Muy Interesante Historia (Mexico)
Golpes contrarrevolucionarios
En febrero de 1911, el mexicano Francisco Madero coordinó la lucha que iba a derrocar a la dictadura de Porfirio Díaz, lucha a la que se sumaron Emiliano Zapata y Pancho
Villa. En mayo de ese año, los rebeldes entraron en Ciudad Juárez y lograron la renuncia del Gobierno y la huida de Díaz a Europa. Sin embargo, Madero se enfrentó a fuertes presiones de la prensa y de sectores burgueses que le echaban en cara la debilidad de su Gobierno. Aquellas críticas desembocaron en una conspiración auspiciada por el embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, y por antiguos porfiristas, que tramaron el magnicidio del líder mexicano. Durante la llamada Decena Trágica, del 9 al 19 de febrero de 1913, se consumó el golpe de Estado. Días después, Madero fue fusilado junto al Palacio de Lecumberri. No fue el único revolucionario en correr esa suerte. Años más tarde, en 1919, Emiliano Zapata murió a balazos, víctima de otro complot.
La sangrienta revolución mexicana terminaría devorando a casi todos los caudillos que la encabezaron. Así, en 1920, el presidente Carranza cometió el error de dar la espalda a Álvaro Obregón, su hombre de confianza hasta entonces; sin su apoyo, el presidente quedó indefenso ante sus enemigos y fue asesinado poco después. En 1923, el legendario Pancho
Villa también fue acribillado a balazos. Y, cinco años más tarde, el presidente Obregón corrió la misma suerte.
“Asesino” viene de “hachís”
También la secta de los Asesinos, una rama ismaelita del siglo XI, presentaba las mismas características mesiánicas que los alucinados kamikazes de Al Qaeda. Su líder espiritual, Hassan Sabbah, también conocido como el Viejo de la Montaña, urdía sus complots asesinos desde su escondite. Allí proporcionaba hachís a sus hombres para anticiparles los placeres de un paraíso celestial al que accederían tras cometer actos terroristas suicidas. El uso del cannabis hizo que esta secta ismaelita fuera llamada hachachín, un término que los cruzados franceses que merodeaban por Oriente Próximo convirtieron en assassin, de donde deriva la palabra “asesino”.
Las conspiraciones criminales también pueden ser dirigidas desde el poder, como en el caso de Enrique VIII, rey de Inglaterra, que además de ejecutar a dos de sus esposas, Ana Bolena y Catalina Howard –que serían decapitadas en la Torre de Londres–, ordenó que fueran asesinados sus ministros Thomas Moro y Thomas Cromwell. Asimismo, en la Florencia renacentista la lucha por el control político de la ciudad propició más de un complot asesino. Algunos historiadores han sospechado que la muerte, en 1587, de Francesco de Médici, el Gran Duque de Toscana, y su segunda esposa, Bianca Cappello, fue producto de un envenenamiento. Un equipo científico de la Universidad de Florencia efectuó hace años unos análisis de ADN a unos fragmentos de los restos de Francesco: los resultados evidenciaron que contenían altos niveles de arsénico. Pero ¿quién envenenó al Gran Duque? Algunos historiadores creen que el asesino pudo ser su hermano, el cardenal Fernando de Médici, con quien competía por el poder. No obstante, a pesar de la presencia de veneno en los restos, otros historiadores afirman que Francesco y Bianca murieron de malaria.
París bien vale cien atentados
Si las causas de la muerte del Gran Duque de la Toscana siguen siendo motivo de controversia científica, las de otros dirigentes europeos no dejan lugar a la duda. Tras la muerte de Enrique III de Francia en 1589, la corona gala recayó en la cabeza de Enrique de Navarra. Aunque Felipe II se negaba a reconocerlo como monarca por su adscripción al protestantismo, el poderoso rey español terminó cediendo con la condición de que Enrique abjurara de su fe religiosa.
Así, en julio de 1593 se convirtió al catolicismo. Algunas fuentes históricas aseguran que Enrique IV dijo en público: “París bien vale una misa”, dando a entender que daba igual la religión que profesase mientras mantuviera el trono de Francia. Muchos católicos siguieron dudando de su abjuración del protestantismo, razón por la que sufrió innumerables intentos de asesinato. En
Las dudas sobre su abjuración del protestantismo provocaron varios atentados contra Enrique IV.