Olfato: El sentido más poderoso
La pérdida de capacidad olfativa puede ser el primer indicio de la enfermedad de Alzheimer y el Parkinson; es sólo una de las sorpresas que está deparando el estudio del sentido más poderoso.
La incapacidad de identificar algunos olores puede ser un indicador precoz de fallecimiento en las personas mayores. A esta inquietante conclusión llegó a finales de 2014 un estudio de la Universidad de Chicago, publicado en la revista PLOS ONE y liderado por el profesor de cirugía Jayant Pinto. En él participaron 3,000 personas de entre 57 y 85 años en las que se evaluó la capacidad para identificar cinco olores: menta, pescado, naranja, rosa y cuero. Los resultados no dejaron lugar a dudas: 39% de los pacientes de más edad, aquellos que no pudieron identificar todos los aromas, fueron más propensos a fallecer cinco años después. Según declaraciones de Pinto tras su presentación, “la pérdida del sentido del olfato es como el canario en la mina de carbón. Su merma no causa directamente la muerte, pero es un presagio, un sistema de alerta temprana. Nuestro trabajo podría proporcionar una prueba clínica útil, una forma rápida y barata de identificar a los pacientes con mayor riesgo de fallecer”.
Ésta es tan sólo una de las numerosas investigaciones que demuestran la complejidad de un sentido que durante muchos años ha permanecido a la sombra de otros como la vista y el oído, considerados protagonistas de la percepción sensorial. Pero algo cambió para siempre en 2004, cuando los científicos estadounidenses Richard Axel, del Instituto Médico Howard Hughes de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y Linda Buck, del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, de Seattle, pioneros en el estudio olfativo y responsables de trabajos referenciales sobre los genes olfativos, fueron reconocidos con el Premio Nobel de Medicina y reavivaron el interés por el funcionamiento de la nariz humana.
Y es que se trata de un sentido extraordinariamente poderoso. Nuestros ojos pueden distinguir varios millones de colores diferentes; y el oído, unos 340,000 tonos distintos. Sorprendente, ¿verdad? Pues la nariz los supera a los dos con creces. Ésta contiene un tejido sensorial del tamaño de un sello de correos, llamado epitelio olfativo, que tapiza el techo de la cavidad nasal. Cuenta con unos 400 tipos de receptores diferentes, construidos cada uno de ellos por un gen distinto, lo que hace que la información capturada sea más precisa que la que, por ejemplo, reciben los roedores, con sus 1,200 receptores.
El cerebro expuesto al mundo exterior
Laura López-Mascaraque, presidenta de la Red Olfativa Española e investigadora del Instituto Cajal, en Madrid, explica que “nuestro sentido del olfato es mucho más sensible que cualquiera de los otros cuatro; la respuesta olfativa es inmediata y se extiende sin intermediarios al cerebro. Es el único lugar del cuerpo donde nuestras neuronas se encuentran directamente expuestas al ambiente que nos rodea”.
Un estudio reciente realizado por investigadores del Laboratorio de Neurogenética de la Universidad Rockefeller de Nueva York, publicado en la revista Science, va un paso más allá y le otorga una mayor grandeza si cabe. Hasta ahora se creía que éramos capaces de distinguir 10,000 olores distintos, pero, según estos expertos, podemos diferenciar al menos un billón de olores diferentes. Conocido como el sentido más irracional, con un recio poder evocador y ligado a los recuerdos, el olfato es además el que más memoria posee. Y es que, según apuntan los especialistas, una imagen o una melodía bonitas la tienen muy difícil para competir con las sensaciones que puede generarnos un aroma.
“Está muy ligado a la memoria. De hecho, los recuerdos relacionados con el olfato tienen una carga emocional muy fuerte, precisamente porque están en parte procesados por áreas del cerebro donde se ubican las experiencias emocionales. Los olores pueden activar recuerdos lejanos de la infancia, momentos agradables o desagradables”, añade López-Mascaraque.
No por casualidad, hace años que las grandes empresas han descubierto en el olfato una potente vía de entrada a las emociones. Es lo que se conoce como marketing olfativo, que consiste en utilizar aromas específicos en un entorno de negocio con el fin de modificar las emociones e influir en el comportamiento del consumidor y también en el estado de ánimo de los empleados. En 2013, un estudio de mercado de la citada Universidad Rockefeller ofreció datos sorprendentes y reveladores al respecto: recordamos un 1% de lo que tocamos, un 2% de lo que oímos, un 5% de lo que vemos, un 15% de lo que probamos y ¡un 35% de lo que olemos!
Un eficiente radar que alerta de peligros inminentes
Y parece que los olores sencillos son los más efectivos para provocar nuestras ansias de compra, según revela una investigación publicada en el Journal of Retailing por un grupo de expertos de la Universidad Estatal de Washington.
