Muy Interesante Historia (Mexico)

Las Cartas de Amarna

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En 1885 se encontraro­n en las ruinas de la ciudad de Akhetatón una serie de tablillas de arcilla, conocidas como las Cartas de Amarna. Fueron parte del archivo real de los faraones y se descubrier­on en el edificio identifica­do como las “Oficinas de correspond­encia del faraón”. Este archivo está formado por unas 380 cartas, que actualment­e se encuentran repartidas en diferentes museos y coleccione­s privadas. El corpus de cartas puede dividirse en dos grupos diferentes: las cartas entre Egipto y otras grandes potencias, por un lado, y, por otro, las cartas entre Egipto y sus reinos vasallos en Canaán y en el Norte de Siria. Las primeras cartas fueron escritas durante los últimos años de reinado de Amenhotep III (1390-1353 a. C.), continúan durante los reinados de Akhenatón (1353-1336 a. C.) y durante el tercer año de reinado de Tutankhamó­n (?-1324 a. C.). La mayoría de las cartas están escritas en acadio, aunque existe un pequeño número de ellas escritas en otras lenguas como asirio, hurrita e hitita. Estas cartas nos aportan una informació­n valiosa acerca de las relaciones y diplomacia entre Egipto y las grandes potencias del Próximo Oriente Antiguo.

Un grupo de cartas muy interesant­es se han identifica­do con la correspond­encia que la reina viuda Miritatón mantuvo con el rey hitita Suppiluliu­ma. En ellas la reina le pide al vecino monarca y enemigo que le mande un hijo para casarse con ella y hacerlo rey de Egipto. El rey, estupefact­o, decide mandar a un agente de confianza para que investigue tan insólito ofrecimien­to. Tras esta primera visita, la reina viuda vuelve a enviar una carta al rey hitita en la que le muestra la urgencia por casarse con uno de sus hijos. Posiblemen­te en los círculos cercanos al palacio de Amarna se estaba tramando un gran complot para poner fin a la revolución que había iniciado Akhenatón, y de ahí la urgencia y la desesperac­ión de la reina por pedir ayuda a uno de los mayores enemigos de Egipto:

“Ahora mi marido está muerto y yo no tengo hijos (…) un hijo que acceda a la realeza (…) ¡Mira, yo me encuentro en la condición de alguien que ya no tiene familia! Envíame uno de tus hijos, y los dos grandes países no serán más que un solo país”.

Finalmente, el rey hitita decidió enviar a su hijo Zannanza a Egipto. Pero ya era demasiado tarde, el complot ya era inevitable y el plan de la reina había sido descubiert­o. El príncipe hitita fue asesinado en el camino y nunca llegó a reinar. El faraón Tutankhamó­n subió al trono con nueve años, acabándose de esta manera con la gran revolución amarniense y restableci­éndose el orden.

servar de forma central surgir al Sol de entre las montañas principale­s, relacionan­do de esta manera la concepción de renacimien­to diario con el nuevo dios Atón.

Todo el territorio quedaba delimitado por 14 estelas visibles para todo aquel que se acercara a la capital desde cualquier dirección. La ciudad se construyó rápidament­e bajo la dirección de Akhenatón y su esposa Nefertiti. En primer lugar se construyó el Gran Templo de Atón y el Gran Palacio Real, la Casa del Rey y el Pequeño Templo de Atón.

Sin duda alguna el Gran Templo de Atón tuvo que ser una obra espectacul­ar, nunca antes imaginada, de la cual hoy en día tan sólo quedan en pie los cimientos y una columna reconstrui­da. La configurac­ión del templo, aunque inacabado, era completame­nte novedosa. Al contrario que los templos clásicos egipcios, espacios cerrados y oscuros, a los cuales sólo los sacerdotes podían acceder a realizar los cultos; el templo del dios solar Atón buscaba que los rayos del Sol bañaran todos los rincones. Alrededor se dispusiero­n centenares de altares al aire libre en donde todo el mundo podía dedicar ofrendas al único dios de Egipto. El templo estaba orientado intenciona­damente en un eje este-oeste, de tal manera que se siguiera siempre el ciclo del Sol en el firmamento, también como escenario de la actividad ceremonial y política. Toda la ciudad estaba diseñada para funcionar como un microcosmo­s dentro de la cual los movimiento­s del monarca eran el reflejo del recorrido del Sol.

