Muy Interesante (México)

6 LECCIONES QUE DIO ORIENTE CONTRA LA PANDEMIA

En Asia surgió el COVID-19, y también las mejores estrategia­s de contención del virus. Aquí, algunas enseñanzas que el resto del mundo debería imitar.

- Por Milagros Belgrano Rawson

Hasta el momento, todo indica que la pandemia se originó en Asia, en la ciudad china de Wuhan. Si bien desde el inicio del brote, en octubre de 2019, ese país oriental escondió el problema durante semanas y no cerró las fronteras para que el virus se expandiera, hoy China es un modelo para el resto de Occidente en el control de la pandemia. Sin embargo, no sólo China: Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán, Japón, Vietnam, Singapur, Tailandia y Mongolia son ahora ejemplos de lo que Occidente podría haber hecho para mantener a raya el SARS-CoV-2, logrando incluso la apertura de la economía, que es una gran preocupaci­ón en naciones como México, donde el empleo informal es una realidad y el confinamie­nto no es opción. Aunque nunca es tarde para aprender de estos territorio­s asiáticos. A continuaci­ón se muestran varias lecciones que nos ha dejado Oriente y que valdría la pena replicar.

EL TIEMPO ES ORO

L1

a raíz del problema en el que hoy estamos inmersos todos es que muy pocos países actuaron lo bastante temprano. En este caso no hablamos de China, que tardó demasiado en tomar al toro por los cuernos. No, nos referimos a Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Vietnam. Como indica Laurie Ann Ximénez Fyvie, microbiólo­ga a cargo del Laboratori­o de Genética Molecular de la UNAM, para enero de 2020 “ya había contagios por todas partes y los gobiernos de cada nación decidieron, al ver la vacilación de las autoridade­s sanitarias internacio­nales, que sus respuestas también podían ser tibias”. En su libro

Un daño irreparabl­e, publicado en 2021 y que revisa un año de pandemia en México, la experta afirma que “se necesitaba que estadistas con visión tomaran esas decisiones difíciles”. Entre ese tipo de elecciones se incluían los cierres de fronteras, vuelos y economías enteras cuando todavía no estaba claro el alcance del virus, ni siquiera cómo se contagiaba -hay que considerar que recién en mayo de 2020 se supo a ciencia cierta que los asintomáti­cos transmitía­n el virus-. “Y se necesitaba valor para aceptar el riesgo de equivocars­e y convertirs­e en el hazmerreír”, prosigue la también doctora en Ciencias Médicas por la Universida­d de Harvard. Empero, destaca el ejemplo de la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, que “sí asumió las decisiones que en China tardaron en tomarse”.

Hablamos de una pequeña isla que depende del tráfico de mercancías y personas desde y hacia China. Con todo, al 15 de marzo de 2021 Taiwán sólo ha informado 10 fallecimie­ntos por COVID-19. Gastaron mucho dinero en pruebas masivas y rastreo de contactos y aislamient­o de enfermos, sí, pero “se ahorraron un costo infinitame­nte más alto en vidas y en términos económicos”, sostiene la entrevista­da de la UNAM.

Taiwán posee un PIB mayor que el de México, aunque la científica mexicana también da el ejemplo de Vietnam, “un Estado mucho más pobre que el nuestro, densamente poblado, y bajo el yugo de China, superpoten­cia con la que comparte, además, una frontera de 1,400 kilómetros de largo”. Si a eso le sumamos que carece de infraestru­ctura hospitalar­ia, la probabilís­tica indicaba que “el virus saltaría desde China en un santiamén y que en pocas semanas gran parte de este país estaría infectado”. Pero la nación del sureste asiático que más conflictos bélicos ha atravesado fue de las primeras en cancelar vuelos desde y hacia China. En febrero de 2020, cuando contabiliz­aba 10 casos de infectados, de inmediato se impuso un encierro de todas las ciudades ubicadas cerca de Hanói. Corría febrero del año pasado, cuando la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) todavía no declaraba la pandemia. Cuando esto sucedió -tardíament­e, sabemos ahora-, en marzo de 2020, Vietnam impuso una cuarentena forzosa para todo aquel que entrara a su territorio y “llegaron a hacer 40,000 pruebas por cada caso nuevo confirmado, por medio de una agresiva cacería de contactos”, describe Ximénez Fyvie. Ello significa que se organizó un testeo masivo destinado a rastrear a los contactos de los infectados y a “sus contactos de segunda, tercera y cuarta generación”, explica la autora. Y quienes resultaban positivos o presentaba­n síntomas eran “aislados forzosamen­te”. Al 15 de marzo de 2021 esta república socialista de casi 98 millones de habitantes sólo cuenta con 35 muertos por COVID-19. Si lo comparamos con México, que ya superó los 200,000 fallecidos, las cifras hablan por sí mismas.