Además, tal y como apunta Claudio Frágola, coordinador de la Consulta de Olfato del Hospital Universitario Ramón y Cajal
de Madrid, independientemente de su relación con nuestras emociones, “este sentido es un mecanismo básico de defensa, nos alerta de situaciones de peligro –como escapes de gas, fuego…– y nos protege de la ingestión de alimentos en mal estado. También nos relaciona con el medio ambiente que nos rodea y resulta fundamental a la hora de alimentarnos, dado que, si se ve afectado, el gusto se resiente de forma paralela”.
Por otro lado, la sensibilidad olfativa forma parte de nuestra personalidad, pues la misma sustancia o elemento u objeto no huele igual para todo el mundo. Resulta que cada nariz es un universo, y la forma en que interpreta los olores, también.
Las personas con hiperosmia son como sabuesos
Los responsables no son otros que los genes, y podemos decir que el circuito que va desde el bulbo olfativo hasta el cerebro es diferente en cada persona. Percibir un olor es, literalmente, aspirar las moléculas de las sustancias aromáticas que se encuentran esparcidas por el aire. Éstas entran en nuestra nariz y penetran hasta la mucosa olfativa. Ahí las esperan entre veinte y treinta millones de células olfativas, cubiertas de otras sensibles al aroma o de receptores olfativos, que transmiten al cerebro la información en forma de señales eléctricas. Primero pasan por el sistema límbico y el hipotálamo, las regiones cerebrales responsables de nuestras emociones y también relacionadas con la memoria; desde ellas parte de la información viaja a la corteza cerebral, donde se reconoce e identifica el olor.
En 2013 Hiroaki Matsunami, profesor asociado de Genética Molecular y Microbiología de la Facultad de Medicina de la Universidad Duke, ya apuntaba cómo los receptores olfativos no funcionan de la misma manera en todos nosotros. De hecho, de los cuatrocientos genes que gobiernan los receptores en la nariz, hay más de 900,000 variaciones. Y cuando olemos algo, los receptores que se activan pueden ser muy distintos de un individuo a otro en función de su genoma. De ahí que un mismo olor pueda encantar a una persona y resultar muy desagradable a otra.
Asimismo, llama la atención el caso de quienes poseen una mayor sensibilidad olfativa que el resto, aquellos que padecen hiperosmia, es decir, un umbral olfativo superior a lo normal. Entre ellos se encuentran las personas con un mayor índice de grasa corporal, más sensibles al olor de la comida, según datos de un trabajo de la Universidad de Portsmouth, en Inglaterra.
De igual manera resulta llamativo comprobar cómo la sensibilidad olfativa puede modificarse en función de cambios hormonales, como los que ocurren en las mujeres cuando están ovulando. Así lo ha descubierto una investigación publicada el año pasado en Hormones and Behavior. Por otra parte, los años también afectan a nuestra olfacción: “Con la edad, de modo habitual, se produce una disminución de la capacidad olfativa de la mayoría de las personas”, explica el doctor Frágola.
Un sentido sometido a renovación neuronal
Sin embargo, el sistema del olfato se renueva durante toda la vida. Hasta la década de los años 60, se pensaba que las neuronas no se regeneraban en el cerebro de los adultos, sino que las funciones de las que se fundían se distribuían entre aquellas que todavía estaban activas. Pero un estudio del Instituto Karolinska, en Suecia, publicado hace dos años en la revista Cell, abrió la puerta a un escenario muy diferente. Más de un tercio de las neuronas se renuevan periódicamente y durante toda la vida en el hipocampo, una región del cerebro que tiene especial importancia para el aprendizaje y la memoria. De hecho, las nuevas neuronas nacen a diario y, por tanto, pueden apoyar las funciones cognitivas en las personas adultas.
Nuestra nariz distingue más de un billón de olores diferentes.
Millones de personas padecen algún tipo de disfunción olfativa
Para llegar a esta sorprendente conclusión, los investigadores del Instituto Karolinska analizaron la cantidad de carbono-14 presente en los seres humanos. Así se produjo este hallazgo, que guarda una relación directa con el olfato. “El sistema olfativo tiene la capacidad de incorporar y recambiar constantemente nuevas
Una de cada 5,000 personas tiene anosmia congénita y nace sin olfato.
neuronas en dos zonas: el epitelio y el bulbo olfativo. Esto lo realiza durante toda la vida del organismo, y es un mecanismo al que se lo conoce como neurogénesis adulta. Se ha relacionado con un potencial casi ilimitado para reconocer y recordar nuevos olores”, explica López-Mascaraque.
La capacidad olfativa es en verdad todo un marcador biológico, vinculado de una u otra manera a distintos procesos internos del organismo. Incluso podría ser un indicador de que se está gestando una determinada enfermedad.
Según Doron Lancet, genetista del Instituto Weizmann de Ciencias, en Rehovot, Israel, una de cada 5,000 personas en el mundo nace sin sentido del olfato; es decir, padece anosmia congénita. Por su parte, 82 millones de europeos sufren algún tipo de disfunción olfativa.
En México se calcula que alrededor de 2% de la población padece esta condición, es decir está presente en casi 2.4 millones de personas. En otros países latinoamericanos, como Chile o Argentina, el porcentaje es similar, aunque también se estima que esta patología es subdiagnosticada.
