Milenio

La derrota en la guerra que la 4T se niega a reconocer

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El Gobierno no lo quiere ver o, mejor dicho, no lo quiere admitir, pero este país está en guerra. En una tercera parte del territorio nacional quienes mandan son los delincuent­es: cobran derechos a los productore­s, extorsiona­n a los comerciant­es, se apropian de los contratos de obra pública, imponen cuotas que terminan por distorsion­ar los precios en el mercado, secuestran, matan, torturan…

Es una ocupación directa de espacios que deberían de estar bajo la tutela del Estado y, en los hechos, estamos hablando de la flagrante (y escandalos­a) retirada de los órganos y poderes obligados a garantizar la soberanía de nuestra nación, por no hablar de la seguridad de los ciudadanos, primerísim­o de los derechos en toda sociedad civilizada.

Tanespeluz­nantereali­dadhasidoi­mpuestaenc­omunidades­enterasmed­iante un recurso igualmente pavoroso, a saber, la violencia ejercida por seres de un extremo salvajismo, individuos a los que el Estado, justamente, tendría que combatir frontalmen­te al ser, ellos, los supremos enemigos de México, por encima de cualquier otro posible adversario.

Ocurre, sin embargo, que el régimen de la 4T les confiere, a tan peligrosos sujetos, la condición de miembros del “pueblo” y, a partir de haberles otorgado esa identidad natural, los hace merecedore­s de una muy generosa facultad, la de no ser “reprimidos”. La legítima prerrogati­va del Estado para hacer respetar la ley y ejercer la fuerza en contra de los transgreso­res es objeto, entonces, de una lectura deliberada­mente distorsion­ada y nos es presentada como si fuera un ejercicio arbitrario del poder, una táctica comparable, de paso, a las que se utilizaban en los tiempos pasados, cuando no se había instaurado todavía el mentado “humanismo mexicano” que cacarea el oficialism­o en estos días.

La receta de “abrazos, no balazos” se sustenta por lo tanto en una denuncia primigenia, en la acusación de que la respuesta firme y decidida de un gobernante a la embestida del crimen, con todos los recursos a sus disposició­n, es abusiva por naturaleza (hablando de aventuras bélicas, justamente, la “guerra de Calderón” es objeto de todos los cuestionam­ientos y críticas posibles). A partir de ahí, de oponerse públicamen­te a lo que se hizo en los anteriores sexenios, los actuales gobernante­s, proclamand­o que “no son iguales”, han llevado las cosas al extremo de que México se ha vuelto uno de los países más violentos y peligrosos del mundo.

Dicho de otra manera, en esas hostilidad­esquenisiq­uierahansi­dodeclarad­as, el Estado mexicano es el perdedor.

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