Riqueza casi infinita
embargo, Dasharatha tuvo una segunda esposa, Kaikeyi, con quien procreó a Bharata, y una tercera, Sumitra, quien trajo al mundo a los gemelos Lakshmana y Shatrughna. Como familia extendida, todos ellos compartían la vida en palacio, en un ambiente de aparente armonía.
Desde pequeño, Rama sobresalió entre sus hermanastros por su desempeño militar. Su primera misión, como encarnación del dios Vishnú, fue combatir a una diablesa, a quien venció. Tras esa victoria, marchó a la ciudad de Janakpur, donde luchó por conseguir que el rey Janaka le concediera la mano de su bella hija, Sita, encarnación de Lakshmi, la esposa de Vishnú. Ambos regresaron a Ayodhyá para continuar su vida como marido y mujer.
Al aproximarse la fecha para que Rama fuera proclamado rey, surgió un fuerte conflicto familiar. El rey Dasharatha debió cumplir la promesa hecha al padre de su segunda y esposa preferida, Kaikeyi: que el primer hijo de ella, Bharata, recibiría tal proclamación. Por si fuera poco, Rama fue condenado al destierro, durante el cual lo acompañaron Sita y su medio hermano Lakshmana. Los tres vivieron aquel exilio en la selva, donde se dedicaron a combatir a los demonios que asolaban a la población. Entre esos malignos seres, figuraban tres hermanos: Surpanakha, Khara y Ravana. Lograron derrotar a los dos primeros, no así al tercero, el terrible rey de Lanka, a quien el dios Brahma le había otorgado el don de la invulnerabilidad ante los ataques de dioses y demonios, pero no de los simples mortales. De ahí que Vishnú hubiera decidido que su séptima encarnación fuera en un hombre: Rama.
Para vengar a sus hermanos, Ravana raptó a Sita y la llevó a su palacio. Prendado de su belleza, la intentó convencer de que se casara con él. Sin embargo ella, fiel a Rama, lo repudió. Por tal rechazo, el rey-demonio la mantuvo secuestrada con la amenaza de devorarla si no aceptaba sus pretensiones. Por su parte, Rama emprendió el rescate de Sita, con la ayuda de un ejército de monos y osos. Tras cruentas batallas con las fuerzas demoniacas de Ravana, consiguieron aniquilarlas.
Una vez a salvo, Sita fue rechazada por Rama, quien la consideraba indigna por haber sido ‘tocada’ por aquel ser diabólico de diez cabezas. Fue el espíritu del para
Una destacada muestra del arte inspirado en el Ramayana puede apreciarse en Angkor-Wat, la ciudad-templo del hinduismo, en Camboya. En varios bajorrelieves de este sitio arqueológico del siglo XII se observan escenas de ese poema épico, como la del combate de los monos en favor de Rama. Al respecto, en la edición de El Correo de la UNESCO dedicada a las grandes epopeyas de Asia se lee: “El clamor y la confusión, el asalto feroz y la valiente defensa del campo de batalla, están vertidos con increíble destreza y con una inventiva inextinguible; toda la superficie del muro está decorada con formas cuyas posturas dramáticas registran una variedad sencillamente asombrosa. Una vez que el ojo se ha habituado a este estilo desprovisto de exageración e insistencia, descubre en él una riqueza casi infinita que admirar”.
Asimismo el templo Dashavatara, en Deogarh, India, está consagrado a los avatares o encarnaciones del dios Vishnú, entre ellas Rama. Incluso se dice que en ese recinto “hubo en otros tiempos un friso que representaba las peripecias del Ramayana, friso del que no queda sino un pequeño fragmento de una belleza profundamente conmovedora”. entonces difunto Dasharatha el que convenció a su hijo de que el rapto de su esposa había ocurrido por los designios del dios Vishnú, para salvar al mundo de los demonios. De nuevo juntos y reconciliados, Sita y Rama regresaron a Ayodhyá, donde Bharata le cedió el trono del reino, tal como le correspondía, al héroe de esta historia.
Epopeya de valores
Más allá de sus valores estilísticos y narrativos, son sus valores morales los que han hecho del Ramayana una epopeya que ha trascendido en el tiempo hasta nuestros días y a través de la geografía al resto del mundo. De hecho, “Rama es desde hace siglos el ideal viril de los hindúes, mientras que Sita representa el ideal femenino. Rama es obediente y respetuoso con sus padres, lleno de amor y de consideración por Sita, leal y afectuoso con parientes y amigos, respetuoso y humilde ante los dioses, los sacerdotes y los sabios, benévolo y afable con sus súbditos, y justo y misericordioso con sus enemigos. Sita, por su parte, demuestra una obediencia y una deferencia sin límites para con su marido y la familia de éste, y al mismo tiempo el valor de querer arriesgar su vida por defender su virtud”, escribió Arthur L. Basham, académico de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres, en la edición de El Correo de la UNESCO dedicada a los grandes poemas épicos de Asia.
Ahondando en el tema de los valores contenidos en el Ramayana, mientras Rama renuncia a su reino a favor de su medio hermano (Bharata), Ravana mata a su medio hermano (Kuvera) para usurpar su reino; en tanto el dios-héroe sólo tiene una esposa y obedece a sus padres, marchando al exilio, el rey-demonio tiene varias mujeres y desobedece a sus padres para enfrentarse a su hermano. Mientras el protagonista honra a su esposa buscándola afanosamente, el antagonista rapta a la mujer de otro para hacerla suya. Uno defiende la ley que beneficia a la comunidad, incluso a costa de sus intereses personales, y el otro favorece la ley del más fuerte para beneficiarse.
Esta mítica lucha, en la que idealmente la bondad vence al mal, es la que desde hace más de 2,000 años prevalece en el imaginario colectivo de quienes profesan el hinduismo y se recrea anualmente en festivales como el de Dussehra.