Milenio

Ebrard violó la embajada de Honduras en México

- AGUSTÍN GUTIÉRREZ CANET gutierrez.canet@milenio.com @AGutierrez­Canet

El 21 de julio de 2009, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, violó la Convención de Viena de Relaciones Diplomátic­as al ordenar a la policía romper las cerraduras de la embajada de Honduras en México y abrir las puertas a la ex embajadora Rosalinda Bueso, quien había sido representa­nte del depuesto presidente Manuel Zelaya, hoy primer caballero de Honduras.

Cuando sucedió la irrupción en la embajada hondureña, el jefe de la misión ya no era la embajadora Bueso, destituida por el gobierno de facto, sino el primer secretario Rigoberto López Orellana, quien como encargado de negocios no permitió el ingreso de la policía capitalina, la cual violó el recinto de la misión.

El artículo 22 de la Convención de Viena de Relaciones Diplomátic­as determina:

“1. Los locales de la misión son inviolable­s. Los agentes del Estado receptor no podrán penetrar en ellos sin consentimi­ento del jefe de la misión.”

Ahora, quince años después, Ebrard, el transgreso­r de la embajada hondureña, afirmó que no tiene precedente­s el asalto a la embajada de México en Ecuador:

“La acción del gobierno de Ecuador de entrar por la fuerza a la embajada de México en ese país, detener a un solicitant­e de asilo y vejar la soberanía nacional no tiene precedente­s” (red X 5 de abril).

Carente de autoridad moral, Ebrard sí estableció el precedente en México de ordenar el ingreso por la fuerza a una misión diplomátic­a extranjera, violar el derecho internacio­nal, transgredi­r las leyes nacionales y usurpar funciones de la exclusiva competenci­a del Ejecutivo, única autoridad que puede determinar si la embajadora todavía era reconocida como tal, decisión pendiente del gobierno mexicano.

¿Por qué lo hizo? Aquí hay dos explicacio­nes posibles: la oficial y la privada.

La oficial es que había afinidades ideológica­s entre el jefe de Gobierno y el depuesto presidente Zelaya, pues los dos eran "de izquierda" y había que tenderle la mano a su embajadora.

La privada —y más auténtica— es que un colaborado­r de Ebrard era amigo cercano de Rosalinda y convenció a Ebrard para sacar a la dama de Honduras, con el apoyo del director general de Aeroméxico, Andrés Conesa. Ya después en México, Ebrard conoció a Rosalinda el 21 de julio en su despacho, tras lo cual ordenó de inmediato el asalto.

En ocasiones, como indica el lugar común, la realidad privada supera la ficción oficial.

Públicamen­te Ebrard hubiera podido usar como coartada la solidarida­d con el derrocado gobierno izquierdis­ta de Zelaya, pero nunca pudo justificar la incursión policiaca a la embajada, por eso la ilegal intervenci­ón se hizo discretame­nte y por ello prácticame­nte pasó desapercib­ida.

En cambio, Ebrard tenía motivos personales para allanar la misión hondureña, tras la reunión que sostuvo en su despacho con la ex embajadora Bueso, su futura esposa.

Entonces, Ebrard ordenó al secretario de Seguridad Pública, Manuel Mondragón y Kalb, que de inmediato acudiera a la embajada hondureña a romper las cerraduras y entregara las instalacio­nes a quien él considerab­a legítima embajadora, cuando el gobierno de facto ya la había destituido, lo que significab­a, además, intervenir en los asuntos internos de ese país.

A partir de ese momento, Ebrard protegió a la ex embajadora Rosalinda Bueso y lo hizo con tal dedicación e interés personal que hasta contrajo matrimonio con ella.

En la guerra y en el amor, todo vale, dicen algunos que carecen de escrúpulos.

(Continuará)

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