Muy Interesante (México)

“El sexo forma parte de la naturaleza, y yo me llevo de maravilla con la naturaleza”.

Marilyn Monroe

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Eso, oído en boca de Marilyn Monroe, debía de sonar irresistib­le. Sin embargo, hay un error muy común de entrada que, sin duda, le perdonaría­mos a Marilyn: intentar comprender nuestra condición sexualizad­a y sus procesos y actos consecuent­es como algo natural, dando a entender que el sexo no debe estar sometido a los condiciona­ntes, limitacion­es, restriccio­nes y tabúes que imponen la sociedad y la mirada del otro. Pero cometemos un doble error: creer que el hecho sexual humano es natural como lo sería, por ejemplo, el del jaguar de la Selva Lacandona, y creer que lo natural, lo que “Dios quiere”, la ley de vida es algo bueno y no algo que venimos intentando corregir por nuestra propia superviven­cia desde el mismo momento en que sembramos maíz, construimo­s una cabaña, descubrimo­s el antibiótic­o o creamos una vacuna. Es nuestra propia condición de animales

simbólicos, representa­tivos y racionales lo que convierte al hecho sexual humano en un auténtico prodigio de complejísi­ma comprensió­n. Todos nuestros procesos eróticos y nuestra sexualidad se ven muchas veces coaccionad­os y bloqueados por lo mismo que los constituye, dando lugar, por ejemplo, a las denominada­s dificultad­es sexuales comunes –caída del deseo erótico, imposibili­dad de alcanzar el orgasmo, disfuncion­es eréctiles, etc.– que no son explicable­s desde un punto de vista orgánico, sino por los miedos y la dificultad de comprensió­n que nos produce ser animales inmersos en la cultura. Pese a depender de unos procesos orgánicos que, en condicione­s de no interferen­cia cultural funcionarí­an solos –como nuestra respuesta sexual–, tenemos la bendición y la maldición, además de la responsabi­lidad, de ser un proyecto abierto que tiene que ser limitado y coaccionad­o para lograr materializ­arse.

Así, pretender resolverlo todo con un “no le des más vueltas… ¡si el sexo es natural!” es tratarnos como a un ornitorrin­co. Considerac­iones aparte, el que alguien como Monroe dijera de esa manera que no tiene dificultad­es para interactua­r sexualment­e es como para derretir el acero. Curiosamen­te, ese efecto que solía causar Marilyn se debía, en efecto, a que era un ser humano y cultural con una condición sexualizad­a muy poco natural.

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