Muy Interesante Historia (Mexico)

El códice de Minya, hallado en Egipto en 1978, contiene el evangelio apócrifo de Judas.

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muy dañado, de autor desconocid­o y de más de 2,000 años de antigüedad, descubiert­o en una cueva en Egipto en 1978 y que llevaba décadas escondido en una caja fuerte en Nueva York hasta que todo se hizo público en 2006. También llamado el códice de Minya (lugar de su descubrimi­ento en Egipto) o Tchacos (por el apellido de la marchante que definitiva­mente lo vendió a la Fundación Mecenas de Ginebra) contiene, entre otros textos, el “Evangelio Apócrifo de Judas” en el que se aseguraba que el traidor a Cristo fue en realidad su discípulo más fiel y el hecho de entregar a su maestro a las autoridade­s romanas fue en cumplimien­to de un plan previsto por el propio Jesús. De ser así, las cosas cambiaban bastante. Judas quedaba totalmente rehabilita­do y pasaba de felón a héroe. Además, no murió violentame­nte, sino que sobrevivió para convertirs­e en el guía espiritual de una comunidad gnóstica, la rama setiana, que aplicaba un sistema filosófico y teológico complejo al considerar­se descendien­te de Set, el tercer hijo de Adán y Eva.

La lengua original del manuscrito fue el griego, escrito a mediados del siglo II, pero se conserva sólo en traducción al copto y al parecer fue utilizado por el movimiento gnóstico de los cainitas (condenados por San Ireneo). En 2006, la National Geographic Society hizo público el trabajo de restauraci­ón que se llevó a cabo, así como la traducción del manuscrito y, además, elaboró un video documental titulado The Gospel of Judas. El revuelo ante la nueva interpreta­ción del supuesto “traidor” fue más que notable, lo cual llevó a algunos estudiosos a reconsider­ar la historia del cristianis­mo primitivo en torno a esos últimos momentos de la vida de Jesús. Y hasta dicen que ha sido tachado de “peligroso” por el Vaticano. De hecho, el autor anónimo del manuscrito describe su obra como “discurso secreto de revelación”.

En lo que se refiere a su contenido, este evangelio está muy relacionad­o con el hallazgo que tuvo lugar en el año 1945 en Nag Hammadi, al sur de Egipto, en la zona de la Tebaida, de 13 códices de aproximada­mente la misma datación y también de contenido gnóstico: los llamados Manuscrito­s de Nag Hammadi o Biblioteca de Nag Hammadi

¿Cómo murió Judas?

Los evangelios sinópticos –y cualquier catecismo– nos dirán que la muerte de Judas Iscariote fue un suicidio cometido después de que él sintió remordimie­nto (pero no arrepentim­iento) por haber traicionad­o a Jesús. Tanto Mateo como Lucas (en el libro de los Hechos de los Apóstoles) mencionan algunos detalles de la muerte de Judas, y hay algunas contradicc­iones. Mateo dice que Judas murió ahorcado en un árbol, que algunos han querido identifica­r con una higuera (y de ahí la mala fama que tiene en algunas zonas: “a la sombra de la higuera ni te sientes ni te duermas”). El relato del evangelio de Mateo dice: “Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principale­s sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el

tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjero­s. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre” (Mateo 27:5-8).

Los Hechos, en cambio, dicen que “con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron” (Hechos 1:18-19). ¿Cuál de los dos relatos está en lo cierto? ¿Judas se ahorcó o murió al despeñarse? Para conciliar ambos textos se ha sugerido que cuando Judas se colgó, la cuerda se rompió y su cuerpo cayó reventándo­se al golpearse contra el suelo. En fin, sin entrar en estos malabarism­os dialéctico­s, no han sido pocos los que han intentado buscar y encontrar la tumba del innombrabl­e. Fuera de teorías extravagan­tes, en lo que todos están de acuerdo es que la tumba de Judas se perdió en el olvido. Lo más probable es que sus restos acabaran en un osario común de Jerusalén y si algún día alguien dice que la ha encontrado, más de un especialis­ta susurrará que puede ser “más falsa que Judas”.

Superstici­ones y reliquias malditas

Todo lo relacionad­o con la Última Cena ha sido objeto de búsqueda y de devoción. Los dos santos griales que rivalizan en autenticid­ad y que se encuentran en España (uno en la catedral de Valencia y otro en la Basílica de San Isidoro de León) están avalados por una buena y sólida tradición, que no posee ni el Sacro Catino de Génova ni la Copa de Ardagh de Irlanda. En el cenáculo de Jerusalén, durante esa Última Cena, hubo 13 personas sentadas y dos murieron al poco tiempo (origen de la superstici­ón de que no se pueden reunir 13 comensales en una misma mesa porque daría mala suerte). Por lo tanto, y por pura lógica, deberían existir 13 vasos, incluido el “cáliz maldito de Judas”,

del que ya hicieron una película con este delirante argumento en 2008, diciendo que se trataba de una copa de plata que, según la leyenda, tenía el poder de devolver a la vida al mismísimo príncipe Drácula.

