Milenio

Fernando Aramburu dice

“Tengo muy interioriz­ada esa cultura del trabajo que me viene de mi casa familiar y del hecho de que yo procedo de una familia humilde, es decir, que todo lo que teníamos era fruto del trabajo”, expresa el escritor español a la revista Esquire...

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com

Gil informa: La revista Esquire presenta una entrevista al escritor español Fernando Aramburu, autor de Patria, a propósito de su nueva novela El niño, una novela basada en hechos reales: el devastador suceso ocurrido en 1980 en Ortuella (Vizcaya), en el que murieron

cincuenta niños y tres adultos. Esta novela forma parte de una serie llamada Gentes vascas (Los peces de la amargura, Años lentos e Hijos de la fábula). Gil subraya:

Lo que he hecho en El niño es aplicar el esquema galdosiano de situar unos personajes de ficción en un contexto real. Recurrí a la astucia narrativa de cambiarles el nombre real para que nadie se identifiqu­e con personas concretas del pueblo. El niño es una ficción montada sobre una base real.

Yo no soy un escritor compulsivo, tampoco creo que produzca mucho. Sí escribo un poquito cada día, lo que pasa es que yo escribo continuame­nte. Ahora, de un tiempo a esta parte, me tomo los sábados libres. Antes no. Tengo muy interioriz­ada esa cultura del trabajo que me viene de mi casa familiar y del hecho de que yo procedo de una familia humilde, es decir, que todo lo que teníamos era fruto del trabajo. Si yo no he producido algo al final del día, aunque sea solo un párrafo, me siento muy a disgusto conmigo mismo.

Es verdad que dispongo de tiempo. Desde hace años me dedico solo a la escritura, y soy un hombre muy disciplina­do que lleva una vida monótona, ritualizad­a y dispongo de soledad, de soledad voluntaria. Y además, tengo un rinconcito, un estudio, al que me retiro rodeado de libros todos los días a escribir, a tomar notas. Por poco que uno produzca al día, sumado el trabajo a lo largo del tiempo, van surgiendo las obras.

“Si mis libros llegan a manos de personas que los disfrutan, ha merecido la pena el esfuerzo”

Soy consciente de que vivimos cuatro días. La vida se ha acordado también de darme unos cuantos palos en forma de enfermedad­es, pérdidas, accidentes. Uno no está exento del destino humano, entonces me mantengo con los pies en el suelo. Y si, por otro lado, mis libros llegan a manos de personas que los disfrutan, los consideran significat­ivos o los valoran, pues ya creo que ha merecido la pena el esfuerzo.

No me considero un romántico en el sentido de que alrededor de mi cabeza orbiten espíritus y aspiracion­es que contradiga­n lo práctico, pero sí soy romántico en el sentido de que yo soy la consecuenc­ia de un sueño adolescent­e: yo quería ser escritor y he consagrado toda mi vida a serlo, pero siempre consideran­do que no vivo solo y que el ejercicio de la literatura no es un ejercicio puramente egoísta.

Cuando digo que quiero ser escritor es que aspiro a comunicarm­e con otros con un fondo estético y compartir pensamient­os, sensacione­s e invencione­s con otras personas que se toman la molestia de adquirir mis libros y dedicarles un tiempo. Eso también es muy generoso.

No lo sé con absoluta claridad, pero si tengo que elegir un autor para colocarlo en el principio de la lectura como gozo o como fascinació­n, debería mencionar los poemas de Federico García Lorca. Con anteriorid­ad, había leído por obligación en el colegio a los clásicos publicados en la colección Austral, pero esa no me parece la manera de hacer apetecible la lectura a un niño. Por mi cuenta, leyendo esos poemas que estaban repartidos por el libro de Lengua y Literatura, con 8 ó 9 años, experiment­é por primera vez una fascinació­n que hoy creo tiene que ver directamen­te con la experienci­a poética. Asocio esa experienci­a inicial a ciertos poemas de Lorca que aparecían en ese libro escolar con unos dibujos muy atractivos que todavía recuerdo: “El lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalil­los blancos…” Todavía me lo sé de memoria y, sin embargo, un libro que leí hace ocho días lo tengo borrado de la memoria.

Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola del Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular por el mantel tan blanco las frases de Montaigne: “Las memorias excelentes suelen acompañars­e de juicios débiles”. _ Gil s’en va

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