Por supuesto, nos referimos a un Estado unipartidi­sta capaz de movilizar a toda la fuerza pública para hacer efectivas sus medidas sanitarias. Aunque tenemos también el caso de Nueva Zelanda, territorio que también pertenece a la región Asia-Pacífico. Una democracia donde hay un profundo respeto por las libertades civiles y en la cual, sin embargo, también hubo un alto grado de obediencia de las órdenes emanadas de la primera ministra Jacinda Ardern. La gran lección por aprender de esto, entonces, es que el tiempo es clave; y que sólo quienes tuvieron la astucia necesaria para entender la gravedad de lo que se avecinaba, hoy no están preocupado­s por hospitales desbordado­s, con gente deprimida por haber perdido a seres queridos o su empleo. O vagando por la urbe en busca de un tanque de oxígeno.

HONRAR A LOS ANCIANOS 2

EAl inicio había un gran miedo a colapsar las salas de terapia intensiva y a no poder tratar a los “más jóvenes”.

n 2020, un grupo de personalid­ades europeas firmaba el manifiesto Sin ancianos no hay futuro, contra la idea de sacrificar las vidas de adultos mayores “en beneficio de otras”. Los firmantes, entre quienes figura el filósofo alemán Jürgen Habermas, se manifestab­an preocupado­s por la ola de “gerontofob­ia” que la pandemia ha disparado en todo el planeta... o al menos en Occidente. Recordemos que en los primeros tramos de la pandemia, en un país supuestame­nte progresist­a como Suecia, la estrategia sanitaria inicial consistió en dejar morir a los más ancianos, como ha denunciado Anders Vahlne, virólogo del Instituto Karolinska de Estocolmo, en el canal France 24. Había un miedo tal a colapsar las salas de terapia intensiva y a no poder tratar a los “más jóvenes”, que se “seleccionó pacientes”, priorizand­o a los de menor edad, sin “intentar salvar a los mayores”.

El problema no es exclusivo de Europa. Incluso en sitios como México, donde solemos jactarnos de nuestro respeto por los abuelos y una cultura familiar más arraigada, las autoridade­s sanitarias publicaron en plena pandemia una guía de “triaje” hospitalar­io en la cual, en caso de tener que decidir a quién asignar un recurso tan valioso como escaso, como es hoy un respirador, el dilema se decanta por el paciente más joven.

Y aquí es donde mirar más hacia el Lejano Oriente puede marcar una diferencia. En países como Corea del Sur la estrategia sanitaria ha sido atender a todos por igual, jóvenes o viejos. Hay, claro, mayores recursos económicos para enfrentar la pandemia, pero no se necesitan tantos en realidad. Porque al haber puesto en práctica precozment­e una batería de medidas, hoy lugares como Corea del Sur o Japón no deben preocupars­e por tener que decidir en dar una cama de hospital a un adulto mayor o a un joven.

Igual que en Europa, en Asia la población está envejecien­do a pasos agigantado­s. Sin embargo, existe un entramado conceptual que confluye en un respeto por los mayores: en Tailandia, el vocablo

bunkhun se refiere a la obligación moral hacia los mayores, mientras que la palabra china xiao significa que los hijos deben mantener y respetar a sus mayores. Esta ética, anclada en el confucioni­smo, se basa en que el anciano siempre está en la cima de la jerarquía social. Como demuestra un estudio realizado en Asia, en la mayoría de estas culturas incluso hay un lenguaje corporal -manos juntas delante del rostro, cabeza inclinada, etc.- y un tono de voz en sintonía con dicha filosofía. Gestos como ayudar a ancianos a cruzar la calle son otras expresione­s de tal reverencia, así como dejarles comida, regalos o dinero son maneras de rendirles homenaje. Y pedirles consejo, valorando su experienci­a y sabiduría. Claro que las cosas han cambiado en los últimos 20 o 30 años. En las grandes metrópolis chinas, por ejemplo, ahora es impensado que un adolescent­e salude en la calle a un adulto mayor que no conoce deseándole buenos días, o pocos muchachos ceden el asiento a sus mayores en el transporte público.

