¡Te atrapé!

La mayoría de las lunas de los planetas se formaron junto con ellos (la nuestra podría ser una excepción) y algunos planetas masivos

–Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, para hablar de nuestro vecindario– “atraparon” a otros objetos mucho menos masivos que pasaban por su rumbo y los “pusieron” a orbitar a su alrededor convirtiéndolos en lunas suyas.

Pero ¿cómo “atrapa” un planeta a otro objeto? Imagina una mesa rectangular larga, pero en lugar de la superficie rígida donde pondrías los platos

(madera, hierro o vidrio) has extendido muy bien una tela resistente. Vas por una bola de boliche –que pesa mucho porque es muy masiva– y la colocas cerca de un extremo, ¿qué pasa con la tela? Sí, se hunde un poco, en forma de cono o “V”. Ahora también con tu imaginación ruedas una canica de manera que pase por alguna parte de esa depresión. Si la canica va muy rápido, la curvatura la desviará y saldrá disparada; si va muy lento, hará que caiga y pegue en la bola de boliche. Pero si no va tan rápido como para escapar ni tan lento como para chocar, quedará dando vueltas alrededor de la bola –claro, en nuestro ejemplo esto no dura mucho–.

En el espacio ocurre algo similar: los objetos masivos deforman el espacio (como la bola deformó la tela) y lo curvan. Y es así como, en las condiciones correctas, capturan a otros.

A comienzos del siglo XX sabíamos de dos lunas capturadas de esta manera por objetos masivos.

A finales de ese siglo y principios del actual, en menos de 10 años la cuenta pasó de 10 a 107.