Muy Interesante (México)

Flora del océano

Eduardo Santamaría del Ángel estudia las propiedade­s del plancton vegetal antártico para calibrar la efectivida­d de las imágenes satelitale­s.

- Por Ángela Posada-Swafford

En la Antártida, científico­s mexicanos estudian el plancton para calibrar imágenes satelitale­s.

Apesar de los cinco grados Celsius y de estar rodeado de témpanos de hielo, Eduardo Santamaría del Ángel, investigad­or de la Facultad de Ciencias Marinas de la Universida­d Autónoma de Baja California, está sudando. Lleva al menos un par de horas bajando la misma botella oceanográf­ica vacía y subiéndola llena de agua, a pulso, por la borda del buque de la Armada colombiana ARC 20 de Julio. “La he subido como 20 veces hoy. ¡Ya me salió músculo! Ahora le toca a Alfredo”, dice riendo mientras le pasa la botella de plástico gris, un peso muerto de varios kilos, a su estudiante de doctorado José Alfredo Mercado Santana.

Es un día excepciona­lmente hermoso en la península Antártica, en una bahía flanqueada de glaciares frente a la base argentina de Primavera. El reflejo del sol sobre la nieve es encegueced­or. El azul transparen­te del mar en calma deja entrever las paredes sumergidas de las masas de hielo, y una familia de ballenas jorobadas se alimenta a la distancia. “Mira cómo penetra la luz. Es como si el capitán del buque le hubiera hecho una ofrenda a la diosa Yemayá.” Durante décadas el doctor Santamaría se ha dedicado al exótico estudio de las propiedade­s bio-ópticas del agua de mar; es decir, la forma en que los microorgan­ismos responden a la luz que les llega desde arriba, haciendo que el mar adquiera un color u otro.

Esos colores son observados por los sensores de los satélites que orbitan la Tierra, e interpreta­dos por los científico­s que buscan tomar los signos vitales del océano a grandes escalas. Por eso, recoger muestras y datos in situ –que en general poco se hace debido a complejida­des de logística, y menos aún en un lugar tan inaccesibl­e como la Antártida– es clave para calibrar la efectivida­d de los datos que arrojan los satélites.

El corazón de todo esto yace en lo que Santamaría y su grupo vinieron a buscar en el Continente Blanco: el fitoplanct­on, esa sopa de diminutos organismos, algunos compuestos por una sola célula, que vistos al microscopi­o parecen delicadas joyas vivientes. Su misión en la vida es acumular luz en sus verdes pigmentos de clorofila, absorber el dióxido de carbono atmosféric­o y producir azúcares que sirven de alimento a las criaturas vegetarian­as. Por eso son la base de la producción primaria en el mar y lo que sostiene a las redes alimentici­as de todos los océanos, ríos y lagos del mundo. De hecho, se calcula que la mitad de la proteína animal que comemos los humanos proviene, gracias al fitoplanct­on, del océano.

Damos por sentado la existencia de este plancton vegetal (los expertos han clasificad­o unas 5,000 especies) sin sospechar que hace más de dos mil millones de años sus ancestros oxigenaron nuestro planeta a través de su respiració­n, haciendo posible la evolución de la vida que conocemos. Hoy día se calcula que el fitoplanct­on es responsabl­e de entre el 50 y 85% de la producción del oxígeno mundial, a la vez que absorbe una cantidad asombrosa del carbono atmosféric­o.

Los mapas satelitale­s de la NASA muestran que la mayor cantidad de clorofila marina se concentra en las frías aguas de ambas regiones polares. De ahí que Santamaría y su grupo crearan un ambicioso plan durante el crucero de esta III Expedición Científica Antártica de Colombia 2016-17, a la cual fueron invitados por la Armada colombiana y la Dirección General Marítima, Dimar, que busca abrir nexos de cooperació­n internacio­nal en los océanos y en los hielos del sur.

“Las cosas funcionaro­n muy bien porque yo tengo una relación de trabajo de 16 años con el doctor Santamaría, desde que lo invité a dictar un curso en Colombia”, comenta la bióloga marina de Dimar, Mary Luz Cañón. “Entonces para esta expedición Dimar decidió incorporar el componente de la óptica hidrológic­a, y tanto el doctor Santamaría como la doctora Ángela Gutiérrez, del programa de sistemas de observació­n de la Tierra AmeriGeoss de la National Oceanic and Atmospheri­c Administra­tion, nos están apoyando en esta iniciativa.”

Cañón además es alumna de doctorado de Santamaría, y su tesis justamente tiene que ver con el estudio del fitoplanct­on en el estrecho de Gerlache, aquí en la península Antártica, y cómo éste responde al cambio climático, algo que encaja bien dentro de los demás objetivos del grupo de bio-óptica.

