Penitente perdido
Vivo ahora la Semana Santa como un penitente perdido. Perdida la costumbre peatonal del desaparecido DeEfe, la ahora CdMx presenta una oferta descomunal y desconocida de variada movilidad… a ninguna parte. Escasean taxis de color rosa y raros escarabajos verdes, pues se ha impuesto al Uber y las aplicaciones instantáneas y no tan inseguras como la desmesurada valentía con la que hay que esperar parado en una esquina en espera de una Epifanía… como penitente perdido.
No pienso ir a la recreación del Via Crucis de Iztapalapapuesalparecer se ha enfermado del estómago el Elegido Nazareno del Barrio y, además, ya sabemos que en ese camino al Gólgota hay más traidores que el Judas en turno. Logro de milagro desafanarme de un faje más o menos delicioso en el abultado Metrobús que recorre la nervadura infinita de Insurgentes de Sur a Norte, no sin descubrir que me pasé cuatro paradas (quizá embelesado por los arrumacos) y de vuelta, prefiero apearme y soportar las Tres Caídas de rigor: una por intentar cruzar sin semáforos un paso peatonal que aquí no son de cebra; la segunda caída por intentar mantener un paso ágil en banqueta que no acera caracoleada o cacariza por el cemento arrugado por las inmensas raíces de árboles milenarios, y la tercera caída (contundente) por culpa del pinche tamalero que recorre como fantasma las calles de México con la voz vaporosa de los RicosTamalesOaxaqueños y que soltó el manubrio por estar escroleando su pantallita del celular en busca de redes sociales.
Prefiero intuir las rutas rectas y al parecer inamovibles de los microbuses y camiones, confiado en ese ejemplo samaritano inexplicable de que las monedas con las que se paga el pasaje pasan de mano en mano de prójimos no tan próximos y llegan las monedas intactas a la palma del chofer que insiste en el volumen necio de su reguetón. Camino entonces por calles sin bancas ni basureros, aspirando el inolvidable olor de todos los tiempos que se revuelven en fritangas, papeles electorales, palomas perdidas y perros flacos… ando del tingo al tango llegando tarde y a veces temblando, como un digno penitente perdido en vísperas de Pascua, pero con un ligero sentimiento de que he vuelto a México después de tantos años convertido en no más que un pobre pendejo.