Muy Interesante Historia (Mexico)
Los inmortales
Durante las Guerras Medicas (493 a. C.-459 a. C.) entre griegos y persas medos –de ahí el nombre de las guerras– destacó el cuerpo de infantería persa, que creó Ciro II el Grande, de los Inmortales. Dicho calificativo fue utilizado por primera vez por Heródoto, quien los denominó athanatoi (inmortales), pues ellos se referían a sí mismos como anusiya (compañeros), porque cada vez que moría o resultaba herido uno en combate era reemplazado inmediatamente por otro hombre. Esto dio al cuerpo gran cohesión y consistencia en número: 10,000. Además, a ojos del enemigo pareció que cada miembro era inmortal o resucitaba. También se les conoció con el nombre de Melóforos, pues portaban una lanza con base en forma de manzana de oro, para los oficiales, y plata, para las tropas regulares.
Estaban considerados como dioses que protegían a Ahura Mazda y, como tales, gozaron de un carácter sagrado. De dentro de este cuerpo se elegía a su vez otro de élite que formaba la guardia personal del rey.
Los Inmortales eran elegidos entre “la flor y nata” de los medas, persas y elamitas y debían tener una estatura mínima que les hiciera sobresalir por encima del resto del ejército. Desde pequeños se les instruía en el uso del arco y la flecha, la jabalina y montar a caballo. Se les enseñaba a cazar y se les sometía a pruebas de resistencia. El servicio en el cuerpo comenzaba a los 20 años.
Su equipamiento constaba de un escudo de mimbre, lanza corta (con base de manzana) arco y flechas en un carcaj (gorytos) que decían hecho de piel humana
–de ahí su color blanquecino– y una espada corta curvada (makhaira). No usaban coraza, en comparación con los griegos estaban “menos blindados”, y su brigantina de cuero terminaba en flecos para una mayor movilidad de las piernas.
Su táctica principal era la carga frontal combinada con flechas lanzadas desde la retaguardia y los flancos. Los Inmortales fueron fundamentales en la conquista de Babilonia (539 a. C.) por
Ciro II el Grande, de Egipto con Cambises II, en el 525 a. C. y de Escitia en el 513 a. C. con Darío I, que los dirigió con menos éxito en la batalla de Maratón. Su intervención en las Termópilas o Platea, bajo la dirección de Jerjes I, fue más que discreta.
los que los jóvenes debían superar pruebas físicas– y humillado tomó rumbo a Persia, a la corte de Darío I.
Los persas le nombraron sátrapa de Pérgamo, Teutrania y Halisarna y fue consejero tanto del rey Darío como de su hijo Jerjes I, que lo llevó en su intento de invasión de Grecia. Heródoto cuenta que advirtió a los espartanos de la llegada de Jerjes mediante una tablilla con doble fondo que sólo supo interpretar Gorgo, la mujer de Leónidas, (Hdt. VII. 239). Algo bastante improbable pero que demuestra la nobleza de espíritu que el historiador griego quiso dar a este personaje. Sí parece más verosímil que advirtiera a Jerjes de la dureza de los espartanos de Leónidas en el paso de las Termópilas, hecho que le granjeó la confianza del rey.
Tras el fracaso persa en Salamina –480 a. C.– y Platea –479 a. C.– volvió a su satrapía donde dio asilo al político y general ateniense Temístocles, héroe en la primera de estas batallas, 15 años después.
Consejero de reyes, su posición social lo colocaba en la casilla de salida como aspirante a héroe griego y terminó sirviendo al enemigo persa. Murió alrededor del año 479 a. C. y sus descendientes gobernaron sus territorios hasta tiempos de Alejandro Magno.
Temístocles, de héroe en Salamina a traidor de Atenas
Según Plutarco, Temístocles aprendió antes cómo triunfar que gobernar. Fue el estratega y político perfecto para Atenas en el momento de la llegada de los persas de Jerjes I. Era inteligente, gran orador, pero también egoísta y ambicioso. Todo lo contrario que su rival político, Arístides –amigo y discípulo de Clístenes–, que pasó por ser honrado y honesto, cualidades buenas para un trabajador, pero no para un político. A ambos les separaban la posición ideológica y el amor, de jóvenes habían estado enamorados de la misma mujer, Estesilao de Ceo. Y esas rencillas no se olvidan, pues en cuanto pudo Temístocles mandó a su rival al ostracismo.