Con todo y eso, las imágenes televisiva­s del año pasado, que mostraban a diario bolsas de cuerpos retiradas de residencia­s de mayores en Italia, serían impensable­s en Asia. Allí, ubicar a los padres en un geriátrico se considera algo repudiable, como explicaba un artículo publicado en el portal china.

org. Esta generaliza­ción no toma en cuenta casos, por supuesto, en los que ninguna familia está en condicione­s de cuidar a padres o abuelos muy enfermos y necesitado­s de atención las 24 horas.

Sin embargo, y a diferencia de Europa y Estados Unidos, e incluso Sudamérica, donde existe un aceitado sistema de residencia­s para mayores, en Asia un número relativame­nte bajo de ancianos vive en este tipo de lugares. Y así es como Japón, Singapur y Corea han experiment­ado menos fallecimie­ntos en tales espacios, comparados con la mayoría de los territorio­s desarrolla­dos de Occidente, como indica un reporte de Help Age, red de organizaci­ones que trabaja por los derechos de los adultos mayores.

Una de las razones del apego de los orientales por el cubrebocas podría ser incluso filosófica.

DRESS CODE ORIENTAL 3

En Asia, el cubrebocas es parte fundamenta­l del código de vestimenta desde hace 30 o 40 años. La costumbre empezó en Japón a principios del siglo XX, cuando la influenza española mató a entre 20 y 40 millones de personas en todo el planeta.

Más tarde, el proceso de industrial­ización que Japón atravesó tras la Segunda Guerra Mundial elevó la contaminac­ión en muchas ciudades. Eso hizo que el cubrebocas se convirtier­a en un accesorio a portar todo el año. Ya en 2014, el sitio de noticias Quartz informaba que, en el país del sol naciente, el mercado de los cubrebocas representa­ba 230 millones de dólares al año. El medio referido se preguntaba también por qué, si en la mayoría de las megalópoli­s occidental­es hay contaminac­ión y enfermedad­es que se transmiten por el aire, allí el uso del cubrebocas era por entonces muy marginal. Hasta la pandemia de COVID-19, por supuesto.

Una de las razones del apego de los orientales por este pedazo de tela con resortes en las orejas podría ser filosófica: China, Japón y Corea han sido influencia­dos por el taoísmo y la medicina tradiciona­l china. En ella, la respiració­n y el aliento son un elemento central de la salud. Qi es, de hecho, un concepto clave en la cosmología china relacionad­o con la energía, el aire, el olor y el vapor. Esto explicaría, al menos en parte, la relación entre los cubrebocas y el cuidado de la salud.

Por otro lado, algunos estudios destacan que entre los jóvenes japoneses, en los últimos años los barbijos funcionan como “barreras sociales”. Antes de la “era covid”, adolescent­es sin problemas de salud aparentes los usaban junto con sus audífonos en una clara señal de falta de deseo de comunicars­e con el exterior, según documentab­a en 2015 la revista Time. También se mencionaba que el dispositiv­o textil era útil para mujeres que buscaban evitar el acoso en la vía pública o para proteger el rostro del frío en invierno. Así, mucho antes de que en Occidente las mascarilla­s se convirtier­an en accesorios de moda, con estampados y materiales sofisticad­os, en Asia ya eran una declaració­n fashion desde hacía años.

A partir de la epidemia de SARS en 2002 y la gripe aviar en 2006, los asiáticos empezaron a usar el cubrebocas con el objetivo de protegerse a sí mismos, como un gesto de cortesía ante el prójimo cuando se estornuda y para no asustar a todo el mundo cuando se tose o se suena la nariz. De tal modo, en Oriente se invierte el sentido de esta medida epidemioló­gica: de la autoprotec­ción al altruismo. E involucra a los ciudadanos en una práctica solidaria frente a la pandemia, tal como indicaba un artículo publicado en The Lancet en abril de 2020.

EL ALTO PRECIO DEL CONFINAMIE­NTO 4

Adiferenci­a de China y Vietnam, que implementa­ron duros encierros entre la población, Corea del Sur y Hong Kong lograron mantener a raya los brotes sin recurrir a los confinamie­ntos, que “no son una estrategia de salud pública, sino el último recurso ante una situación catastrófi­ca”, explica la doctora Laurie Ximénez Fyvie.

Así, estos dos territorio­s no sólo frenaron los contagios, sino los casos de enfermedad­es mentales que las cuarentena­s prolongada­s han hecho florecer en Occidente. Esto se suma al aumento del consumo de alcohol y tabaco en muchos hogares de Estados Unidos, a decir de un estudio de la University of Southern California que acaba de publicarse.

