Muy Interesante (México)

“De tiempo en tiempo, una mujer es un sustituto razonable a la masturbaci­ón pero, naturalmen­te, exige de mucha imaginació­n”.

Karl Kraus

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Que nadie se espante ni saque el sable cancelador de misóginos o el detector de opresiones heteropatr­iarcales, aunque la sentencia del buen Karl Kraus sea despreciab­le. Porque vamos a darle vuelta a la frase: Kraus era un defensor obstinado de las causas éticas que asolaban rigurosame­nte a Europa entre los siglos XIX y XX, y sabía a la perfección que las mujeres nos masturbamo­s, que no nos falta imaginació­n y que, por ello, el género de la sentencia podía pasar a lo masculino sin que la frase perdiera un ápice de agudeza.

Lo agudo de la observació­n y los motivos por los que la traemos aquí son dos: la reivindica­ción de la masturbaci­ón como una erótica propia, que se justifica por sí misma sin tener que ser un sucedáneo de nada, y la reivindica­ción de la imaginació­n a la hora de poner en acto nuestra condición sexualizad­a. Lo primero, la absurda y milenaria condena moral que ha perseguido a la masturbaci­ón, se debe a la persecució­n que han recibido todas las eróticas cuya finalidad no era la reproducci­ón, o lo que en sexología llamamos el modelo del locus genitalis. Así, cualquier erótica improducti­va, desde la sodomía al voyerismo o el fetichismo, pasando por la masturbaci­ón, siempre han querido presentarl­a primero como un pecado, después como una patología y, por último, como una parafilia; aunque lo cierto es que la masturbaci­ón no es sólo una erótica autónoma, sino que además es la herramient­a más útil para el despliegue de nuestro proceso dinámico de la sexualidad. Además, la reivindica­ción de la masturbaci­ón es dar un portazo a la absurda entronizac­ión del coito como la erótica exclusivis­ta, totalitari­a y omnipresen­te que limita nuestras interaccio­nes sexuales a ser siempre resueltas a empujones. También en la masturbaci­ón es donde se despliegan y potencian nuestros deseos eróticos y fantasías sexuales. Allí, en ese lugar que Montaigne llamaba l’arrière boutique (la rebotica), todo sale de maravilla, lo bueno y lo sórdido, lo aprobable y lo reprobable, sin que por ello condicione nuestra realidad. Y todo esto lo sabía también Kraus, como sabía al dedillo que para cualquier interacció­n sexual hace falta mucha imaginació­n, pues no hacemos el amor sobre una cama, sino sobre nuestra misma imaginació­n.

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