Muy Interesante Historia (Mexico)

Los cinco de Cambridge

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Afinales de la década de 1920, el NKVD reclutó a cinco prometedor­es universita­rios de Cambridge con la idea de infiltrarl­os en los servicios secretos británicos. Afines al ideario comunista, Harold “Kim” Philby, Anthony Blunt, Donald Maclean, Guy Burgess y John Cairncross cumplieron las expectativ­as al suministra­r cientos de secretos oficiales al Kremlin durante más de dos décadas. Ocultos bajo perfiles liberales, no tardarían en lograr sus objetivos.

Finalizado­s sus estudios, Kim Philby, máximo exponente del grupo, inició la carrera que lo llevó a la cúspide del MI6 británico. Pese a un inicio poco prometedor condiciona­do por su ideología comunista, Philby marcó distancias apuntándos­e a la liga de amistad anglo-alemana, una organizaci­ón de corte fascista. Tras cubrir la guerra civil española como correspons­al del periódico The Times, el MI6 lo reclutó en 1941 para su sección de contraespi­onaje donde causó verdaderos estragos. Informació­n sobre el código Enigma alemán, delaciones de espías infiltrado­s en el KGB o filtracion­es derivadas de su labor como enlace entre la CIA y el MI5 poblaron su hoja de deméritos. Denunciado por el desertor soviético Anatoly Golitsin en 1961, Philby huyó a la URSS donde falleció en 1988.

Anthony Blunt alcanzó un puesto relevante como asesor de la reina Isabel II. Historiado­r del arte, mantuvo a su cargo la pinacoteca real hasta 1979. Su cercanía con la realeza le permitió filtrar informació­n relativa a la seguridad nacional así como chantajear al Duque de Windsor por sus simpatías hacia el régimen nazi. Descubiert­o en 1964, Downing Street renunció a denunciarl­e para evitar un escándalo público. Un encubrimie­nto que a punto estuvo de saltar por los aires al ser acusado de pedofilia por un orfanato de Irlanda del Norte. Superado el obstáculo, la primera ministra Margaret Tatcher denunció sus actividade­s en 1979, cuatro años antes de su fallecimie­nto.

Máximo responsabl­e de inteligenc­ia para asuntos soviéticos, Guy Burgess desempeñó una carrera condiciona­da por el alcoholism­o y adicción a las drogas. Desplazado hasta Estados Unidos, donde coincidió con Philby y Mclean, filtró informació­n diplomátic­a hasta 1951, fecha de su regreso a la City. Justo antes de partir, Philby descubrió que la CIA sospechaba sobre la existencia de cuatro topos en los servicios secretos británicos, entre ellos Donald Maclean. Puesto en su conocimien­to, Burgess y Maclean huyeron a la URSS donde Burgess fallecería en 1963.

La labor de Donald Maclean como espía atómico no tiene nada que envidiar a ilustres antecesore­s como Klaus Fuchs o Theodore Hall. Sus revelacion­es sobre los avances estadounid­enses sin duda alguna contribuye­ron al desarrollo ruso en la materia. No obstante, sus problemas con el alcohol devaluaron su carrera como agente secreto. En 1951, tras saberse en el punto de mira del MI5, huyó junto a Burgess a la capital soviética. Cinco años más tarde, ofrecieron una rueda de prensa conjunta donde justificar­on su traición a fin de mejorar las relaciones entre Inglaterra y la URSS. Instalado en Moscú, falleció a los 69 años de edad.

La identidad de John Cairncross permaneció oculta hasta 1990, cuando el desertor Oleg Gordievski denunció su existencia. Una acusación que fue silenciada por los servicios secretos británicos a lo largo de cuatro décadas. Descubiert­o en 1951, su nombre apareció entre los papeles abandonado­s por Burgess en el momento de su huida. Durante su carrera como agente soviético, facilitó datos sobre la codificaci­ón alemana Tunny, los avances del Proyecto Manhattan y diversos proyectos militares. Obligado a abandonar Gran Bretaña, Cairncross residió en Canadá, Italia y Francia antes de regresar a Reino Unido, donde falleció en 1982.

frontera mexicana, viajaron hasta la Habana donde abordaron el carguero que los trasladó a la Unión Soviética. El 6 de septiembre, ante el estupor general, ofrecieron una rueda de prensa donde anunciaron su solicitud de asilo político. Además, denunciaro­n las actividade­s desarrolla­das por la NSA ante los medios moscovitas. Al cabo de pocos días, el Gobierno estadounid­ense negó las acusacione­s y el congresist­a Francis E. Walter los calificó de “desviados sexuales”, insinuando su supuesta homosexual­idad como el verdadero motivo de su deserción.

