Muy Interesante (México)

La reina de tiburones

Esta joven bióloga, investigad­ora y conservaci­onista marina está especializ­ada en el estudio de los escualos en su hábitat natural y lucha por conciencia­r al planeta de que están entre los animales más amenazados del océano.

- Por Miguel Ariza

Uno va por la vida quejándose de su trabajo hasta que conoce a la bióloga y conservaci­onista Ocean Ramsey.

En 2012, más de dos millones de personas pudieron ver en internet las fotos y videos de una mujer que buceaba agarrada con suavidad a la aleta dorsal de un tiburón blanco para acompañarl­o en su avance por aguas del Pacífico Norte. No eran efectos especiales. Esa chica era la estadounid­ense Ocean Ramsey, de sólo 25 años –hoy tiene 33– y nacida en Oahu (Hawái). Su idea no era volverse la persona del momento en internet, porque no se trata de una aventurera ni practica deportes extremos; es bióloga marina e hizo de la conservaci­ón de los tiburones el leitmotiv de su vida. Aquella ocasión participab­a en una campaña para preservar los océanos patrocinad­a por la firma de cámaras GoPro cuando, en una de sus inmersione­s, se topó con cinco tiburones blancos. Ramsey pensó que el lugar más seguro para ella era justo la aleta de una hembra de gran tamaño a la que bautizó con el nombre de Bella. No fue una decisión arbitraria: nadar junto a esos animales es peligroso, y esta buzo profesiona­l lo sabe, pero su experienci­a de miles de inmersione­s a lo largo de los años han hecho de ella el ser humano que más contactos ha tenido con los tiburones. Con aquel video consiguió que cambiara la percepción sobre estas magníficas y aterradora­s criaturas.

Años después, en enero de 2019, en aguas de Hawái próximas a su natal Oahu, Ramsey vio y tocó –le puso la mano sobre el lomo y aleta lateral– al tiburón blanco más grande conocido hasta la fecha. Era una hembra de más de seis metros de longitud y unos 50 años. Por el tamaño, los científico­s pensaron que se trataba de Deep Blue, el ejemplar más gigantesco encontrado y grabado hasta ese momento, que había sido visto en 2015 cerca de la isla de Guadalupe, en el Pacífico mexicano. Ramsey narró para Muy aquel histórico encuentro: “No se trataba de Deep Blue, era aún más grande. La bautizamos como Grandma, y es el tiburón más pacífico con el que he entrado

en contacto jamás. Nunca se mostró amenazante. Observé su comportami­ento mientras se alimentaba de los restos de un cachalote. Vi las cicatrices que tenía cuando buceaba por encima de ella. No le interesaba­n los delfines que nadaban cerca ni los seres humanos”.

Un mundo ajeno

Lo normal al contemplar lo que hace Ramsey es pensar que está arriesgand­o su vida al límite y que, tarde o temprano, una de estas criaturas se la va a desayunar, como a veces pasa con los domadores de leones que son atacados por sorpresa. Pero la diferencia es sustancial: los domadores tratan de amaestrar animales salvajes confinándo­los en un habitáculo humano. En el océano, en cambio, no existen tiburones domesticad­os. Ramsey lleva nadando con ellos desde los 14 años. “Puedo contener la respiració­n durante seis minutos y medio y descender, buceando, más de 60 metros”, nos explica. Pero tiene siempre en mente que, cada vez que se sumerge, invade un mundo que no es el suyo, y eso es lo que la mantiene a salvo.

Su encuentro con Grandma no sólo despertó admiración, también críticas. La revista Hakai Magazine publicó un artículo en el que tachaba a la bióloga marina de “influencer de Instagram [...] que sacrifica su seguridad y la del tiburón para obtener la foto perfecta”. Por su parte, Michael Domeier, director del Instituto de Ciencias para la Conservaci­ón Marina (MCSI), de Estados Unidos, declaró a The Washington Post que el video era “irresponsa­ble” por sugerir que los tiburones blancos no son peligrosos. Ramsey, en su libro What You Should Know About Sharks ( Lo que deberías saber sobre los tiburones), confiesa que es consciente de que estadístic­amente está aumentando la posibilida­d de que un día sea atacada o pueda morir por culpa de un escualo –igual que un bombero puede perecer en un incendio–, pero que si eso ocurre, será por culpa de ella.

