VIDA MICROBIANA EN VENUS?
La información aportada por la sonda New Horizons ha revelado la existencia de compuestos orgánicos en Plutón.
Venus, al que se suele considerar el gemelo de la Tierra en el Sistema Solar, era habitable poco después de que se formara. De hecho, se cree que hace 4,000 millones de años contaba con un gran océano de agua líquida en su superficie, igual que Marte y nuestro planeta. Pero debido a un efecto invernadero de extraordinaria intensidad producido por los gases de su densa atmósfera –que es básicamente de CO₂–, aquella se fue calentando y, en la actualidad, presenta una temperatura media de unos 460 ° C. La vida sobre su abrasada y seca piel es imposible incluso para los microorganismos más resistentes al calor que conocemos... o podamos imaginar.
Sin embargo, desde que en 1967 Harold Morowitz y Carl Sagan publicaron el artículo “¿Vida en las nubes de Venus?” se ha propuesto que tal vez podrían existir seres vivos en su atmósfera, concretamente en una capa que se extiende entre 48 y 60 km de altitud donde la temperatura se encuentra entre los 20 y 30 ° C. Si en realidad fuera así, podrían ser microbios extremófilos, quizá similares a los que viven en las cuevas de Naica, en Chihuahua, México, pues esas nubes están formadas en parte por una suspensión de gotas de ácido sulfúrico. De momento no hay pruebas de que algún organismo se haya asentado en un entorno tan exótico como ese.
No obstante, el pasado 14 de septiembre se publicó en Nature Astronomy la detección de un gas llamado fosfano en la atmósfera de ese planeta. Las pruebas de su presencia parecen sólidas, aunque algunos astroquímicos discrepan sobre si existe en tanta cantidad como se ha propuesto. En cualquier caso, lo que hizo saltar las alarmas fue que en algunos medios, blogs y redes sociales el hallazgo se interpretó como una prueba de la existencia de vida en Venus. ¿Había razones para eso?
El problema está en considerar el fosfano como un biomarcador, es decir, una molécula que sólo se origina debido a la actividad biológica. En la Tierra parece ser así, pues es producto del metabolismo de ciertos microbios que degradan materia orgánica, pero no olvidemos que la química inorgánica del cosmos, en ausencia de procesos biológicos, también puede generar fosfano en ciertas condiciones. Es más, se ha encontrado en Júpiter y Saturno. Por tanto, lo más probable es que algunas reacciones químicas en la oxidante atmósfera de Venus o su infernal superficie estén sintetizando fosfano sin intervención biológica. A la espera de más datos –están en marcha nuevas misiones y campañas de observación– no podemos afirmar que haya vida en Venus.
Uno de los instrumentos novedosos de este róver es MOXIE, con el que se estudiará si es posible generar oxígeno molecular en compartimentos cerrados, algo de lo que se beneficiarán los astronautas en futuras misiones tripuladas. Además, lleva consigo un pequeño helicóptero llamado Ingenuity, que será el primer vehículo que realizará vuelos controlados en un entorno extraterrestre. Las fotografías que este dron tiene previsto tomar a cinco metros de altura sobre el suelo marciano supondrán otro hito en la historia de la exploración espacial.
Las tres misiones viajaron al mismo tiempo por el frío y oscuro vacío interplanetario y alcanzaron su destino prácticamente a la vez, en los primeros meses de 2021. Por tanto, podríamos darle la vuelta al argumento de muchas películas y decir que por fin llegó el momento en que la Tierra invada Marte.
Un largo camino
Como resultado del trabajo de los más de 20 orbitadores, módulos fijos y vehículos que han explorado nuestro mundo vecino desde la década de 1970, y también gracias al análisis de los meteoritos llegados desde el planeta rojo hasta el nuestro, disponemos de muchos datos sobre su historia geológica. Todo parece indicar que Marte, que hoy vemos como un desierto polvoriento y con una temperatura superficial media cercana a los -50 ºC, tuvo abundante agua líquida en su superficie en la misma época en que la vida estaba surgiendo en la Tierra. Por tanto, nada impide que la transición entre la química y la biología también se produjera allí. Si la vida prosperó, ¿podría seguir existiendo bajo la superficie marciana?