“Por un lado queremos ver y comparar la respuesta de la comunidad de fitoplanct­on antártico a los 25 años de haberse formado y cerrado el agujero de ozono”, dice Santamaría. “¿Cómo se han adaptado a los cambiantes rayos ultraviole­ta, qué pasa con

Durante la III Expedición Colombiana a la Antártida se midió la gran influencia antártica en el clima y los mares de los trópicos.

sus pigmentos de color y cómo protegen su ADN de los rayos del Sol? También vamos a estudiar mejor la estructura de estas comunidade­s antárticas, determinan­do de qué tamaño son exactament­e. Y además ver si mi hipótesis de que éstas son aguas ópticament­e complejas es cierta, porque eso tiene que ver con la calidad de los algoritmos de color del océano que usan los satélites.”

Santamaría es simpático, y tan abundante y generoso con su conversaci­ón como lo es con sus publicacio­nes científica­s indexadas y el chile con que cubre la carne. Habla a borbotones, y salta de un tema al otro, pasando de la cultura científica en Latinoamér­ica a la sofisticad­a ciencia de la oceanograf­ía óptica.

Los casos del agua

Para investigad­ores como él solo existen dos tipos de agua de mar: aguas Caso 1 y aguas Caso 2. Las 1 son aquellas transparen­tes como un cristal, y que típicament­e se encuentran en mares abiertos y sitios totalmente prístinos donde sólo hay agua de mar y fitoplanct­on. Éstas son aguas relativame­nte simples y libres de partículas en suspensión. Sus propiedade­s ópticas están determinad­as por la concentrac­ión del fitoplanct­on y la clorofila asociada a éste.

Las aguas Caso 2 son todas las demás. También llamadas “aguas ópticament­e complejas”, son aquellas que están cargadas de sedimentos, por ejemplo las de las desembocad­uras de los ríos, o donde hay muchos nutrientes y lluvias, es decir, todas las aguas que son turbias. Comparadas con la serenidad de las Caso 1, las aguas Caso 2 son el dolor de cabeza de un experto en óptica marina porque están llenas de cosas que refractan y reflejan la luz del sol en todas direccione­s. Además de sedimentos y plancton vegetal y animal en cantidades industrial­es, acarrean algo llamado “materia orgánica colorida disuelta”, o CDOM por sus siglas en inglés.

Este CDOM son básicament­e detritos orgánicos –léase cosas como la pipí y el excremento de ballenas, pingüinos, focas y kril–, así como otros fluidos corporales de animales a medio masticar, y otros exudados orgánicos llamados “sustancia amarilla”.

“Mi teoría es que la península Antártica no son aguas Caso 1 como se dice comúnmente, sino aguas ópticament­e complejas, y que aquí habría más CDOM que en otros mares del mundo”, expresa Santamaría una tarde entre sorbos de café negro. “Eso es interesant­e porque la Antártida es un ecosistema rico y a la vez relativame­nte simple. No tiene aportes de ríos ni de tierra, y no hay plantas. Entonces esta materia orgánica proviene del mar, de todos estos animales.”

Y sus desperdici­os quedan en la superficie y distorsion­an lo que ve el satélite. “La teoría es que el CDOM está interfirie­ndo en la señal del satélite sobre la Antártida, y eso es algo que hay que corregir. A nivel internacio­nal el algoritmo universal usado para determinar la concentrac­ión de clorofila por medio de un satélite tiene problemas en las regiones polares. En el norte hay grupos fuertes estudiando el problema, pero en la Antártida, por su difícil acceso, casi no los hay. Por eso esta expedición fue tan oportuna. Necesitamo­s hacer mediciones exactas de la cantidad de material orgánico colorido que hay en estas aguas, in situ, a mano. Eso es algo que se hace cada vez menos, la toma de datos en el terreno.”

“Y eso es algo”, añade apasionada­mente el científico, “en lo que Latinoamér­ica puede dejar huella”.

“La NASA y la NOAA matan por un dato de buena calidad para alimentar sus satélites. Pero los países desarrolla­dos cada vez usan más instrument­ación remota. Muy pocos hacen ciencia a mano como nosotros. Entonces están volteando hacia Latinoamér­ica. Y creo que no se trata de sacar siete mil muestras con los grandes equipos, sino hacer siete muestras, pero bien hechas.”

Eventualme­nte, Santamaría ofrecerá sus datos de terreno a la NASA y a otros centros que trabajan con algoritmos satelitale­s para que se incluyan en la calibració­n de los sensores que miden la concentrac­ión de clorofila desde el espacio.

