos para siempre y, sobre todo, en haber instaurado en regiones enteras de nuestro territorio soberano un universo opresor en el que ya no hay lugar para la vida civilizada.
El primerísimo derecho de los mexicanos es poder habitar una patria apacible, no una tierra hostil y peligrosa. El Estado no puede emprender la retirada –así fuere por omisión y no por lo que parece ser una consustancial ruindad— frente a los bárbaros.
Los verdaderos enemigos del pueblo de México son los que lo aterrorizan, no los que promueven políticas de libre mercado o buscan que las empresas sean productivas o impulsan la excelencia educativa o estimulan la inversión extranjera o intentan atemperar institucionalmente los excesos del poder pero, curiosamente, son estos últimos, y no los siniestros exterminadores de sus semejantes, quienes están en la mira del primer mandatario.
La tarea de recuperar el país que hemos perdido –extendidas zonas en Chiapas, en las comarcas mexiquenses, en Guerrero y en tantos otros lados— será colosal para quien llegue a la presidencia de la República este año. Sobre todo, porque los actuales responsables de emprenderla no sólo siguen con los brazos cruzados sino amparando a los asesinos.