Muy Interesante Historia (Mexico)
El árbol infeliz y otras penas
Un delito de gravedad como es la traición al Estado y a sus estructuras convertía al reo en un hombre maldito, cuya mera presencia resultaba nociva para la comunidad: homo sacer, decía el derecho romano arcaico. Hombre maldito, execrable, que puede ser eliminado por cualquiera.
Prueba de esta toxicidad del condenado es el lugar donde se aplicaba la condena en los primeros tiempos: el arbor infelix, es decir, el árbol infeliz que no da frutos. Así no hay peligro de que se contaminen. A estos árboles se ataba al homo sacer para ser flagelado, las más de las veces hasta la muerte. El ritual recogido en la llamada lex horrendi carminis indicaba también que la cabeza del condenado debía de ser cubierta. Eran tiempos donde la aplicación de la justicia se encontraba todavía profundamente imbricada con lo sagrado: eran muchos los rituales religiosos de la Antigua Roma que contemplaban el que se cubriera la cabeza. Y la fustigación es una pena que aparece pronto: la muerte por flagelación aparece ya en las XII Tablas, elaborada a mediados del siglo V a. C. También aparece ya allí la muerte por praecipitatio, esto es, por lanzamiento desde lo alto de la Roca Tarpeya.
En los primeros tiempos la condena por un delito grave terminaba indefectiblemente en la muerte del preso. Más adelante surgen alternativas menos rotundas, como es el exilio. En tiempos republicanos, la conspiración contra el Estado –lesa majestad, deserción, traición, o rebelión– recibían las más duras penas que incluían a menudo el maltrato físico: desnudamiento forzoso, arrastre de los cuerpos tirados por carros, golpes… También existía la muerte por asfixia o las quemaduras. Y, en los tiempos del Imperio, los castigos alcanzan grados de sadismo notables: se extiende entonces la crucifixión (de origen oriental, la primera vez, que sepamos, que se usó en Roma fue en 217 a. C.). El catálogo fue amplio.