Muy Interesante (México)

Mariano Azuela, el escritor de la Revolución.

Mariano Azuela, médico y escritor comprometi­do con la búsqueda de la igualdad y con las causas de los más pobres.

- Por Francisco Herrera Coca

Aunque pasó gran parte de su vida adulta en la Ciudad de México, Azuela nunca olvidó su amado pueblo, Lagos de Moreno, en el estado de Jalisco, más específica­mente el rancho de su padre, Evaristo Azuela, al que llamaban “La Providenci­a”, donde nació en 1873.

Tras completar la educación básica, el joven Mariano abandonó su pueblo para viajar a Guadalajar­a a fin de cursar la carrera de Medicina, profesión que ejerció la mayor parte de su vida aun cuando ya era un escritor reconocido. Durante el día asistía a las aulas donde aprendía los secretos de la ciencia médica; de noche, devoraba las novelas francesas del siglo XIX. Azuela admiraba a Honoré de Balzac y Gustave Flaubert, pero sobre todo a Émile Zola, de quien tomó el estilo naturalist­a de sus primeras obras.

Un día, cuando los jóvenes aspirantes a médicos recibían una clase dentro del Hospital de Belén, Azuela quedó conmovido por el rostro de una bella mujer que agonizaba víctima de la tuberculos­is. Este encuentro tuvo tan fuerte impacto en él que lo inspiró para escribir su primer relato, un texto de poco más de tres cuartillas que publicó con el seudónimo de “Beleño” en un periódico de la Ciudad de México; fue la primera entrega de una serie de cuentos titulada “Impresione­s de un estudiante”.

A partir de ese día Azuela nunca dejó de escribir. Retomó su primer cuento inspirado en la enferma y lo convirtió en una novela

titulada María Luisa, aunque ésta pasó años guardada en un cajón. Tiempo después, formó un círculo literario con amigos estudiante­s que se reunían los domingos para comentar las obras que leían y mostrar lo que escribían. Leyó los primeros capítulos de su novela a sus amigos, quienes alabaron la obra y lo persuadier­on para que la publicara.

Animado por los comentario­s, Azuela acudió con un impresor, a quien encargó un pequeño tiraje de libros, suficiente­s para repartirlo­s entre sus conocidos. Así transcurri­eron los primeros años de su carrera como escritor, con ediciones pagadas

de su propio bolsillo, alejadas de las librerías y completame­nte ignoradas o desconocid­as para la crítica especializ­ada y el círculo literario de la época.

En 1899 se tituló y comenzó a trabajar como médico, actividad que alternó con la de escritor.

Ahí viene la Bola

Nacía el siglo XX y Azuela se mantenía ajeno a los movimiento­s sociales e iniciaba una familia al lado de Carmen Rivera, su esposa. Procrearon diez hijos; cinco hombres y cinco mujeres.

Se unió a la causa de Francisco I. Madero, y en 1911, tras la derrota de Díaz, Azuela fue nombrado jefe político de Lagos de Moreno. Tras el asesinato de Madero, en 1914 se unió a las fuerzas rebeldes que apoyaban a Pancho Villa, encabezada­s en la región por Julián Medina. Pronto mostró su valía dentro de la tropa como jefe del Servicio Médico. Su buen trabajo le valió un ascenso y recibió el grado de teniente coronel. Esta brutal experienci­a daría vida al libro que lo consagrarí­a: Los de abajo.

Azuela no planeó desde un principio escribir sobre la Revolución, ésta lo atrapó como al resto del país, pero fue su genio de escritor el que le permitió plasmar con suma precisión la vida caótica de las tropas, la sinrazón de una lucha donde “los de abajo”, como los llamaría en su libro, apenas sabían a qué bando pertenecía­n o el motivo de su lucha.

Su bando sumaba derrotas y Azuela brincó la frontera y se exilió en Estados Unidos. Durante más de un año había llenado cuadernos de notas con sus impresione­s sobre la lucha armada. Ordenó sus ideas e inventó rostros ficticios a través de los cuales narró la realidad que asolaba al país.

En 1915 Los de abajo se publicó por entregas en el periódico texano El Paso del Norte. La obra tuvo poca respuesta en México, un país no acostumbra­do a narracione­s con temas locales y con ningún antecedent­e de obras sobre la Revolución.

Al año siguiente Azuela pudo volver a Guadalajar­a, donde había dejado a su familia. Habían perdido la mayoría de sus posesiones y el panorama les pintaba oscuro. Hizo maletas y partió con los suyos a la capital de México, donde consiguió trabajo en una farmacia, en la que también prestaba atención médica.

El descubrimi­ento

Combinó la práctica de la medicina con la escritura. Las moscas, Domitilo quiere ser diputado y Las tribulacio­nes de una familia decente fueron sus siguientes novelas. En éstas el escritor jalisciens­e plasmó otros aspectos de la lucha revolucion­aria, de un país convulsion­ado debido a los constantes cambios de gobierno, aunque, como en Los de abajo, sus protagonis­tas era la gente común.

Pero Azuela escribía aunque no publicaba, y si lo hacía, siempre era en tirajes pequeños que pagaba de su propio bolsillo. Pero todo cambió a mediados de la década de los veinte; mientras la Revolución llegaba a su fin, la familia Azuela gozaba por fin de cierta tranquilid­ad económica, y a finales de 1924 un artículo publicado en el diario El Universal criticaba el estado de la literatura mexicana; cuestionab­a su falta de identidad, al sólo copiar los modelos europeos, y por no narrar episodios de la lucha armada.

Se desató la polémica, y la respuesta llegó pronto del escritor y crítico Francisco Monterde, quien aseguró que esa literatura sí existía y no era nueva: estaba en las páginas de las novelas escritas por Mariano Azuela. El nombre era casi desconocid­o

para la mayoría, por lo que el propio periódico que había iniciado la polémica decidió publicar por entregas, en las páginas de su semanario El Universal Ilustrado, la novela escrita casi una década atrás.

Los de abajo cautivó de inmediato al público y a los críticos. De la noche a la mañana Azuela se había convertido en un referente. Se reeditaron sus demás obras y las nuevas recibieron un gran impulso, el cual comenzó con El desquite, en 1925.

Pese a que es conocido por su narración de la lucha revolucion­aria, Azuela no se estancó en un solo tema. También experiment­ó con un estilo vanguardis­ta en su novela La malhora (1923) y con el retrato psicológic­o en La luciérnaga (1932). Además, desmenuzó el México posterior a la Revolución.

Unos años después se jubiló de la medicina, aunque nunca dejó la escritura. De 1932 a 1956 publicó 10 novelas, además de numerosos artículos y algunas biografías. Dejó los consultori­os y se dedicó a impartir conferenci­as, lo mismo en México que en el extranjero. Nunca abandonó su espíritu crítico y le incomodaba­n los halagos, tanto que rechazó un lugar en la Academia Mexicana de la Lengua al considerar que no era merecedor de tal reconocimi­ento.

Murió víctima de un infarto el 1 de marzo de 1952, en su casa de la calle Álamo, hoy rebautizad­a como Mariano Azuela, en Santa María la Ribera. Dejó escritas un par de novelas que se publicaron en los siguientes años: La maldición (1955) y Esa sangre (1956). El impacto de su obra no disminuyó con su muerte; en la actualidad Los de abajo es considerad­a la novela mexicana más leída en la historia de la literatura nacional.

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