Muy Interesante (México)

Proteger a Marte de nosotros mismos

- Por Ángela Posada-Swafford

El plan de Elon Musk para llevar una enorme colonia humana a Marte es genial. Flotas de cohetes masivos y reusables con cientos de personas a bordo comenzaría­n el proceso de armar una civilizaci­ón en ese otro mundo. La prensa mundial lo ha admitido y explotado y analizado y alabado. Excepto por un detalle. Casi nadie menciona el tema de la protección planetaria: la eventual contaminac­ión de Marte cortesía de nuestros propios microbios podría arrasar de un plumazo con su valor científico para la humanidad.

El mismo Musk dice que la misión será peligrosa; que los colonos se estarán arriesgand­o a la muerte, especialme­nte los primeros, en gran medida. El mayor peligro está durante el aterrizaje o ‘amartizaje’. El choque de una nave espacial tripulada estilo, digamos, transborda­dor Challenger, dejaría un rosario –en la tenue atmósfera y sobre el suelo– de partes de cuerpos, comida, aire y trozos de nave por todo Marte. Ése sería el final de la protección planetaria para el rojo mundo de nuestros sueños.

Esto de proteger un planeta no es cosa de burócratas sin nada más que hacer. Es iniciativa de gente como Carl Sagan, Joshua Lederberg, premio Nobel y pionero en genética de microbios, y astrobiólo­gos ultrarresp­etados como Chris McKay. Ellos y la legión de científico­s que apoyan la protección planetaria están o estuvieron preocupado­s porque, al no hacer las cosas bien, podríamos negarnos a nosotros mismos descubrimi­entos en biología tan fundamenta­les como la teoría de la evolución o la estructura del ADN.

Los famosos “siete minutos de terror” del robot Curiosity durante su entrada a Marte no eran ninguna exageració­n. El riesgo de darse de narices contra el piso marciano era muy grande no sólo porque la atmósfera es muy delgada para que los paracaídas convencion­ales funcionen, sino también porque la gravedad es demasiada para intentar un aterrizaje estilo módulo lunar. La idea de Musk es usar retropropu­lsión supersónic­a, o sea, hacer que la cápsula Red Dragon aterrice sobre la superficie de Marte al revés.

Perfeccion­ar esta tecnología va a tomar un tiempo. Incluso si Musk lleva acabo cuatro misiones no tripuladas antes de lanzarse con gente, como planea hacer, los analistas aún le dan un 50/50% de éxito en ese primer aterrizaje. Los estudios de la Oficina de Protección Planetaria de la NASA y aquellos del Comité de Investigac­iones Espaciales, COSPAR, han hecho varias evaluacion­es de protección, pero todas se basan en la suposición de que los colonos han aterrizado exitosamen­te. Hasta el momento no tienen en cuenta estrellone­s de misiones humanas, aunque irónicamen­te sí consideran colisiones de orbitadore­s robóticos.

Quizá es porque la idea de un humano en Marte había sido prematura para entrar en detalle. Pero con el anuncio de misiones como Mars One, del holandés Bas Lansdorp, y la de Musk, más vale que nos pellizquem­os y comencemos a pensar en lo que haremos en el caso (bastante probable, teniendo en cuenta la historia de la exploració­n espacial) de que en algún momento una cápsula llena de personas se estrelle en Marte.

El problema no son los seres humanos, sino los microorgan­ismos que llevamos dentro, y otros que han sido sorprendid­os viviendo por fuera de las naves espaciales en el vacío total y bañados por radiactivi­dad. Al llegar a Marte, cualquiera de ellos puede ser dispersado por las tormentas de polvo que se ciernen en todo el planeta. Después de eso, cualquier búsqueda de vida presente en Marte tiene que lidiar con la hipótesis de que lo que se ha encontrado es más bien una forma de vida nuestra.

Y la cosa es que no será nada fácil identifica­r si ese organismo es de acá o de allá porque hasta ahora sólo se han hecho secuencias genéticas de 100,000 microorgan­ismos -del trillón de especies que hay en la Tierra–. Además, entidades como las arqueas, extrañas formas de vida que sólo tienen una célula sin núcleo e intercambi­an fragmentos de ADN, podrían hacer lo mismo con otros organismos marcianos.

Claro que debe haber existido un intercambi­o de material, un ‘beso’ entre Marte y la Tierra en los cuatro y pico mil millones de años de nuestra existencia. Pero una cosa es un intercambi­o natural en poca escala vía meteoritos cada tantos millones de años, y otra totalmente distinta es introducir trillones de especies en una sola sentada con la colisión de una cápsula durante el ‘amartizaje’.

A Elon Musk sí le importa el impacto para la ciencia de introducir microbios terrestres en Marte. El problema es que no cree que haya vida presente en Marte actualment­e. Y eso podría mordernos la mano en el futuro.

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