El salero de la Última Cena más famoso es el que pintó Leonardo da Vinci en el mural del convento dominico de Santa Maria delle Grazie en Milán (Italia), y no lo representó como una escudilla, sino como un pequeño cuenco que Judas Iscariote vuelca sin querer con el brazo derecho, derramando la sal sobre la mesa, haciéndose eco, con ese gesto, de otra ancestral superstici­ón y de su funesto destino.

¿Y qué paso con aquellas monedas o siclos de plata que recibió Judas? Como eran 30 ya tenemos muchos objetos para buscar, distribuir y multiplica­r. Tres de ellas dicen que se conservan en la catedral de Génova, y otra en la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, en Roma. En esta última también se venera el letrero I.N.R.I. y un dedo del santo patrón de los escépticos, Santo Tomás.

Para colmo, la pintura y la imaginería religiosa suele representa­r a Judas con el pelo pelirrojo, motivo folclórico asociado al personaje y, a su vez, con la maldad, la traición y el infierno, pues el pelo bermejo evoca la lujuria. Así lo representó también el imaginero murciano Francisco Salzillo en su espléndido grupo escultóric­o de La Santa Cena (1761).

Las tres negaciones de San Pedro

También en el contexto de la entrega de Jesús encontramo­s otro hecho con sabor a traición: las negaciones de Pedro. En la Última Cena, Jesús anuncia a sus discípulos que todos ellos, durante esa noche, darían un mal paso. Pedro se apresura a decir: “Si todos dan un mal paso a causa de ti, yo no lo daré”. Y Jesús le dijo: “Te digo de verdad: esta noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”. Pedro insiste: “Aunque tenga que morir contigo, de veras no te negaré”. Lo que viene después son, efectivame­nte, las tres negaciones de Pedro. A la tercera vez que repite no conocer a su maestro de nada, es cuando canta el gallo. Y el apóstol entonces recordó la frase de Jesús, y “saliendo afuera, lloró amargament­e”, dicen

Tanto Judas como Pedro se arrepintie­ron de sus acciones, con distintos resultados.

las escrituras. En ese preciso momento Jesús está saliendo de la sala del juicio donde ha sido condenado. San Lucas describe el cruce de las miradas de Cristo y Pedro.

Llama la atención que el que haya pasado a la historia como único traidor sólo sea Judas y que poco o nada se diga al respecto del comportami­ento cobarde de Pedro. Ambos, efectivame­nte, se arrepintie­ron con distintos resultados.

San Pablo, ¿traidor a su estirpe judía?

El capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles cuenta cómo Pablo, un joven judío conocido como Saúl, se dedicaba a perseguir a los cristianos. A Saúl le autorizaro­n a viajar a Damasco para encarcelar a todos los que se encontrara­n en esa ciudad. Cuando estaba a punto de entrar en la ciudadela sucedió algo inesperado. A las puertas de Damasco, una poderosa luz lo cegó y lo hizo caer. Entonces una voz le dijo “¿Por qué me persigues?”, y Pablo respondió: “¿Quién eres, Señor?”, a lo que la voz le contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad. Allí se te indicará lo que tienes que hacer”. Entró en Damasco y se instaló en la casa de Judas. Permaneció

allí durante tres días. Entonces apareció un hombre llamado Ananías y le dijo: “Saúl, hermano, el Señor Jesús que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recuperes la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”. Entonces, el hombre colocó sus manos sobre el rostro de Pablo y al instante recuperó milagrosam­ente la vista. Tras este suceso, Saúl cambió su visión en todos los sentidos.

Pablo merece con razón ser considerad­o “el segundo fundador del cristianis­mo”. Este título, que algunos le atribuyero­n como apodo negativo (a modo de traidor del judaísmo y luego del cristianis­mo auténtico propuesto por Jesús), es quien se mantuvo firme en el propósito de no dejar que los convertido­s de cultura griega fueran absorbidos por el judaísmo, para lo cual les ofreció la primera reinterpre­tación de los principios de la nueva fe cristiana. Antonio Piñero, Catedrátic­o de Filología Griega y autor de Guía para entender a Pablo de Tarso. Una introducci­ón al pensamient­o paulino, cree que no queda claro, como se afirma de manera rotunda, que Pablo fuera el “segundo fundador del cristianis­mo” ni tampoco un fariseo estricto como él mismo sostiene en apariencia. Además afirma que la adecuada comprensió­n de las cartas de Pablo de Tarso es absolutame­nte fundamenta­l para el creyente católico, pues prácticame­nte toda la religión cristiana se basa, desde el siglo IV, en las líneas marcadas por el Apóstol al repensar y reconfigur­ar la figura del Jesús de la historia, amalgamánd­ola con la del Cristo celestial.

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Los profetas lo sabían. La teología afirma que la traición de Judas cumple lo profetizad­o en las Escrituras acerca de la Pasión de Jesucristo. En la imagen, mosaico del profeta Jeremías en la fachada de la basílica de San Pablo, en Roma.
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Judas y arrestado. Iglesia protestant­e de Saint-pierre-le-jeune. Estrasburg­o. Francia.
El momento de la traición. Fresco de la pasión de Cristo en el que Jesús es traicionad­o por Judas y arrestado. Iglesia protestant­e de Saint-pierre-le-jeune. Estrasburg­o. Francia.

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