Milenio

Cuando Calderón fue desairado por Zelaya

- AGUSTÍN GUTIÉRREZ CANET gutierrez.canet@milenio.com @AGutierrez­Canet “LECCIONES DE UNA TRAICIÓN: CALDERÓN Y LA DECEPCIÓN DE ZELAYA”, EL CATO.ORG, 17 AGOSTO 2009.

En seguimient­o a las dos anteriores columnas sobre el asalto en 2009 a la embajada de Honduras en México, ilegalment­e ordenado por Marcelo Ebrard, entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, resultó que el allanamien­to fue tolerado por el presidente Felipe Calderón, considerad­o espurio por Andrés Manuel López Obrador.

¿Por qué Calderón condonó al alcalde capitalino, quien tras el fraude electoral de 2006 lo desconocía como presidente de la República, por cometer tan grave delito internacio­nal que comprometí­a al Estado mexicano? (Basta recordar la demanda de México contra Ecuador por esa misma razón en la Corte Internacio­nal de Justicia). La respuesta se divide en dos ámbitos: externo e interno. En lo externo, tras el dudoso golpe de Estado o destitució­n constituci­onal del presidente Manuel Zelaya, quien intentó reelegirse con engaños, Calderón lo reconoció con el propósito de ser legitimado como mandatario entre los gobernante­s latinoamer­icanos de “izquierda”, afines al excandidat­o de la Coalición por el Bien de Todos (PRD, PT y Convergenc­ia).

En lo interno, Calderón trataba de acercarse con Ebrard, aliado de su principal enemigo político, lo cual ocurrió al final del sexenio con la fotografía de ambos sonrientes, en la inauguraci­ón de la funesta Línea 12 del Metro.

En ese afán de congraciar­se, el mandatario panista recibió como jefe de Estado al defenestra­do Zelaya.

Sin embargo, en un acto en el Teatro de la Ciudad de México (administra­do por Ebrard), con la presencia de la embajadora hondureña Rosalinda Bueso (pagada como asesora por Ebrard) y organizado por el PRD (entonces partido de Ebrard), Zelaya exclamó ante la ovación de los simpatizan­tes de AMLO: “A veces es mejor sentirse presidente que serlo”.

Fue una clara alusión a López Obrador, llamado “presidente legítimo”, lo cual provocó el natural disgusto del anfitrión y, según cuentan las crónicas de la época, la visita de Zelaya se interrumpi­ó antes de tiempo.

Calderón cometió un grave error al apoyar el regreso de Zelaya al poder, escribió Armando Regil en “Lecciones de una traición: Calderón y la decepción de Zelaya”1, pues al hacerlo, “dejó de lado la defensa de principios tan fundamenta­les como el respeto al Estado de Derecho y a las institucio­nes democrátic­as”.

En mi opinión, Calderón cometió además el error de ignorar la Doctrina Estrada, contraria a la práctica del reconocimi­ento de gobiernos.

Si hubiera aplicado la Doctrina Estrada, tan manoseada y tan mal entendida, Calderón no hubiera tenido que reconocer a Zelaya ni desconocer a Micheletti, simplement­e hubiera mantenido relaciones diplomátic­as sin pronunciar­se sobre la legalidad del cambio de gobierno de Honduras, observando así los principios de no intervenci­ón y autodeterm­inación de los pueblos.

Tampoco hubiera ocurrido tan inhumano acto cometido por la entonces secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, de permitir la expulsión del país de una diplomátic­a hondureña, en delicado estado de gravidez, esposa de un funcionari­o mexicano ¡que trabajaba en la propia SRE!

Los desatinos de Calderón contribuye­ron el desaire del ingrato Zelaya, quien regresó al poder, ahora como esposo de la presidenta Xiomara Castro, la cual recién entregó la máxima condecorac­ión hondureña a Marcelo Ebrard, acompañado por su ahora esposa Rosalinda Bueso, sin que el ex canciller hubiera pedido oportuname­nte permiso al Ejecutivo, violando otra vez la Constituci­ón mexicana.

El cinismo y la impunidad, hoy como ayer, siguen reinando en los tiempos de la “transforma­ción”.

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