10 FAMOSOS DISCURSOS MARCARON LA HISTORIA
De la Antigua Grecia a Estados Unidos en los inicios del siglo XXI, una colección de arengas míticas por su elocuencia, su capacidad de persuasión o su efecto sobre la sociedad del momento y también la venidera. Entre los oradores que las pronunciaron y –no en todos los casos– las concibieron, tenemos filósofos, papas, políticos, presidentes y líderes de movimientos sociales.
CATILINARIAS (CICERÓN, 63 A.C.)
Se trata, en realidad, de cuatro discursos y no de uno: los que pronunció el jurista, político, filósofo, escritor y orador romano Marco Tulio Cicerón, considerado uno de los más grandes retóricos y prosistas en latín, ante el Senado de la República para acusar formalmente a Lucio Sergio Catilina de la conjura golpista que encabezaba y que acababa de ser descubierta. La frase más célebre es con la que arranca la Primera Catilinaria: “¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?”; o lo que es lo mismo, pero en el latín que todos los que tenemos una cierta edad estudiamos un día: “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?”.
APOLOGÍA (SÓCRATES, 399 A.C.)
Como el resto del pensamiento socrático, nos ha llegado a través del discípulo del gran filósofo griego, Platón, que da su versión del discurso que Sócrates pronunció como defensa ante los tribunales atenienses en el juicio en el cual se le acusaba de haber corrompido a la juventud y no creer en los dioses de la polis. El juicio acabó con su condena a muerte. Se cree que pudo ser el primer texto que escribió Platón y en él brillan pasajes tan memorables como la célebre despedida: “Es hora de irse, yo para morir, y ustedes para vivir. Quién va a una mejor suerte, nadie lo sabe”.
PRÉDICA DE LA PRIMERA CRUZADA (URBANO II, 1095)
El papa 159 de la Iglesia católica convocó el Concilio de Clermont para dar a conocer su proyecto: la Primera Cruzada, que debía recuperar Jerusalén y Tierra Santa para la cristiandad. Y lo logró con esta encendida prédica, todo un ejemplo de exaltación político-religiosa. Su famoso grito de guerra “Deus vult!” o, según las versiones, “¡ Deus le volt!” (“¡Dios lo quiere!”) fue fruto, al parecer, de la improvisación, ya que el público asistente lo profirió y el hábil estratega lo incorporó a su declaración.
DISCURSO DE GETTYSBURG (ABRAHAM LINCOLN, 1863)
La más conocida alocución de uno de los más icónicos presidentes estadounidenses tuvo como auditorio el Cementerio Nacional de los Soldados en la ciudad de Pensilvania que le dio nombre, en plena Guerra de Secesión. Hoy es uno de los más citados y elogiados discursos de la era moderna, cuyo final ha quedado para la historia: “Que resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra”.
“SANGRE, ESFUERZO, LÁGRIMAS Y SUDOR” (WINSTON CHURCHILL, 1940)
Aunque se suele abreviar como “Sangre, sudor y lágrimas” –el propio Churchill utilizó esta forma para nombrar una recopilación de sus peroratas–, la expresión completa usada por el primer ministro británico, que acabó sirviendo de título al discurso, fue
“Blood, toil, tears and sweat”. Lo pronunció en la Cámara de los Comunes del Reino Unido tras tomar posesión del cargo en sustitución de Neville Chamberlain y en el contexto de la Batalla de Francia, cuando las fuerzas aliadas se veían incapaces de hacer frente a la Alemania nazi: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Su invocación al coraje y el sacrificio fue un revulsivo patriótico que dio la vuelta a la Segunda Guerra Mundial.
“SOY BERLINÉS” (JOHN F. KENNEDY, 1963)
“Ich bin ein Berliner” fue la frase emblemática que quedó para la posteridad como título de la que se considera una de las más notables arengas políticas de la Guerra Fría, y por extensión del siglo XX. El discurso del carismático trigésimo quinto presidente de Estados Unidos -como Lincoln, asesinado en el ejercicio del cargo-, emitido desde el balcón del ayuntamiento de Berlín Occidental con motivo del 15º aniversario del bloqueo soviético (y dos años después de erigirse el Muro), empezaba así: “Hace dos mil años no había mayor orgullo que decir
civis romanus sum (soy ciudadano romano); hoy, en el mundo libre, el mayor alarde es decir Ich bin ein Berliner
(soy berlinés)”. Y concluía: “Y por lo tanto, como hombre libre, con orgullo digo que soy berlinés”.
“TENGO UN SUEÑO” (MARTIN LUTHER KING JR., 1963)
Pero, para discurso emblemático, este con el que el líder del Movimiento por los Derechos Civiles en EUA inspiró a su país –y al mundo– en la lucha por el fin del racismo y un futuro mejor. Fue el colofón a la Marcha sobre Washington, ha sido votado el mejor del siglo XX y en él, desde el Monumento a Lincoln (al que cita), King dijo: “Tengo el sueño de que un día mis hijos vivirán en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”.
“ESTOY DISPUESTO A MORIR” (NELSON MANDELA, 1964)
Un año después de las elocuentes palabras del reverendo King, otro gran líder negro –que acabaría siendo presidente de su país– pronunciaba las suyas en un sitio y contexto muy lejanos: la Corte Suprema de Sudáfrica que lo juzgaba por su activismo contra el apartheid, el sistema de segregación racial vigente hasta 1994. Mandela, condenado a cadena perpetua, lanzó su alegato: “Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, por el que estoy dispuesto a morir”.
“SÍ, PODEMOS” (BARACK OBAMA, 2008)
Esa fórmula del latiguillo –una frase recurrente, repetida a lo largo del discurso para enfatizar y dar mayor fuerza a su idea central– fue llevada quizás a su máxima expresión por el que pronto se iba a convertir en el primer presidente afroamericano en la historia de su nación en la alocución que lo consagró como candidato, pronunciada en New Hampshire al término del proceso de primarias del Partido Demócrata. El hoy legendario “Yes, we can” tampoco fue una ocurrencia del propio Obama, sino de un asesor en la campaña, Jon Favreau, y acabó por ser su lema de esperanza y cambio: “Fue susurrado por los esclavos y los abolicionistas mientras enarbolaban la bandera de la libertad: sí, podemos [...]. Con justicia e igualdad. Con puertas abiertas y prosperidad. Podemos sanar esta nación. Podemos reparar el mundo. Sí, podemos”.
“PUEDO PROMETER Y PROMETO” (ADOLFO SUÁREZ, 1977)
Franco había muerto, la transición se había iniciado y, en vísperas de las primeras elecciones democráticas, toda España se congregó para ver por televisión el parlamento del candidato del Unión de Centro Democrático (UCD), a la postre elegido jefe del Gobierno. El famoso latiguillo que le dio nombre, y con el que Suárez desgranó sus promesas a la ciudadanía, fue una idea del periodista Fernando Ónega, muñidor del discurso: “Puedo prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos”.