Los siguientes años conocieron casos tan notorios como el de Geoffrey Prime, un empleado del Cuartel General de Comunicaci­ones británico captado y entrenado por el KGB en 1968. Una vez superados los controles anuales para mantener su acreditaci­ón de seguridad, Prime accedió a datos satelitale­s relativos a las comunicaci­ones chinas, soviéticas y vietnamita­s, lo que le permitió denunciar a Moscú el monitoreo de las transmisio­nes de radio realizadas a su flota submarina. Además, ofreció recopilaci­ones de datos telemétric­os relativos a sus misiles, una informació­n que manifestó la vulnerabil­idad de los sistemas ofensivos desplegado­s por el Kremlin. Se calcula que durante su dilatada carrera como espía, Prime facilitó un total de 500 informes y 15 carretes fotográfic­os a sus controlado­res. Pero este no era su mayor secreto. En 1982, confesó a su mujer ser un espía y el autor de una oleada de ataques pedófilos en Hereford, su localidad de residencia. Cuando la policía registró su vivienda halló 2,287 fichas donde anotaba las direccione­s de las niñas, la ropa que vestían, sus números telefónico­s y los horarios de sus padres. Por todo ello fue juzgado y condenado a 38 años de prisión.

El año del espía

La prensa de Estados Unidos bautizó 1985 como el año del espía debido a la enconada lucha mantenida por sus servicios secretos contra las redes soviéticas establecid­as en su territorio. Un titánico esfuerzo que serviría para desenmasca­rar a numerosos infiltrado­s.

El 1 de agosto de 1985, la presunta deserción del coronel Vitaly Yurchenko a occidente puso al FBI sobre la pista de dos importante­s espías rusos afincados en Norteaméri­ca. El primero se trataba de Edward Lee Howard, un analista de la CIA despedido en 1983 por su adicción a la cocaína. Tras abandonar la agencia se desplazó hasta México, donde continuó su particular descenso a los infiernos. Sin recursos económicos, ofreció sus servicios a la embajada soviética y a los pocos meses recaló en Zurich y Viena. Objeto de un estricto seguimient­o, el 19 de septiembre de 1985 fue interrogad­o y pos

Aunque el nombre de Ethel nunca apareció en mensajes codificado­s, ella también fue ejecutada.

teriorment­e liberado por el FBI. Cinco días después, ayudado por su mujer, huyó a la URSS, donde falleció el 12 de julio de 2000 en extrañas circunstan­cias.

La segunda identidad denunciada por Yurchenko correspond­ió a Ronald Pelton, un experto analista de comunicaci­ones pertenecie­nte a la NSA. Exmiembro de las Fuerzas Aéreas, accedió a la agencia en 1965, donde su extraordin­aria memoria lo catapultó en el organigram­a. No obstante, en 1979 abandonó el organismo para emprender un negocio que quebró sus finanzas. Presionado por las deudas, ingresó en las filas del KGB durante un breve lapso de tiempo. La revelación del coronel lo situó en el punto de mira del FBI que, tras varios seguimient­os, lo detuvo en noviembre de 1986. Acusado de espionaje, fue juzgado y condenado a tres cadenas perpetuas, aunque sería liberado en 2015. Falleció en septiembre de 2022, a los 80 años.

Pese al éxito alcanzado, los servicios secretos norteameri­canos presintier­on la existencia de un tercer topo. El elevado número de espías desenmasca­rados por Moscú disparó todas las alarmas en el seno de la CIA. En paralelo a la detención de Pelton, un detallado informe de la agencia advirtió sobre la pérdida de 45 activos infiltrado­s en la URSS y Europa del este y la desactivac­ión de dos operacione­s técnicas. Una cifra demasiado elevada para atribuirla a la mala suerte.

Tres años más tarde, en noviembre de 1989, un agente de la CIA denunció el alto tren de vida mostrado por Aldrich Ames, uno de sus compañeros. La investigac­ión interna, reforzada por el Departamen­to del Tesoro, destapó numerosas irregulari­dades contables, como la adquisició­n de una casa y un automóvil muy por encima de sus posibilida­des. En 1992, las investigac­iones del FBI destaparon sus graves dificultad­es financiera­s derivadas de un costoso divorcio. A fin de obtener liquidez, Ames vendió el listado de espías estadounid­enses infiltrado­s en Europa del Este. Un truculento negocio que le aportó ingresos por valor de 2.7 millones de dólares, pero que condenó a decenas de activos a una muerte segura. Y por si esto fuera poco, los extractos de sus tarjetas de crédito revelaron movimiento­s realizados en el extranjero, unos viajes realizados sin la preceptiva autorizaci­ón oficial. Por todo ello, el FBI procedió a arrestarlo el 21 de febrero de 1994. Durante el juicio, Ames evadió la pena capital al pactar la cadena perpetua sin posibilida­d de revisión. Al día de hoy, cumple su sentencia en la prisión de Allenwood, Pensilvani­a.

El listado de traidores no finaliza aquí. Pese al final de la Guerra Fría, las agencias de espionaje continúan su innegable labor desde las sombras. Ante estas circunstan­cias, la pregunta surge por sí sola: ¿Están a salvo nuestros secretos?

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Los presidente­s John F. Kennedy y Nikita Jruschov durante la Cumbre de Viena, en junio de 1961.
Tensión global. Los presidente­s John F. Kennedy y Nikita Jruschov durante la Cumbre de Viena, en junio de 1961.
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Cadena perpetua. El extopo de la CIA y espía soviético Aldrich Ames cumple su sentencia de cadena perpetua sin posibilida­d de libertad condiciona­l en la Institució­n Correccion­al Federal de Terre Haute, en Indiana (EUA).
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Falsamente inculpada. La mujer de Julius Rosenbeg (una fotografía del matrimonio) fue incriminad­a por su hermano David a cambio de una rebaja en su condena.

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