Dado que el olfato se halla estrechamente vinculado con varios procesos fisiológicos, no es de extrañar que los expertos lo consideren un atractivo biomarcador. De hecho, cada vez son más las investigaciones que coinciden en afirmar que un olfato regular o malo puede ser un indicador precoz de dolencias leves, pero también de algunos trastornos graves, como la enfermedad de Alzheimer y el Parkinson.
En relación con estos dos últimos, el doctor Alberto Marcos Dolado, del Servicio de Neurología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, España, explica lo siguiente: “Desde hace ya unos años se ha descrito que estas enfermedades neurodegenerativas pueden comenzar años antes de sus primeros síntomas típicos, como son la pérdida de memoria o de movilidad, con una anosmia, esto es, una merma en el sentido de olfacción”. Y añade: “Esto no quiere decir que siempre que una persona pierda el olfato suponga el inicio de estos males. De hecho, es mucho más frecuente que el deterioro de la olfacción se deba a problemas nasales, como las rinitis virales, la depresión y los traumatismos craneales.
Simplemente, no hay que descartar el inicio de una enfermedad neurodegenerativa”. No obstante, estudios presentados durante la Conferencia de la Asociación Internacional de Alzheimer de 2014, en Copenhague, Dinamarca, reafirman que la disminución de la capacidad de identificar los olores es un indicio del deterioro cognitivo, una característica clínica temprana de este mal.
Un delator fiable de la presencia del Parkinson
Hace unos meses, un trabajo de la Escuela Médica de Harvard, EUA, apuntaba lo mismo tras descubrir cómo los participantes con niveles altos de placas seniles –depósitos proteicos que se forman en los cerebros con Alzheimer– identificaban mucho peor los olores, aparte de sufrir un mayor índice de muerte neuronal. Esta incapacidad olorosa podría tener su origen en el deterioro neurológico asociado a esta enfermedad, que a menudo también afecta a las células nerviosas clave para el sentido del olfato.
Desde diciembre de 2014, el Hospital Clínic de Barcelona, España, trabaja en una investigación para comprobar que, como se sospecha, el entumecimiento nasal también es un marcador preclínico de la enfermedad de Parkinson. Según declaraciones de Eduard Tolosa, neurólogo de la Unidad de Parkinson y Trastornos del Movimiento del Instituto Clínico de Neurociencias (ICN), hechas durante una conferencia de la Asociación Catalana para el Parkinson (ACAP), “el deterioro del olfato aparece antes de que la enfermedad se desarrolle, y afecta a un 90% de los pacientes”.
La relación entre olfato y salud no acaba ahí. ¿Alguna vez has escuchado hablar de las alucinaciones olfativas? Según la Academia Estadounidense de Neurología, suceden cuando una persona experimenta cortos episodios olfativos de olores fuertes y desagradables, como un tufo a pescado. Lo llamativo es que ocurre cuando en realidad no existen, y únicamente los siente la víctima de la alucinación. Si bien los expertos coinciden en que no se trata de algo común, sí han relacionado este hecho con el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular o de padecer un ataque al corazón.
De igual manera, la percepción de los olores de una forma o una intensidad anormales puede ser premonitorio de una crisis de migraña que está a punto de tener la persona con ese olfato alterado: “Aparte del dolor de cabeza, los pacientes pueden padecer excesiva sensibilidad a la luz y a los ruidos, así como a los olores. No es tanto una pérdida de olfacción como un cambio en la misma, sobre todo un aumento de sensibilidad a las fragancias fuertes, o una distorsión en cómo se perciben los aromas normales”. Y añade: “No obstante, esto es transitorio, y sólo dura unos minutos, aunque puede prolongarse durante horas. Muchas veces esto ocurre antes del propio dolor de cabeza, y es cuando entra a formar parte del aura, generalmente junto a alteraciones visuales y de otro tipo”, explica el doctor Dolado.
Parece, pues, que sobran las razones para afirmar que el olfato es un sentido protagonista en nuestra salud. Y también para confirmar que, afortunadamente, cada vez somos más conscientes de su importancia. Por eso, la visita al otorrino ya se ha convertido en algo habitual: “Cada vez son más las personas que acuden a consulta no sólo para solucionar problemas orgánicos más o menos graves, sino para buscar una mayor calidad de vida, y una alteración importante del olfato puede afectar a ésta de forma llamativa”, añade el doctor Frágola.
La doctora en Filosofía Marta Tafalla, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y autora del libro Nunca sabrás a qué huele Bagdad, carente del sentido del olfato desde el nacimiento, conoce muy bien lo que es la existencia sin poder oler. Por eso, hace unos años decidió escribir esta novela inspirada en su experiencia, donde intenta describir cómo viven y perciben la realidad los anósmicos. En ella narra cómo es la percepción en un mundo carente de aromas. “…mi nariz, por mucho que inspiró e inspiró, una y otra vez, no percibió nada”. Resulta muy complicado imaginarlo, ¿verdad?