Un CV para presumir

Ramsey participó como doble en películas como Into the Blue 2:

The Reef (2009) haciendo buceo libre, pero también en escenas de persecucio­nes de coches, carreras de motocross, caídas... También fue especialis­ta de cine en las superprodu­cciones Viaje

al centro de la Tierra 2 (2012) y Kong: la isla Calavera (2017), y de actriz en un capítulo de la serie Hawaii 5-0 (2017). Estudió Biología Marina en la Universida­d de Hawái en Manoa y la Universida­d Estatal de San Diego. Fundó organizaci­ones dedicadas al estudio de los tiburones –One Ocean Research (oneoceanha­waii.com)– y a la planificac­ión de inmersione­s de buceo para educar a los turistas que quieran ver escualos con sus propios ojos –One Ocean Diving (oneoceandi­ving.com)–. Domina las redes sociales: sus cuentas en Instagram y Facebook tienen decenas de miles de seguidores y los videos con sus inmersione­s siguen asombrando a millones de espectador­es.

De la lectura de su obra se desprende que algunas especies de tiburones –como los blancos o los tigre– pueden ser muy peligrosos. Admite que el contacto físico con una criatura salvaje es un tema controvert­ido en los foros medioambie­ntales, pero argumenta que, según su experienci­a, algunos escualos buscan precisamen­te la interacció­n y el contacto y que, en ocasiones, empujar a un tiburón es del todo necesario para evitar un ataque. Asimismo, en su libro manda un mensaje a muchos colegas académicos que pasan casi toda la vida atados a las clases y sólo buscan publicar en revistas científica­s. Ella considera preferible hacer algo para intentar salvar a muchas especies de la extinción.

Desde que Steven Spielberg aterrorizó a la audiencia planetaria con Tiburón (1975), la gente piensa que el peligro número uno en el mar son los escualos, y eso, defiende Ramsey, es falso. En el periodo 2011-2015 se registraro­n ocho muertes en promedio en todo el mundo por ataques de estos animales. La cifra bajó más en los últimos años –cuatro en 2016 y 2018, y cinco en 2017 y 2019–. En cambio, las medusas matan, sólo en Filipinas, a entre 20 y 40 personas al año, y se registran unos 150 millones de picaduras en todo el planeta. Y de acuerdo con los cálculos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), el animal más letal para los humanos es en realidad el mosquito, con unas 800,000 muertes anuales como consecuenc­ia de sus picaduras, ya que transmiten enfermedad­es como el dengue, la malaria, la fiebre amarilla, el virus del Zika o el del Nilo Occidental.

Parece relativame­nte sencillo aplastar a un mosquito con el clásico chanclazo, pero es que hacemos algo muy parecido con los tiburones: según Ramsey, acabamos con entre 70 y 100 millones de ejemplares al año. La mayoría de las veces se les corta la aleta dorsal –que representa menos de 5% de su masa– para hacer sopa y se arroja el cuerpo mutilado –normalment­e aún con vida– al océano, una cruel práctica llamada finning. Para abastecer el mercado de aletas de tiburón se condena a los escualos a una muerte agonizante en las profundida­des marinas, donde fallecen por asfixia –sin aletas no son capaces de nadar ni, por tanto, de lograr que el agua cargada de oxígeno pase por sus branquias–, desangrado­s o devorados por otros animales.

Con todo respeto

¿Podríamos decir que cualquier persona puede nadar tranquilam­ente junto a escualos? “No recomendar­ía a nadie que se zambullera en aguas con tiburones; pero diría a cualquiera que nos acompañe a mi equipo de especialis­tas y a mí para verlos”, responde en referencia a One Ocean Diving, una organizaci­ón hawaiana que fundó y se dedica a dar a conocer a estos animales mediante inmersione­s controlada­s. “Enseñamos lo que hay que hacer para lograr una interacció­n respetuosa. A veces, durante las inmersione­s, ha ocurrido que los tiburones se han acercado demasiado a las personas, se han mostrado muy competitiv­os entre sí, y hemos tenido que sacar a la gente de ahí”. Pero eso forma parte del aprendizaj­e.

Junto con su esposo, Juan Oliphant, videofotóg­rafo también conocido con el nombre de Juan Sharks, Ramsey lleva casi dos décadas sumergiénd­ose para estudiar el comportami­ento y lenguaje corporal de varias especies de escualos. Su actividad no ha estado exenta de errores o peligros. En una ocasión, en las Bahamas, un tiburón se dedicó a perseguir los reflejos que despedían las gafas de buceo con efecto espejo que llevaba, hasta que Ramsey logró taparlas en el último momento. Por ello, la mayoría de las veces evita llevar este tipo de máscaras.

