Muy Interesante Historia (Mexico)
El tratado político reconoció la soberanía papal en el ámbito internacional, su jurisdicción territorial y el compromiso italiano de no interferir.
Tres documentos para un solo pacto
La ceremonia, celebrada el 11 de febrero de 1929 en el Salón de los Papas del Palacio de Letrán, cerró un litigio de cinco décadas. Los pactos se concretaron en tres documentos: un tratado político donde se abordaron las garantías territoriales y de independencia pontificia, una Convención Financiera donde el Estado se comprometió a compensar las pérdidas sufridas por la Iglesia y un Concordato que privilegió la religión católica por encima de cualquier otra.
El primer documento reconoció la soberanía papal en el ámbito internacional, su jurisdicción soberana territorial y el compromiso italiano a no interferir en sus dominios. Con una superficie aproximada de 44 hectáreas, el nuevo Estado comprendía, además de la Ciudad del Vaticano, el palacio de Castel Gandolfo y las basílicas de San Juan Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros, entre otras propiedades. La Convención Financiera aseguró el pago de 750 millones de liras más una anualidad perpetua de otros 50 millones de liras como resarcimiento a los perjuicios causados en 1870. El tercer y último documento, el Concordato, abandonó la neutralidad estatal en materia religiosa y reconoció el catolicismo como materia lectiva en el sistema público educativo. De igual manera, otorgó validez civil al matrimonio eclesiástico y barrió a los sacerdotes excomulgados de la docencia en las escuelas y universidades estatales.
Pese a todo, la interpretación del tratado evidenció las marcadas diferencias aún existentes entre Iglesia y Estado. Unas tensiones manifestadas en 1933 por Mussolini al amenazar con enviar a los Camisas Negras contra el Vaticano si este no frenaba al Partido Popular Italiano. O en 1938 por Pío XI en su encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación), al comprobar el acercamiento del Duce al nacionalsocialista Hitler. En resumidas cuentas, como suele suceder en estos casos, la firma favoreció a ambas partes al restituir parte de los privilegios eclesiásticos y cimentar la figura de Mussolini entre la comunidad católica italiana.