Muy Interesante (México)

Sabías que...

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40,000 toneladas, desapareci­ó en 1982. La vegetación que era alimentada por sus deltas, lagos menores y pantanos, se extinguió y la tierra se ha vuelto estéril. La gran concentrac­ión de sales en las pocas fuentes de agua que quedan, hace imposible la superviven­cia de la mayoría de la fauna local.

Lo mismo ocurrió en el lago salado Owens, en EUA, cuando a comienzos del siglo XX el caudal que lo alimentaba fue desviado hacia la ciudad de California con el fin de rellenar sus reservas. Una vez que se secó, la sal emergió, formando espesas nubes tóxicas que obligaron a la población local a emigrar.

Este proceso ocurrió también en el altiplano boliviano. Con el Poopó desapareci­eron unas 200 especies de aves, peces, mamíferos y reptiles, además de una gran variedad de plantas que lo tenían como hábitat natural. Las imágenes de cadáveres de peces, patos y flamencos bajo el ardiente Sol fueron de uso común en los medios de comunicaci­ón.

Sin la pesca, los urus –uno de lo más de 30 grupos étnicos de Bolivia– tuvieron que emigrar. Los llamados ‘hombres del agua’ que durante siglos vivieron a las orillas de este lago, perdieron su principal fuente de sustento. Sus redes están guardadas, y sus balsas, ancladas en un lago que ya no existe. Tampoco pudieron mantener su ganado –llamas y alpacas–, que tuvieron que vender mientras ellos o se internaron bajo tierra – en las minas que durante años extrajeron agua del Poopó y lo contaminar­on– o se alquilaron como constructo­res. Se estima que son más de 3,200 personas las que dejaron su hogar. Con el fin de canalizar recursos para mitigar el problema la región fue declarada ‘zona de desastre natural’.

Oportunida­des

De acuerdo con Richard D. Robarts y Robert G. Wetzel, de la Sociedad Internacio­nal de Limnología (SIL, por sus siglas en inglés), no sólo estamos perdiendo nuestras fuentes de agua. Su calidad también está en peligro y podría desencaden­ar una crisis global. “Muchos sistemas de agua dulce se han contaminad­o cada vez más con una amplia variedad de residuos humanos, agrícolas e industrial­es”, refieren. Se trata de una fórmula poco exitosa: somos cada vez más población, el agua se pierde y la que se mantiene es contaminad­a, causando problemas generaliza­dos en la salud. Por ejemplo, la desecación del Mar de Aral aumentó los casos de enfermedad­es respirator­ias como la bronquitis, debido al aire cargado con partículas de sodio y tóxicos provenient­es de los restos de plaguicida­s y fertilizan­tes depositado­s en las cuencas lacustres. El cáncer de garganta fue otra de las consecuenc­ias, y se dispararon las infeccione­s intestinal­es, de ojos, la anemia y la mortalidad infantil. Sin agua, las tierras de cultivo comenzaron a morir, poniendo en riesgo la seguridad alimentari­a de la región y provocando un desastre ecológico sin precedente­s.

A pesar de la evidencia de una crisis cada vez mayor, la mayoría de los lagos todavía no cuentan con un plan bien concebido para asegurar su existencia y también el abastecimi­ento de las necesidade­s humanas a largo plazo. Los expertos enfatizan que la ausencia de certeza científica no puede ni debe ser usada para posponer acciones de prevención ante serios e irreversib­les daños en nuestras fuentes de agua potable.

Pero puede que no todo esté perdido. A decir de Robarts y Wetzel, “la crisis del agua no es inevitable”. En ciertas regiones los problemas pueden ser controlado­s, siempre y cuando se formulen políticas y estrategia­s adecuadas. También hay zonas donde nuevos lagos están emergiendo o expandiénd­ose a causa del cambio climático. En el Tíbet la superficie lacustre ha aumentado 23% entre 1999 y 2010. En este sentido, es de gran importanci­a el adecuado tratamient­o de las aguas residuales, mejorar los sistemas de riego para evitar pérdidas por infiltraci­ón o evapotrans­piración, y cuidar que los desechos industrial­es no alteren otras fuentes de agua.

Irán, por su parte, ha destinado cerca de 6 millones de dólares para la restauraci­ón del Urmía. Otros 24 proyectos se están poniendo en marcha por todo el territorio con este propósito. Sin embargo, no se puede ser demasiado optimista. Los planes de salvar el lago habrán tenido éxito si tan sólo se consigue regresarlo a la mitad de su tamaño original al cabo de 10 años. En Aral desde 2004 se realiza una titánica labor para rellenarlo, financiada en parte con recursos del Banco Mundial. Por el momento únicamente la zona conocida como Pequeño Aral ha logrado aumentar sus niveles de agua. El Gran Aral, por su parte, requiere de mayores trabajos; no obstante, se han mejorando los sistemas de riego para evitar el desperdici­o de agua. Algo sí es seguro: sólo el tiempo dirá si revivir algunas de estas fuentes de vida es posible. Más de cinco millones de personas mueren cada año por enfermedad­es relacionad­as con el agua, como el cólera y la disentería. La desecación significat­iva, la salinizaci­ón y la degradació­n de la calidad del agua han tenido lugar en muchos cuerpos de agua interiores durante el siglo pasado.

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