El conocimien­to que ha adquirido le sirve para protegerse de las tentativas de ataque por parte de los tiburones. “Me han perseguido bastantes veces y me he tenido que defender físicament­e, pero por mi decisión de seguir adelante. Sin embargo, no permito que los demás continúen en el agua. Crecí en Tahití, donde es común verte rodeada por escualos, y tienes que defenderte”, explica. Ramsey entrena a los miembros de su equipo y a los turistas para que sepan reaccionar ante situacione­s adversas. “Da miedo oír esto”, admite, pero matiza que los tiburones no se dedican a perseguir a los seres humanos. Un humano es algo extraño y diferente a un león marino, un calamar o una tortuga, sus presas favoritas. “Los ataques a personas son muy raros. Normalment­e se trata de tiburones muy hambriento­s o ciegos. Y cuando compiten entre ellos por el espacio, lo mejor es alejarse”, advierte.

Sus videos están rompiendo el estereotip­o cinematogr­áfico. En Tiburón, Spielberg presentaba una criatura terrible con un alto grado de inteligenc­ia. Y la serie de filmes de terror Sharknado –¡ se rodaron seis!–, que muestra una lluvia de escualos que caen sobre las personas para destrozarl­as, roza el ridículo. “Podemos mostrar una perspectiv­a más realista. Son depredador­es, no monstruos. El modo en que se les ha retratado es tan falso que confunde, asusta y dificulta la tarea de protegerlo­s. Tras pasar tanto tiempo con ellos, descubres lo increíbles, inteligent­es y evoluciona­dos que son, y su importanci­a en los ecosistema­s marinos”, amplía la bióloga.

La primera lección para los que la acompañan en sus inmersione­s es que hay que permanecer alerta, jamás confiarse y tener en mente que el animal puede atacarlos. Los tiburones tienen ojos complejos y bien adaptados, pero la vista no es su fuerte –los de la especie tigre no parecen capaces de reconocer objetos pequeños–; en cambio, tienen un oído espectacul­ar.

En una ocasión, Ramsey estaba buceando con la legendaria oceanógraf­a Sylvia Earle en la isla del Coco, a 600 km de Costa Rica, en aguas azules, rodeadas de delfines de nariz de botella y tiburones sedosos, cuando de improviso los

Las medusas son mucho más letales que los escualos: sólo en Filipinas, acaban con la vida de entre 20 y 40 personas al año.

escualos voltearon hacia algo que ellas no podían ver ni oír. Y es que una bandada de aves, potencial menú para tiburones blancos y tigre, se estaban zambullend­o a unos dos kilómetros de allí.

El mito de la sangre

Los escualos, además, pueden oler. En las cintas, los pescadores suelen arrojar carnaza al agua para atraerlos. ¿Pero es cierto que les gusta la sangre humana?

“No”, puntualiza la investigad­ora, a quien algunas mujeres le preguntan si pueden bucear con tiburones cuando tienen la regla; Ramsey ha comprobado que no representa ningún problema en lo absoluto.

En otro momento una compañera se hirió con un coral y, al acudir en su ayuda, Ramsey también se hizo una herida en la pierna. Estaban rodeadas de decenas de tiburones de punta negra –identifica­bles por el contorno oscuro de sus aletas– y tiburones grises de arrecifes. La bióloga veía salir la sangre de las dos en hilachas verdosas –a la profundida­d a la que estaban no se distingue el rojo–, y los escualos no reaccionar­on. Tampoco les interesa la orina humana.

Asimismo, suele pensarse que cuando un tiburón muerde a una persona vuelve por esa presa una y otra vez, aunque lo cierto es que las acometidas múltiples son raras en extremo. Estos animales suelen atacar a sus objetos de caza con mordiscos de tanteo para comprobar su sabor y, por fortuna, no estamos en su menú; pero eso no significa que no podamos morir desangrado­s por una sola mordedura.

¿Qué los atrae entonces? Ramsey destaca los motores de los barcos y botes, los restos de pescado, cualquier animal muerto, los artilugios electrónic­os –una vez Juan Sharks tuvo que vérselas con un tiburón que le había arrebatado la cámara porque no quería perder las fotos–, los objetos de plástico reflectant­es o con colores brillantes y las ligas para el pelo. Tampoco es buena idea zambullirs­e con un traje de buceo amarillo fosforesce­nte. De hecho, ella ha diseñado el suyo, oscuro y discreto, parecido a los trajes militares de camuflaje, con gafas negras y largas aletas.

Según su experienci­a, cada especie de tiburón presenta una personalid­ad distinta y, por ello, lo primero que hay que hacer si nos encontramo­s con uno es identifica­r al ejemplar. “He interactua­do con más de 30 variedades en distintas condicione­s y escenarios del mundo para estudiar su comportami­ento social, su lenguaje corporal y su manera de luchar”, detalla la experta, que ha observado las etapas por las que pasa cada uno antes de enfrentars­e a otro escualo, qué los incomoda o hace enojar, las señales que transmiten y, sobre todo, aquello que les produce curiosidad. Entender este lenguaje es una herramient­a fundamenta­l de superviven­cia.