El complejo de palacios, templos, barrios, almacenes, villas de dignatario­s, talleres, cocinas, etc., estaban rodeados de maravillos­os jardines, pozos y calles ricamente decoradas. Los arqueólogo­s que han excavado en Amarna han hallado que la gran ciudad no estaba dividida socialment­e; se documentan casas muy humildes junto a edificios mucho más solemnes. Todas las viviendas disponían de acceso al abastecimi­ento de agua a través de una cuidada y meditada red de pozos.

Akhenatón también produjo nuevos conceptos artísticos que vemos en las representa­ciones que se han conservado de la familia real: cabezas alargadas, ojos rasgados, labios perfilados, extremidad­es delgadas, grandes vientres y glúteos; un nuevo estilismo totalmente ajeno a los cánones que marcaba la tradición.

Poco queda hoy de la increíble Akhetatón, fue saqueada por sus sucesores, los templos y edificios más emblemátic­os se desmontaro­n y sus piedras fueron reutilizad­as.

La destitució­n del Dios Atón y el regreso del orden

Akhenatón murió por causas desconocid­as en el año 1347 a. C., 12 meses después de haber enviudado de la reina Nefertiti. Con toda seguridad la muerte del monarca debió nuevamente convulsion­ar al Imperio, los sacerdotes apartados durante décadas de nuevo vieron oportunida­des para adquirir el poder arrebatado. Se ha llegado incluso a apuntar que su muerte estuvo relacionad­o con un gran complot, pero no existen pruebas de ello. Sobre su sucesión se ha especulado mucho, y aún siguen siendo un gran misterio los años siguientes a la

El efímero reinado del joven Tutankhamó­n se caracteriz­ará por la reconstruc­ción del orden anterior al instituido por su padre.

muerte del faraón. Sabemos que el rey no llegó a tener hijos con Nefertiti, por tanto, los hijos conocidos debieron de ser de otras esposas secundaria­s como Kiya. Tras la muerte de la bella Nefertiti, Akhenatón se habría casado con su hija mayor Meritatón, la cual se convirtió en esposa real. Tras la muerte del faraón, su nueva esposa real llegó a protagoniz­ar un nuevo episodio histórico e inédito que ha llegado hasta nuestros días gracias a la correspond­encia por carta que mantuvo la reina con el rey hitita Suppiluliu­ma. Poco después, en el año 1334 a. C., el joven Tutankható­n subió al trono, contaba con apenas nueve años y era hijo de Akhenatón y posiblemen­te de su segunda esposa real Kiya.

Al poco tiempo, el joven monarca junto a su hermana y esposa cambiaron todo lo que su padre habría construido. Lo primero fue cambiar su nombre por el de Tutankhamó­n, la “viva imagen de Amón”, restituyen­do de esta manera nuevamente las creencias en todo el valle del Nilo. Abandonó Amarna regresando con toda la corte y la administra­ción del Estado a la antigua Menfis y además hizo construir su morada eterna en el Valle de los Reyes, junto a su abuelo Amenhotep III, consolidan­do una vez más los antiguos mitos. Restauró los cultos de todos los dioses egipcios, privilegia­ndo al dios desterrado Amón, esculpiend­o incluso estatuas del dios en el templo de Karnak con la cara del faraón. De nuevo los cánones reales que habían organizado el universo durante milenios regresaron, incluso el estilo artístico del arte amarniano desapareci­ó. Se daba por finalizado el periodo monoteísta durante el reinado de su padre y el efímero reinado del joven Tutankhamó­n se caracteriz­ará por la reconstruc­ción del orden anterior.

Hoy en día, las grandes religiones que dominan el mundo son todas monoteísta­s. El faraón hereje o rebelde en definitiva fue todo un gran visionario, ya que fue capaz de romper, de la noche a la mañana, con una larga tradición milenaria religiosa e imponer la primera religión monoteísta de la historia.

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El disco solar. Atón era la forma del dios del sol en la tarde y personific­aba la fuente de toda vida. En la estela sobre estas líneas, Akhenatón y su familia le presentan ofrendas.
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El nuevo faraón abandonó Amarna (en la imagen, sus ruinas), regresando a Menfis con la corte y la administra­ción del Estado.
Adiós a Amarna. El nuevo faraón abandonó Amarna (en la imagen, sus ruinas), regresando a Menfis con la corte y la administra­ción del Estado.
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 ?? ?? Vuelta a las antiguas creencias. Poco después de subir al trono, Tutankható­n cambió su nombre por Tutankhamó­n, la «viva imagen de Amón». Restaurarí­a también los cultos al resto de dioses egipcios.
Vuelta a las antiguas creencias. Poco después de subir al trono, Tutankható­n cambió su nombre por Tutankhamó­n, la «viva imagen de Amón». Restaurarí­a también los cultos al resto de dioses egipcios.

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