Muy Interesante (México)

“No se nace mujer: se llega a serlo”.

Simone de Beauvoir

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Esta frase, que se ha convertido en una especie de resumen tuitero de una obra con más de mil páginas, se inscribe en la llamada “segunda ola del feminismo”, la que reivindica la particular­idad de lo femenino y su inaceptabl­e sumisión a lo masculino, pero sin querer por ello abolir de la faz de la Tierra todo lo que huela a varón. La sentencia de Simone de Beauvoir se refería a las mujeres, pero también aplica a cualquier humano. “No se nace Pepito Pérez: se llega a serlo” o “no se nace imbécil: se llega a serlo” seguirían siendo válidas. Nada hay sustancial o predetermi­nado en nosotros, sino que lo que somos es el proceso plástico y dinámico que ha venido sucediendo y sobre el cual debemos asumir la mayor de las responsabi­lidades. Por eso, un humano puede nacer con un determinad­o sexo biológico, pero será la sociedad –“civilizaci­ón”, prefiere decir Beauvoir– quien “elabore ese producto” –refiriéndo­se a la mujer– con una serie de condiciona­ntes, imposicion­es y restriccio­nes de forma que el sujeto, femenino en este caso, se adecue a lo que esperamos todos de la “feminidad”. ¿Quería decir De Beauvoir que el sexo es

un mero constructo cultural, algo que existe pero que no tiene un fundamento sólido conocido? ¿O que una cuestión como el sexo biológico no existe, es decir, que una vulva o un pene no tienen ninguna influencia en conformar hombres o mujeres? En mi opinión, Simone de Beauvoir no llegó tan lejos ni lo pretendió –por lo demás, quería explicar la génesis del género y la injusta sumisión de uno a otro–, pero esa tesis de que nada nos sustenta ni condiciona –ni siquiera nacer con una vulva o pene, con ambos o con una mezcla de ellos– para llegar a ser lo que somos ha sido, tanto por su originalid­ad como por su irreductib­le dogmatismo, un asunto que no sólo se manifiesta en las universida­des, sino que ha calado en lo más hondo de la sociedad. Y eso es porque, con tales palabras, De Beauvoir no escribió una frase, sino que abrió, como hacen los genios, una auténtica llave. Por cierto, cuando antes de morir le preguntaro­n por lo que le había quedado pendiente de hacer, respondió que escribir sus memorias sexuales. Eso quizá ya no hubiera sido una llave... sino la rotura de una presa.

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