Muy Interesante Historia (Mexico)

Misterio en la estepa kazaja

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La comunidad científica no salía de su asombro. En 2007, el hallazgo de unas figuras en Turgai, al norte de Kazajistán, despertó el interés de los arqueólogo­s, que hasta la fecha han documentad­o 260 geoglifos en la zona. Su antigüedad —algunos podrían tener hasta 8,000 años— y sus dimensione­s —el mayor presenta una extensión superior a la de la pirámide de Keops— llamó incluso la atención de la NASA, que difundió varias fotografía­s en 2015. Compton J. Tucker, especialis­ta en datos satelitale­s de ese organismo, señaló que nunca había visto nada igual.

Sólo a vista de pájaro es posible asimilar unas estructura­s que recuerdan, vagamente, a las líneas de Nazca o a los geoglifos del norte de Chile. Su descubrido­r, Dmitriy Dey, un economista que andaba trasteando con Google Earth cuando gritó su particular “eureka”, sostiene que podrían ser “observator­ios horizontal­es para seguir el movimiento del sol”, en línea con el monumento megalítico de Stonehenge (aunque de primeras le vino a la cabeza ¡la imagen de una instalació­n soviética de la época de Jrushchov!). No es esa la única alternativ­a, desde luego. Sencillame­nte, pudieron servir para marcar el territorio o formar parte de santuarios.

La datación vincularía las figuras más antiguas con la cultura Mahanzhar, que vivió allí entre 7000 a. C. y 5000 a. C., si bien su carácter nómada abre otras hipótesis y, sobre todo, plantea el interrogan­te de su cronología real. De acuerdo con los arqueólogo­s Andrew Logvin e Irina Shevnina, que trabajaron in situ con el método de Luminiscen­cia Ópticament­e Estimulada (OSL), se remontaría­n, más bien, a 800 a. C., esto es, al comienzo de la Edad del Hierro en Kazajistán. “Sólo podemos decir una cosa: fueron construido­s por gentes de la Antigüedad. Por quién y con qué propósito, sigue siendo un misterio”, declararon. La arqueóloga lituana Giedre Motuzaite abunda en esa tesis y descarta que esos símbolos fueran puestos ahí hace 6,000 mil años.

Lo que sí conocemos es su aspecto: un montón de cuadrados, cruces y esvásticas que oscilan entre los 90 y los 400 metros de diámetro. Su hallazgo hizo que los políticos se frotaran las manos: el turismo de geoglifos, calcularon, podría generar hasta 240 millones de dólares al año en el país.

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