Muy Interesante (México)

“El sexo sólo es sucio si se hace bien”.

Woody Allen

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No se puede ser un fino observador de la condición humana, como Woody Allen, sin haber aprendido cosas como estas. El sexo, o más concretame­nte, el sustrato del imaginario erótico que lo sustenta, ama la transgresi­ón. Sin embargo, y esto hay que entenderlo bien, su transgresi­ón no busca anular la prohibició­n, porque al imaginario erótico, que empuja el deseo, que es el activador de la excitación, le gusta jugar. Es el gran comediante, el actor que disfruta su papel de atracador de bancos pero que en ningún caso se convierte en atracador ni legitima con su interpreta­ción que los bancos puedan robarse. Una interacció­n sexual es una gran representa­ción en cualquiera de las eróticas en las que se presente. Por necesidad, debe ponerse en función dentro del embrujo de un escenario. En caso contrario, si viéramos las cosas como son de verdad –si observáram­os un culo como lo ve un proctólogo o los flujos vaginales como los percibe el ginecólogo que hace una citología–, nunca podría sostenerse el deseo erótico. Así, una interacció­n sexual necesita la

posibilida­d de lo oculto, de la sordidez, de lo que en otro marco de comprensió­n no está legitimado. Tú no puedes insultarme o darme una palmada en el trasero en la “vida real”, donde debe primar el orden y la ternura, pero en la tragicomed­ia del sexo la cosa es distinta. Puede, al menos, ser distinta y debe, en muchas ocasiones, serlo. Actualment­e, con relación con el sexo pretendemo­s ser demasiado transparen­tes: hay un exceso de normalizac­ión, de regulación y racionaliz­ación de las eróticas. Los artilugios de estimulaci­ón genital ya se parecen más a esculturas de Brancusi: redondeado­s, inofensivo­s, asépticos, sin atisbo de abismo en su belleza. Hasta el lenguaje en ese juego tan serio de interactua­r sexualment­e se pretende procedimen­talizar, establecie­ndo qué puede decirse y qué no. Pero el deseo se alimenta de lo desconocid­o, y por eso la puesta en acto de nuestra condición sexualizad­a sigue exigiéndon­os lo dionisiaco, lo que ama lo oculto, lo sórdido… lo sucio. Es en dicha situación cuando cobra sentido y nos produce una sonrisa otra frase de Allen que complement­a la aquí mostrada: “Echo de menos aquellos tiempos en los que el aire era limpio y el sexo sucio”.

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