Tras la derrota de los 300 de Leónidas en las Termópilas, Temístocles engañó a Jerjes I y venció a la armada persa en Salamina (480 a. C.). La victoria fue clave para afianzar la moral y el dominio de los griegos sobre los persas y convirtió al general ateniense en un héroe para la Hélade.
Temístocles se convirtió en el hombre fuerte de Atenas. Organizó bajo su dirección la Liga Delia llamada así porque tuvo como protector al dios Apolo de Delos, planificó la conexión y
amurallamiento del puerto del Pireo con Atenas y desarrolló la flota de esta hasta convertir a la polis en una potencia naval.
Pero el giro conservador que dio Atenas a inicios de la Pentecontencia hizo que el popular Temístocles se convirtiera en el centro de todas las críticas. Señalado por Esparta de ayudar a Pausanias –condenado por traición– y acusado de quedarse con “mordidas” de las polis de las Cícladas –para no pagar la multa por haberse pasado al invasor persa– fue condenado al ostracismo y marchó al exilio a Asia en el 470 a. C. Entro al servicio del monarca Artajerjes I y allí fue su consejero (Th. I. 138). Como pago por sus servicios, este le concedió rentas y el gobierno de las ciudades de Magnesia, Lámpsaco y Miunte.
Al héroe de Salamina, y a la vez traidor a Grecia, la muerte le llegó en extrañas circunstancias, pues según Plutarco se suicidó (Them 31,4), a los 75 años, en el 459 a. C.
Pausanias el regente
Pausanias fue el alter ego de Temístocles en Esparta. Este ejerció de regente de Plistarco – hijo de Leónidas de la casa Agíada– y, tras engañar a Jerjes I, lideró a los griegos en la batalla de Platea (479 a. C.) frente a los persas.
Después de la derrota y expulsión de los persas, el conflicto en la Hélade se centró en quién iba a regir los designios de los griegos, si atenienses o espartanos. Esto derivó en las Guerras del Peloponeso. En dicho periodo en Esparta se abrió un debate (stásis) entre quienes defendieron la intervención de Esparta en la Hélade y quienes consideraban mejor afianzar su control en Laconia –dentro de la Liga del Peloponeso–. Pausanias estaba a favor de la primera vía. Pero Esparta era una diarquía, y tanto cada monarca como las instituciones tuvieron distintos criterios en función de sus intereses, lo que derivó en luchas intestinas por el poder político.
Tras haber reconquistado Bizancio para los griegos, Atenas acusó al general espartiata de conspirar con los persas contra Grecia, mientras los ciudadanos bizantinos le tachaban de tiránico y despótico. Reclamado por los Éforos y la Gerusía fue absuelto de traición, pero multado por su mal gobierno en Bizancio, a la que huyó de forma repentina sin el consentimiento de su patria nada más hubo acabado el proceso. Allí vivió unos años según las costumbres persas. Tucídides lo describió como un sátrapa, egocéntrico y ambicioso (Th. I. 130), rasgos comunes de todos los traidores a Grecia.
Fue acusado de filomedismo cuando un mensajero, que llevaba una carta suya en la que se ponía al servicio del rey de Persia para la conquista de Grecia, lo delató. Uno de los éforos le avisó de su inminente detención y Pausanias buscó refugio en el santuario de Atenea Calcíeco –en la acrópolis de Esparta–
como suplicante. Los espartanos tapiaron el edificio y murió por inanición a las puertas de este en el 476 a. C. Se le enterró a la entrada del santuario por mandato del Oráculo de Delfos.
Efialtes de Tesalia, el traidor de los 300
Efialtes de Tesalia era originario de Traquis, y su padre –Euridemo de Mélide– lo salvó de una muerte segura cuando la madre quiso despeñar al bebé debido a sus deformidades físicas. En algunas sociedades militarizadas del mundo griego sólo los más fuertes eran elegidos para la vida y la defensa de la polis. El nombre de Efialtes se ha traducido como “Pesadilla” y siempre se le ha representado jorobado y de grandes proporciones.