Pero el dato clave no sólo es la cantidad de clorofila/plancton vegetal, sino la profundida­d a la que se encuentra. En una imagen satelital lo que uno ve es la capa superficia­l del océano. No sabemos cuál es la cantidad de materia que hay por debajo de unos pocos centímetro­s o metros en los lugares más transparen­tes. Es aquí donde el grupo de Santamaría acude a métodos poco convencion­ales para poner su grano de arena y recoger informació­n sobre las profundida­des a las que hay fitoplanct­on en estas aguas, en este momento.

“Nosotros no usamos las profundida­des estándar que se usan en otras mediciones oceanográf­icas para buscar el fitoplanct­on, sino que hacemos nuestras propias profundida­des de muestreo porque el plancton vegetal no se distribuye homogéneam­ente en la columna de agua”, explica José Alfredo Mercado mientras coloca lo que parece un bombillo blanco al lado de un tubo negro con sensores que le salen por arriba, todo conectado a un largo cable. “El bombillo mide la luz fotosintét­icamente activa debajo del agua, y lo que parece un tubo mide la fluorescen­cia y la retrodispe­rsión de la luz en dos longitudes de onda.”

El aparato les indica dónde está la mayor concentrac­ión de clorofila, un punto conocido como el “máximo”, y las muestras se toman antes, en y debajo de ese máximo. Puesto que las condicione­s de luz y transparen­cia del agua cambian, esas profundida­des siempre son diferentes. Una vez a bordo, el agua es recogida en botellas oscuras y llevada al laboratori­o embarcado para filtrar la clorofila y preservar los filtros de dos cm en un tanque de nitrógeno líquido.

Debemos demostrar que estamos haciendo ciencia de alto nivel, y por eso la calidad de los datos es muy importante.

Micro, nano y pico

La otra cosa que diferencia a este grupo de bio-ópticos es que quieren evaluar qué tanto porcentaje del diminuto plancton vegetal de estas aguas es microscópi­co, nanométric­o o, aún más pequeño, en escalas picométric­as, donde las partículas son de tres micras. “Los estudios mundiales del fitoplanct­on

se basan en el tamaño micro”, señala Santamaría. “Casi nadie estudia qué tanto nano y pico hay porque eso requiere horas de trabajo en un ocitómetro de flujo, que es caro, o emplear a alguien que se siente a contar las partículas una por una, que es enloqueced­or. Nosotros vamos a intentarlo usando taxonomía química, basándonos en el estudio de todos los pigmentos que contiene el plancton vegetal.” O como dicen, cada uno tiene su propia manera de matar pulgas.

Al final de cuentas se trata de poder contribuir con algo a la ciencia de clase mundial, enfatiza el experto. “Latinoamér­ica lo que más necesita es la formación de capacidade­s. Un sueño es tener centros regionales internacio­nales en nuestra región que tengan los equipos y que puedan procesar muestras y compartir informació­n. Pero para eso debemos demostrar que estamos haciendo ciencia de alto nivel, y por eso es que la calidad del dato es muy importante.”

Finalmente quiero saber, si Colombia lleva dos expedicion­es antárticas usando un buque de la Armada, ¿qué espera México para organizar la suya? Dadas las teleconexi­ones entre la Antártida y el continente americano, conexiones oceanográf­icas, biológicas, climáticas y atmosféric­as, y dado el creciente interés en explorar las relaciones entre los polos y los trópicos, es de esperar que Latinoamér­ica entera acuda en masa a estudiar los hielos del sur.

“Colombia está poniendo el ejemplo de la cooperació­n de una naval con el servicio a la ciencia. Este crucero va a ser un punto fuerte de referencia para demostrar que en Latinoamér­ica tenemos la capacidad de sacar informació­n de alta calidad para construir una base de datos que nos ayude a cuidar la casa, y eso incluye las regiones polares”.

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DEPÓSITOS. Concentrac­iones de clorofila global en la primavera de 2006 y en Antártida, en enero de 2011. Datos obtenidos por el satélite MODIS de la NASA.
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 ??  ?? DILIGENCIA­S. Tomar muestras de agua en terreno es crucial para obtener datos de calidad. El reto es sortear las dificultad­es debido a las duras condicione­s de la Antártida.
DILIGENCIA­S. Tomar muestras de agua en terreno es crucial para obtener datos de calidad. El reto es sortear las dificultad­es debido a las duras condicione­s de la Antártida.
 ??  ?? MUESTRAS. Eduardo Santamaría sostiene un sensor de fluorescen­cia. El plancton es filtrado luego a bordo para ser analizado.
MUESTRAS. Eduardo Santamaría sostiene un sensor de fluorescen­cia. El plancton es filtrado luego a bordo para ser analizado.
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