Tres islas para descubrir
A veces hay que huir de hoteles y centros históricos: una gran opción es visitar una isla.
Llegar en bote... y sentarnos a imaginar cómo sería vivir en un lugar incomunicado, eso es lo que ofrece el territorio insular mexicano. Cuenta con poco más de 3,000 islas –incluyendo islotes, cayos o rocas (muchas de ellas sin nombre)– aunque de ellas sólo 144 están habitadas.
La más grande de todas –la isla Tiburón– no puede ser visitada más que con un permiso especial que se tramita en Hermosillo: se trata de una reserva natural apartada para uso de los seris de Sonora y además se encuentra allí una base militar estratégica. Cubre un territorio casi del tamaño de la Ciudad de México y está llena de fauna y flora en estado semivirgen. Algo similar ocurre en la isla Ángel de la Guarda (la segunda más grande de México), a unas cuantas millas náuticas al noreste de isla Tiburón, pero ésta sí puede ser visitada por el viajero audaz. Ángel de la Guarda es una isla volcánica de 931 kilómetros cuadrados, parte del municipio de Mexicali, que se puede explorar por mar para observar a los leones marinos que encallan en sus rocas (y que muchos pescadores cazan de forma ilegal para usarlos de carnada o para aprovechar su grasa). Las ballenas azules, jorobadas, cachalotes, orcas y delfines nadan en su migración justo en sus estrechos –uno de ellos tiene el nombre de Canal de Salsipuedes, pues allí se forman corrientes y remolinos que dificultan la navegación, especialmente si deja de soplar el viento– y es una delicia avistar todo tipo de aves que buscan comida cerca del mar. Además, con 115 especies de reptiles (48 endémicas), la isla Ángel de la Guarda alberga 10% de la diversidad herpetológica del país. Los seris y los cochimíes alguna vez visitaron esta isla, pero nunca ha sido habitada de manera permanente por ser un sitio donde escasean las fuentes de agua dulce. A pesar de eso, la isla resguarda una base ballenera en su punta norte, el llamado Puerto Refugio, y muchos campamentos de pescadores se establecen por temporadas para atrapar pepino de mar y otras especies que regresan a vender a las costas. La infraestructura turística no es muy grande y quizá por esa razón vale la pena aventurarse.