Sabías que...
El cenit de la industria ballenera vasca coincide con las décadas centrales del siglo XVI, pero ríos de tinta se han escrito para determinar la fecha de las primeras expediciones vascas al norte del continente americano. La mayoría de autores coinciden en apuntar a los inicios del siglo XVI como la fecha más probable para las primeras travesías. Otros, sin embargo, la retrasan hasta finales del siglo XIV, lo que en la práctica significaría que los balleneros vascos pisaron las costas de América antes que el propio Cristóbal Colón. En cualquier caso, estos forasteros procedentes de ultramar no siempre disfrutaban de una bienvenida cordial por parte de los nativos. En 1615, en un tiempo en el que la industria ballenera cantábrica ya había comenzado su lento pero inexorable declive, tres balleneros vascos arribaron a costas islandesas en busca de ballenas, pero, terminada la temporada de pesca, zarpando con destino a casa, un violento temporal empujó los barcos hacia las rocas, y como consecuencia quedaron inutilizables. Treinta y dos de estos marinos fueron ejecutados por orden de un juez, acusados de crímenes –según las fuentes locales contemporáneas– más que dudosos en la que se conoce como “Matanza de los españoles”. En realidad el siglo XVII certificó la defunción de la industria vasca, y aunque los marinos y balleneros del norte español siguieron muy cotizados por las flotas de otros países en las décadas sucesivas, la irrupción en los mares del norte de Inglaterra, Holanda, Dinamarca y más adelante Noruega, en busca del preciado aceite de ballena, precipitó el ocaso y extinción de la pesca vasca de la ballena.
Fue a finales del siglo XVI cuando en el intento y competencia por descubrir el Paso del Noroeste, ingleses y holandeses avistaron ballenas en el Ártico, inaugurando una nueva era en la historia de la industria del pez colosal. Los ingleses se lanzaron a la caza de cetáceos de Groenlandia (o ballena boreal) en las proximidades de sus colonias americanas a comienzos del siglo XVII, y a mediados del siglo sucesivo,
Los marinos vascos divisaban al gran cetáceo en tierra firme, desde atalayas costeras construidas ex profeso.
imponían su ley a sus competidores erigiéndose en primera ‘potencia’ en la pesca de la ballena, en abierto y tenso conflicto con los holandeses, cimentando las bases de una rivalidad rayana en el duopolio. Ingleses y holandeses se afanaron durante este periodo en mantener a raya y lejos del archipiélago de Svalbard, en la actual Noruega, la pesquería más activa de la región durante estos años. Pero el frenético ritmo de pesca de las dos naciones era insostenible, y pronto los focos de pesca tuvieron que trasladarse hacia el este, en la costa oeste de Groenlandia. Las tradicionales factorías de procesado quedaban más y más lejos de la presa. Las ballenas estaban cada vez más distantes de la costa, lo que obligó a inaugurar una nueva etapa en la historia de la pelea entre el hombre y la ballena, con el alta mar como dramático punto de encuentro y remoto “campo de batalla”.
Balleneros sin fronteras
A partir de mediados del siglo XVII los barcos balleneros (que en ocasiones eran simples naves mercantes readaptadas) se convirtieron en factorías flotantes. Las travesías pesqueras se prolongaban durante meses, e incluso años, y los buques, provistos ahora de puentes laterales de madera donde trocear al animal, no sólo buscaban y capturaban a la presa, sino que también la procesaban in situ a fin de obtener un aceite de primerísima calidad. Emergió así la figura romántica del ballenero de Herman Melville, que recorre errabundo los mares y océanos del mundo y que escudriña el mar en busca incansable de un chorro de agua que, al grito del icónico “¡Por allí resopla!”, movilice a la tripulación y a los arponeros que, a bordo Los lamalera, en Indonesia, son una de las últimas comunidades que se mantienen fieles a las técnicas tradicionales de caza de ballenas, empleando arpones y cuerdas.