La derrota en la guerra que la 4T se niega a reconocer
El Gobierno no lo quiere ver o, mejor dicho, no lo quiere admitir, pero este país está en guerra. En una tercera parte del territorio nacional quienes mandan son los delincuentes: cobran derechos a los productores, extorsionan a los comerciantes, se apropian de los contratos de obra pública, imponen cuotas que terminan por distorsionar los precios en el mercado, secuestran, matan, torturan…
Es una ocupación directa de espacios que deberían de estar bajo la tutela del Estado y, en los hechos, estamos hablando de la flagrante (y escandalosa) retirada de los órganos y poderes obligados a garantizar la soberanía de nuestra nación, por no hablar de la seguridad de los ciudadanos, primerísimo de los derechos en toda sociedad civilizada.
Tanespeluznanterealidadhasidoimpuestaencomunidadesenterasmediante un recurso igualmente pavoroso, a saber, la violencia ejercida por seres de un extremo salvajismo, individuos a los que el Estado, justamente, tendría que combatir frontalmente al ser, ellos, los supremos enemigos de México, por encima de cualquier otro posible adversario.
Ocurre, sin embargo, que el régimen de la 4T les confiere, a tan peligrosos sujetos, la condición de miembros del “pueblo” y, a partir de haberles otorgado esa identidad natural, los hace merecedores de una muy generosa facultad, la de no ser “reprimidos”. La legítima prerrogativa del Estado para hacer respetar la ley y ejercer la fuerza en contra de los transgresores es objeto, entonces, de una lectura deliberadamente distorsionada y nos es presentada como si fuera un ejercicio arbitrario del poder, una táctica comparable, de paso, a las que se utilizaban en los tiempos pasados, cuando no se había instaurado todavía el mentado “humanismo mexicano” que cacarea el oficialismo en estos días.
La receta de “abrazos, no balazos” se sustenta por lo tanto en una denuncia primigenia, en la acusación de que la respuesta firme y decidida de un gobernante a la embestida del crimen, con todos los recursos a sus disposición, es abusiva por naturaleza (hablando de aventuras bélicas, justamente, la “guerra de Calderón” es objeto de todos los cuestionamientos y críticas posibles). A partir de ahí, de oponerse públicamente a lo que se hizo en los anteriores sexenios, los actuales gobernantes, proclamando que “no son iguales”, han llevado las cosas al extremo de que México se ha vuelto uno de los países más violentos y peligrosos del mundo.
Dicho de otra manera, en esas hostilidadesquenisiquierahansidodeclaradas, el Estado mexicano es el perdedor.