De oficio pastor, era conocedor de la zona y ha sido señalado como agente último de la derrota de los 300 espartanos de Leónidas frente a Jerjes I en la batalla de las Termópilas (480 a. C.). Los espartanos aprovecharon la orografía del desfiladero para retener al ejército persa y los inmortales de Jerjes I. Pero un Efialtes resentido por no haber sido aceptado por su propio pueblo informó al rey persa de la existencia de un camino diferente –la senda Anopea– que partía antes del paso siguiendo el curso del río Adopo, llegaba hasta el monte Calídromo y terminaba en la costa a la altura de Alpeno, en la retaguardia espartana (Hdt. VII. 216). De esta manera sortearon las Termópilas y atacaron por la espalda a los 300 de Leónidas, que se vieron entre dos frentes.
Efialtes enseño a los persas el camino de la victoria en una lucha desigual para los espartanos y temiendo la venganza de estos, huyó a Tesalia, su tierra natal. Los griegos pusieron precio a su cabeza y Atenades de Traquinia, soldado del ejército griego, acabó con la vida de este personaje. Sucedió en Anticira en el año 479 a. C.
El triunfo de Jerjes I en las Termópilas fue pírrico, pues tras el saqueo de una desierta Atenas perdieron toda su flota en la batalla de Salamina –a finales de ese año 800 a. C.–. Al año siguiente el general persa Mardonio, con Jerjes retirado ya a Asia, perdió contra los griegos, liderados por Pausanias, en la batalla de Platea. Y de esta manera, Europa se salvó de la invasión persa.
Alcibíades, el traidor por antonomasia
Alcibíades (450-404 a. C.) era sobrino de Pericles y se había criado en su casa junto a Aspasia, la amante de este. Pericles siempre intentó educarlo en el bien y la disciplina, mas el primero era todo belleza, insolencia y egocentrismo, de los que se sirvió para
ascender y hacer carrera política allí donde estuvo. También fue discípulo de Sócrates, del que se decía que era su favorito. Se casó con Hipareta, hija de uno de los más acaudalados líderes conservadores, Hipónaco, de la que enviudó pronto. Fue rival político de Nicias, general demócrata moderado. Este representaba la paz y Alcibíades la guerra. Gracias al apoyo de las oligarquías y los comerciantes, Alcíbiades se convirtió en uno de los generales, de ideas imperialistas, más importantes de Atenas. Justo cuando iba a partir a la conquista de Sicilia fue acusado de la mutilación de las estatuas del dios Hermes en Atenas y la campaña, que fue un desastre, la comandó quien estaba en contra de hacerla, Nicias.
Para evitar el proceso de profanación, Alcibíades huyó a Esparta y adoptó sus costumbres. Con el apoyo del éforo Endio se ganó su confianza y les propuso la ocupación de Decelia, una zona rica en minas de plata que abastecía a Atenas (Th. VIII. 12). Pero también se ganó el amor de Timea, esposa del rey Agis. Antes de que le dieran muerte se embarcó rumbo a Asia bajo la protección del sátrapa Tisafernes (Plu. Alc. 24). Con ello se dio su segunda traición y, por ende, su segundo exilio.
En Asia no lo debió hacer mal porque hacia el 411-410 a. C. los atenienses reclamaron su regreso “como si no hubiera pasado nada”. Pero esta segunda etapa en su patria natal fue breve, pues su figura estaba desgastada, y tras el desastre de la flota en una expedición a Andros huyó a Frigia donde vivió en un castillo con su hetera Timandra, bajo la protección del general persa Farnabazo. Allí hallaría su muerte, ordenada por el general espartano Lisandro a los 46 años.
Alcibíades fue un individualista en una Grecia donde Atenas y Esparta luchaban por la hegemonía en la Hélade, y que tras la guerra no volvió a ser la misma. Un superviviente, animal político, demagogo, héroe y el mayor traidor de los traidores… El más bello entre los griegos.