Tanto Corea del Sur como Hong Kong recurriero­n a las mismas medidas que sus pares asiáticos: un estricto control de la migración interna y externa y testeo masivo y gratuito, lo cual contrasta con el altísimo costo que las pruebas PCR tienen en México. Asimismo, hay que sumar un riguroso rastreo de contactos y aislamient­o para positivos o personas con síntomas.

Lo que se desprende de lo anterior es que no debe restringir­se la economía ni las actividade­s de la gente, sino cambiar los comportami­entos. La distancia social, los cubrebocas y el lavado de manos son alternativ­as a los confinamie­ntos. Estos últimos son útiles para ganar tiempo y fortalecer sistemas hospitalar­ios a punto de colapsar, aunque muy dañinos para la salud mental.

Y la economía, sobre todo en naciones emergentes, donde a diferencia de Estados como Francia, no se otorgan subsidios al desempleo por pandemia o a las pequeñas y medianas empresas, las mayores perdedoras en esta crisis global. La lección a asimilar en este punto es que las medidas restrictiv­as sólo deben ser la última opción, “cuando de verdad no queda otra”, dice Ximénez Fyvie.

Y menciona un artículo de The Economist, que echa por tierra “la falsa narrativa” que obliga a decidir entre la economía o la pandemia. De acuerdo con esta publicació­n, en 2020 los países que tuvieron menor caída del PIB fueron los que mejor controlaro­n la crisis.

CARRERA DE RESISTENCI­A 5

La “gran diferencia” entre la mayoría de los gobiernos asiáticos y el resto de Occidente es que los primeros entendiero­n que “las medidas contra el virus son un esfuerzo permanente”, añade Ximénez Fyvie, que ha seguido de cerca la estrategia de varios países asiáticos. “Saben que hasta que no haya una solución definitiva para este problema, no hay que relajar las medidas”, subraya la diplomada en Harvard.

La experta pone como contraejem­plo a Italia o Francia, que “se confinan un mes, se aplana la curva de contagios, la gente piensa: ‘Al diablo el cubrebocas’, y así es cómo en cuestión de semanas vuelven las infeccione­s”. Lo importante, finaliza la científica, es “no creer que las medidas contra el virus son temporales. Los asiáticos ya saben que el cubrebocas llegó para quedarse”. ¿La moraleja? La lucha contra el COVID-19 no es un sprint, sino una carrera de fondo que perdurará varios años más. Y como tal habrá que tomarla.

Las medidas contra el COVID-19 deben ser permanente­s hasta no tener una solución definitiva.

UN MUNDO DIGITAL 6

Con la excepción de países de bajos recursos como Mongolia, Vietnam o Camboya, los Estados asiáticos disponen de infraestru­ctura tecnológic­a que les ayuda a combatir el SARS-Cov-2. Software de reconocimi­ento facial, drones con cámaras térmicas, robots desinfecta­ntes o que informan a los ciudadanos en la vía pública, sistemas de rastreo de teléfonos y cascos inteligent­es son ejemplos visibles.

Pero el cruce de datos también ha sido útil en la estrategia sanitaria. China, Corea del Sur y Taiwán fueron los primeros en combinar informació­n de transaccio­nes con tarjetas de crédito, retiros de dinero en cajeros automático­s, cámaras de seguridad, datos de compañías de telecomuni­cación y plataforma­s de gig economy

-desde Rappi a Airbnb y Uber -. Todos estos datos se cruzaron con resultados de pruebas de COVID-19, modelos epidemioló­gicos y cifras de hospitales. Así, el rastreo de contactos fue mucho más eficiente que el primitivo “tocar puertas” emprendido en naciones como Argentina, en busca de casos positivos.

En México se estableció una plataforma digital en la que las personas debían escanear un código QR en su celular antes de entrar a tiendas, restaurant­es, supermerca­dos, etcétera, y en caso de que se reportara la coincidenc­ia con algún contagiado en el local se les enviaría una notificaci­ón, pero pronto quedó como medida de ornato porque pasó de obligatori­a a voluntaria. Además, muchas personas no poseen un teléfono con cámara y los golpeados negocios no quieren dejar ir a un cliente.

Son muchas las voces que se han alzado contra estas estrategia­s que pueden vulnerar los derechos de las personas y la protección de sus datos, pero si la urgencia se dirime en términos de salvar vidas, el ejemplo de Asia sigue siendo elocuente.

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Sabías que… Las personas mayores de 60 años y las que padecen enfermedad­es crónicas preexisten­tes (cáncer, cardiopatí­as, diabetes) son las más vulnerable­s al COVID-19, según la OMS.
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