Las otras arcas
Si bien la más conocida de todas las bóvedas de semillas es la de Svalbard, en el mundo hay unos 1,750 bancos de simientes. Por ejemplo, España ha depositado muestras en el búnker noruego, que ya alberga más de un millón de semillas (1,057,151), pero también cuenta con instalaciones propias. Aragón, con el Banco de Germoplasma de Especies Hortícolas de Zaragoza, y Galicia, con el Centro Investigaciones Agrarias de Mabegondo, son algunas de las comunidades con su propio banco de semillas.
Y no sólo se protegen los granos: Perú cuenta con una institución encargada de la protección de papas donde se preservan más de 500 especies de este tubérculo. En México tenemos uno dedicado al maíz, la República de Costa de Marfil mantiene a salvo su legado de arroz e Indonesia, uno vinculado a los bosques. Tampoco tienen que ser exclusivamente de especies vegetales: en Malasia hay uno asociado a su enorme potencial en fauna marina y en Etiopía, un centro que preserva las especies autóctonas de ganado. Basta ver el listado geográfico para darse cuenta de que, aquí también, igual que en la microbiota humana, la verdadera biodiversidad se localiza en los sitios menos industrializados.
Y todas estas células producen millones de metabolitos. La biología de los sistemas es esencialmente un problema complejo. Recién ahora estamos comenzando a ver estudios que permiten comprender cómo actúan bacterias específicas y su efecto en diferentes enfermedades, aunque es apenas el inicio y no podemos esperar cuatro años más hasta que tengamos todo el conocimiento. Debemos comenzar a preservar el microbioma ahora mismo”, advierte Fankhauser.
Un estudio científico publicado en Nature analizó las diferencias entre el microbioma de habitantes de Estados Unidos, Malawi y tribus de Venezuela. “Los datos indicaron que, en comparación con los de una población aislada yanomani de Venezuela, en Colorado –uno de los territorios estadounidenses más sanos– se ha perdido casi la mitad de la biodiversidad. Y lo que todavía no sabemos es qué hace lo que se ha perdido”, indica Domínguez-Bello.
Sabemos que las personas que viven en los bosques y las sabanas, que han tenido pocos de los beneficios de la medicina moderna, poseen una microbiota mucho más diversa que la de naciones industrializadas. “Estas comparaciones sugieren de modo inequívoco que, a medida que el mundo se modernizó, perdimos gran parte de nuestro patrimonio microbiano –añade Domínguez-Bello–. Nuestra idea es que cada país cree su propia colección. Nosotros, a través del Microbiota
Los científicos esperan que la bóveda de microbiota entre en funcionamiento en el año 2025. Un gran ejemplo
Vault, lo que daríamos es el protocolo para que todas las muestras se conserven del mismo modo”.
La bóveda de microbiota funcionará –se estima que a partir de 2025– de modo similar al banco de semillas de Svalbard: el banco será dueño del edificio, pero el país que deposite la microbiota mantendrá la propiedad del contenido. De este modo se espera conseguir algo similar a lo ocurrido con el recinto de Svalbard, que constituye un seguro para los 1,750 bancos de semillas del orbe. De hecho, sólo una vez en la historia un país ha reclamado sus semillas: fue Siria, debido a la guerra civil que ha azotado al territorio y provocado que se perdiera gran parte de su diversidad agrícola. Aunque hay más razones para crear una bóveda de microbiota.
“Cuando conocí la bóveda de semillas, en 2017, supe que allí había una alternativa posible a las amenazas constantes que sufría mi colección de muestras –nos revela Domínguez-Bello–. A la inestabilidad política se le une la económica y la ambiental: problemas de infraestructura, de electricidad, inundaciones, etc. Primero me llevé mi colección de decenas de muestras de microbiotas a Puerto Rico [esta experta comenzó su carrera en Venezuela], que tiene una temporada anual de huracanes, por lo que también tenía que prepararse. Por suerte, la
colección no sufrió ningún daño. En 2012 me mudé a Nueva York y, un mes después de hacerlo, llegó el huracán Sandy y nuestro laboratorio se cerró durante 11 meses. En ese momento la colección casi se perdió por completo. Tuvimos que meternos en un edificio inundado, subir 10 pisos por escalera, bajar con las muestras y llevarlas con mucho cuidado a otro inmueble”, recuerda.
Las muestras de las que habla Domínguez-Bello se obtienen a través del fluido intestinal, de las heces o de biopsia de las mucosas. Y hay dos formas principales de conservación: la liofilización –en esencia, quitarles el agua– y conservar la muestra viva mediante criogenización, esto es, congelarlas con nitrógeno líquido.
A decir del estudio de viabilidad, encargado por la Fundación Seerave a científicos independientes, ambas formas de conservación tienen sus ventajas e inconvenientes. Debido a que la información obtenida de las muestras estará disponible para científicos de todo el planeta, el protocolo de recolección y el de conservación debe estandarizarse. Las muestras requieren congelarse tan pronto como sea posible tras la recolección, ya que cuanto más tiempo pase, más difícil será su reanimación tras el proceso de congelamiento. Esta opción constituye el método de almacenamiento con las mejores perspectivas, pero al mismo tiempo, requiere de una red eléctrica confiable y condiciones –políticas, científicas, ambientales, etc.– bastante estables. Por su parte, la liofilización es atractiva porque permite el almacenamiento a temperaturas que se producen naturalmente en el Ártico, lo que hace que sean fáciles de conservar y almacenar, pero complejas en la etapa inicial de procesamiento.