La fábula del borracho y el vampiro
Todo empieza con el beso que le da una ingrata al bohemio. Al bohemio, poniéndonos rigurosos, podríamos llamarlo: el borracho. Y a la ingrata, al tratarse de un personaje fantasmal de la canción, habrá que seguirla llamando así, pues no tenemos más dato que este: el borracho, perdón, el bohemio está en la cantina “llorando sin remedio, como un loco atormentado, por la ingrata que se fue”. La canción es “La copa rota” (Benito de Jesús, 1972), que popularizó José Feliciano.
El borracho bebe y lloriquea en la barra, consolado por un amigo que lo conmina a dejar el “vino” porque, lejos de estarse acercando a la beatífica amnesia alcohólica, “la recuerda (a la ingrata) mucho más tu corazón”. En un lamentable balbuceo el borracho muerde la copa, la rompe, se corta la boca e interpreta, desde su apretada bruma mental, que la sangre borra “la huella de un beso traicionero que me dio” y, como si su interpretación no fuera suficientemente estrafalaria, decide desplegarla con enjundia: “mozo, sírvame la copa rota, quiero sangrar gota a gota el veneno de su amor”. Observemos que el borracho de la canción es el reverso del vampiro, pues este succiona la sangre para alimentarse mientras que el otro la escupe para sobrevivir, para deshacerse de los rastros de aquel beso traicionero. Uno necesita los centilitros de sangre que al otro le sobran, y esto nos lleva a la siguiente escena, que ya no contempla por desgracia la canción: el borracho sentado en la barra de la cantina, con la boca sangrándole a tal grado que, nos dice la canción, “la sangre que brotaba confundiose con el vino”, y al lado del borracho, que llora, moquea y sangra, tenemos un elegante vampiro que ha visto su oportunidad en este cuadro patibulario, y se añade para provocar la transmutación: el vino se transforma en sangre y, por la misma mímesis eucarística, la barra se convierte en un altar, el fino sorber del vampiro en la comunión y la borrachera del
_ bohemio en un exorcismo liberador. Así el bohemio se deshace de la ingrata y, en un win-win de ultratumba, termina alimentando al vampiro. Nadie sabe, cuando besa, para quién trabaja.