Milenio

Una escritora imponente

- ERANDI CERBÓN GÓMEZ

Leer es un cabo para atarse a la escritura. Los autores que uno disfruta más son aquellos que nos hablan de todo menos de nosotros mismos. Sí, cuando se busca algo sorprenden­te hay que encontrar otra cosa más que reflejarse en el discurso. Dorothy Parker fue alguien que decidió sobre su vida: por ejemplo, eligió no ser madre para escribir.

Todo lo que las mujeres escondían en su época, Parker lo dijo escribiend­o. Y así los acontecimi­entos que nadie admitía para sí se volvieron asunto público. Ningún dilema queda resuelto pero tiene nombre y, consciente­mente, van contándose historias con claridad antes que dudas. Una rubia imponente (Nórdica libros) es el relato en el que la perfección con que escribía la autora se vuelve evidente.

El estereotip­o femenino nunca resulta más atractivo y decadente que aquí. Hazel Morse es el epítome del auge y caída que implica vivir de apariencia­s. Donde, tras conseguir lo que ella considera plenitud, solo le queda nada. Entonces se sumerge en el alcohol y algunos romances pasajeros que le sientan mal.

La realidad de Morse consiste en olvidar cuando bebe y recordar después. “Oró sin dirigirse a un Dios, sin conocer a un Dios, pidiéndole que le permitiera emborracha­rse, que la mantuviera siempre borracha”.

Aun siendo despampana­nte, la dama personaliz­a una patética tragedia, el fracaso del cuerpo sobre la mente que necesita curarse pero para conseguirl­o no basta proponérse­lo. En “sufrimient­o por vanidad” queda resumido este corto libro que refleja toda una época. Debacle que ni siquiera alguien inteligent­ísimo puede evadir.

“Oró sin dirigirse a un Dios, sin conocer a un Dios, pidiéndole que le permitiera emborracha­rse”

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