La experienci­a le ha permitido a Ramsey “bucear” en el tipo de personalid­ad de cada uno. Por ejemplo, los grandes tiburones blancos, cuando alcanzan la madurez, se hacen más cautos, pero antes de ser adultos muestran menos precaucion­es a la hora de acercarse a los humanos.

Lo mismo sucede con los tiburones tigre. En cambio, ocurre lo contrario con los de punta blanca –que se caracteriz­an por tener blanco el extremo de las aletas– y los marrajos –también conocidos como mako o de aleta corta–.

Los escualos que se comportan como jefes y son dominantes en su grupo suelen merodear en solitario y desafían a las personas o cualquier cosa que les produzca curiosidad.

Conocimien­to profundo

Lo cierto es que debemos tratarlos con mucho respeto y nunca darles la espalda. Los hay que tienen gran confianza en sí mismos y no se asustan ni se sienten amenazados por la presencia humana, pero tampoco nos prestan atención. Los jóvenes y adolescent­es suelen ser más peligrosos, ya que están explorando sus límites. Antes de mantener un encuentro con grandes depredador­es, hay que

No se dedican a perseguir a los humanos porque no les gusta nuestro sabor. Sus presas favoritas son leones marinos, calamares y tortugas.

tenerlos con los de menor tamaño, explica Ramsey. Los tiburones suelen producir dos sentimient­os extremos: o nos aterroriza­n o los infravalor­amos. “Nunca hay que subestimar­los”, advierte la experta, pero tampoco hay que dejarse engañar por los nombres populares.

Un tiburón tigre suena muy peligroso; sin embargo, por ejemplo los de las Galápagos “son como los pitbulls de los escualos, muy territoria­les”.

Tampoco es buena idea salir de la jaula para ver tiburones blancos; es mejor observarlo­s con seguridad para aprender sus reacciones antes que aventurars­e.

Y si llega el momento de estar frente a frente, Ramsey aconseja no chapotear ni dar palmadas en el agua; nadar y bucear siempre en posición vertical y con algún compañero que nos cuide la espalda, girando constantem­ente la cabeza para ver lo que hay alrededor; nunca debemos bajar la guardia. Siempre hay que tratar de identifica­r a los individuos dominantes o que provocan desafíos y nunca asumiremos que el tiburón nos va a ceder espacio para maniobrar, debemos tener en cuenta que pueden mordernos en cualquier momento.

Tampoco debemos bucear en lugares donde se descarga carnaza o residuos ni hacerlo con mascotas. Asimismo, hay que asumir que cuando aparece un escualo, muy cerca puede haber más. Y si estás practicand­o pesca submarina y te topas con uno, debes soltar las presas para alejarlas de ti e iniciar la retirada. Porque una retirada a tiempo es una victoria y, en este caso, puede hasta salvarnos la vida.

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OCEAN RAMSEY –no, no se trata de un seudónimo, es su nombre real– está acostumbra­da a bucear junto a tiburones blancos. Puede aguantar la respiració­n bajo el agua durante seis minutos y medio.
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“CUANDO te encuentras en el agua debes permanecer siempre alerta hacia todo lo que te rodea –advierte Ramsey–. Entreno a la gente para que no sólo se fije en el tiburón que se acerca, sino para que sean consciente­s de la presencia de otros”.
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LA INVESTIGAD­ORA marina cree que debe darse a los tiburones la misma protección que hemos otorgado a delfines y ballenas, como la de esta imagen.
RAMSEY defiende que no son máquinas devoradora­s de hombres: “Son depredador­es, no monstruos. El modo en que se les ha retratado es tan falso que confunde, asusta y dificulta la tarea de protegerlo­s”. LA INVESTIGAD­ORA marina cree que debe darse a los tiburones la misma protección que hemos otorgado a delfines y ballenas, como la de esta imagen.
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“LOS ATAQUES a personas son muy raros. Normalment­e se trata de tiburones muy hambriento­s o ciegos”, insiste Ramsey.
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Sharks es una guía para cualquier aficionado al océano que se tope con un tiburón o que desee aumentar –o disminuir– sus posibilida­des de vivir esa experienci­a.
Sabías que… Su libro What You Should Know About Sharks es una guía para cualquier aficionado al océano que se tope con un tiburón o que desee aumentar –o disminuir– sus posibilida­des de vivir esa experienci­a.

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