Para tratar de determinarlo, uno de los cometidos del Perseverance será recoger hasta 42 muestras del suelo y subsuelo y depositarlas en un contenedor cerrado herméticamente. En 2026, como parte de la iniciativa conjunta de la NASA y la ESA Mars Sample Return (MSR), se enviará a Marte una misión que incluirá un róver que tomará el citado contenedor y lo introducirá en un pequeño cohete capaz de despegar de forma autónoma con la meta de poner esa carga en órbita marciana, donde será capturada por una tercera nave –enviada también en 2026– que la traerá a la Tierra. Así, si toda esta complejísima operación resulta exitosa, en 2031 recibiremos las muestras y se analizarán sus características geológicas, químicas y, quizá, también biológicas. Por su parte, la china CNSA prepara un plan similar –aunque en apariencia
más sencillo– para tratar de adelantarse a Estados Unidos y Europa en esta carrera. Como es lógico pensar, resulta fundamenal limpiar y esterilizar los róvers y los laboratorios, de modo que la vida de nuestro planeta no contamine las muestras marcianas. Para lograrlo se debe seguir una serie de protocolos y normas conocida como protección planetaria, una disciplina cada vez más importante en la exploración espacial.
Más allá de Marte
Pero en el Sistema Solar, el planeta rojo no es el único objetivo de la astrobiología: las investigaciones sobre asteroides y meteoritos que provienen de ellos, y también sobre los cometas, han permitido encontrar un amplio repertorio de moléculas orgánicas. En conjunto, estos cuerpos menores contienen numerosos aminoácidos de los presentes en las proteínas, y también ribosa y bases nitrogenadas como las que forman el ADN y el ARN. De tal modo, una parte de
la bioquímica necesaria para la vida podría existir en muchos lugares del cosmos.
Asimismo, se estudian con atención Ceres y Plutón, dos planetas enanos en cuya superficie hay señales claras de la presencia de materia orgánica. Por su parte, Venus ha sido visitado por varias misiones soviéticas y estadounidenses desde comienzos de la década de 1960, gracias a las cuales sabemos que su superficie pudo ser acogedora para la biología en el pasado, aunque el intenso efecto invernadero producido por su atmósfera acabó con tal posibilidad. No obstante, algunas de sus capas de nubes se consideran el entorno con mayores opciones para que los seres vivos pudieran existir hoy en ese mundo.
En todo caso, los puntos más propicios para la vida extraterrestre, tal vez similar a la nuestra o basada en una bioquímica diferente, son ciertas lunas de Júpiter y Saturno. En torno al mayor planeta del Sistema Solar se han detectado 79 satélites, entre ellos los cuatro descubiertos por Galileo en 1610: Ío, Ganimedes, Calisto y Europa. De ellos, el último es el más interesante en este sentido.
Los datos disponibles indican que bajo su corteza de hielo, de entre 15 y 25 km de espesor, existe un océano de agua líquida rica en sales cuya profundidad media sería de unos 100 km. En el fondo, la presencia de surgencias hidrotermales garantizaría una fuente de energía y la presencia de moléculas orgánicas, con lo que podría haberse desarrollado algún tipo de biología. Debido a su interés, y si se cumplen los plazos, dos misiones partirán hacia el sistema joviano en 2022 y 2025. Estas serán, respectivamente, la Jupiter Icy Moons Explorer (JUICE), de la ESA, y la Europa Clipper, de la NASA. Ocho años después llegarán a su destino.
Océanos distantes
Entre los 82 satélites conocidos de Saturno, hay dos en especial relevantes de cara a la posible existencia de vida: Encélado y Titán. El primero es un mundo oceánico, relativamente parecido a Europa, aunque mucho menor. Cerca de su polo sur se han detectado eyecciones de un mar interior que traspasan la corteza de hielo y se proyectan hacia el exterior. La nave Cassini de la NASA sobrevoló esa luna y pudo atravesar algunos de estos géiseres, lo que permitió analizar las sales disueltas en dicha agua subsuperficial, caracterizar un buen número de moléculas orgánicas sencillas y postular qué tipo de reacciones hidrotermales operan en el lecho rocoso de su océano.
En cuanto a Titán, es el único satélite de nuestro barrio galáctico con una atmósfera apreciable; de hecho, es muy densa. Entre ella y la superficie se sucede un ciclo equivalente al hidrológico de la Tierra, pero dada su temperatura media de -180 ºC, está protagonizado por hidrocarburos. Esto es, llueve metano líquido y hay ríos, lagos y océanos de ese compuesto mezclado con etano. Además, bajo su superficie también existe un océano de agua líquida, por lo que se pueden plantear interesantes reacciones de química
Bajo la superficie helada de algunas lunas del Sistema Solar podrían existir profundos mares de agua líquida.