AMENAZA HIPERSÓNICA
Las principales potencias militares ultiman el desarrollo de una nueva generación de misiles y otros sistemas de ataque capaces de alcanzar una velocidad varias veces superior a la del sonido y ante la que los actuales protocolos de defensa resultan ineficaces. ¿Propiciarán estos dispositivos una nueva carrera armamentística?
El caza MiG-31K, de un gris azulado, se estabiliza al alcanzar la altitud preestablecida mientras vuela a una velocidad doblemente supersónica. Bajo su vientre puede verse un grueso proyectil, parecido a un depósito de combustible, pero con una punta afilada. En paralelo, aunque algo más bajo, un avión testigo graba la prueba. Llegado el momento, el citado proyectil se suelta del caza como una bomba de caída libre. No obstante, unos segundos después su cola se ilumina con el resplandor de su motor cohete y en un instante alcanza una enorme velocidad y desaparece de la vista. Acaba de llevarse a cabo uno de los muchos ensayos que Rusia ha realizado con una de sus armas más avanzadas y temibles, el misil X-47M2 Kinzhal (daga), capaz de superar entre 10 y 12 veces la velocidad del sonido, es decir, desplazarse a entre 12,350 y 14,820 km/h, según la altitud.
Por si fuera poco, el X-47M2, con un alcance de 2,000 km, puede llevar una cabeza de guerra nuclear y, además, es capaz de cambiar varias veces su trayectoria –utiliza sistemas de guía por satélite, inerciales y por referencia óptica– para confundir a las defensas antimisiles... si es que estas fueran capaces de interceptarlo a semejantes velocidades. Su precisión contra blancos fijos o móviles es tal –fue diseñado para atacar ciertos buques, como los destructores de la Armada de EUA– que su margen de error es de un metro. No es de extrañar que las autoridades rusas lo consideren imbatible, el arma que anula cualquier tipo de escudo desarrollado hasta el momento.
China no se queda atrás
Los chinos también cuentan con su propia tecnología militar hipersónica. El planeador WU-14 es un HGV –siglas de Hypersonic Glide Vehicle, según la terminología militar del Pentágono– que pone los pelos de punta a los estrategas estadounidenses. Se trata de un proyectil no propulsado que se desprende desde un misil intercontinental y se precipita desde la estratosfera hasta su objetivo, que puede estar situado a 10,000 km de distancia, a más de 10 veces la velocidad del sonido.
Para dificultar aún más que pueda ser interceptado, el WU-14 puede maniobrar con extrema agilidad y, de este modo, esquivar los misiles enemigos. En principio, sus blancos principales serían las denominadas task forces (unidades creadas específicamente para llevar a cabo una tarea concreta) o los grupos de portaaviones de la Armada estadounidense, cuya presencia permanente en el Pacífico es vista como una amenaza para el gigante asiático.
En este sentido, el WU-14, que puede equiparse con una cabeza nuclear, tiene un gran valor como elemento disuasivo. De momento se encuentra en periodo de pruebas –la última de la que se tuvo noticias fidedignas tuvo lugar en 2014–, pero se calcula que entre 2022 y 2025 podría estar listo para ser desplegado.
Los estadounidenses y los rusos no se han quedado con los brazos cruzados y trabajan en sus propias versiones de HGV. Mientras que los primeros ultiman el AGM-183A ARRW, diseñado por Lockheed Martin, los segundos ya cuentan con el Yu-74 Avangard, que es lanzado por el misil intercontinental RS-28 Sarmat, mismo que puede llevar hasta tres Avangard a 17,000 km de distancia; luego, cada uno de ellos, equipado con una ojiva de dos megatones, desciende a Mach 20 (24,696 km/h) hasta el blanco, que puede situarse a 6,000 km de allí. Si sumamos ambas distancias, encontramos que el alcance total del sistema es de 23,000 km: más de la mitad de la circunferencia de la Tierra. Se calcula que sólo tardaría 14 minutos en impactar en su objetivo, lo que hasta hoy prácticamente impide cualquier reacción defensiva.
Los HGV se han comparado de forma errónea con las MRV, ojivas múltiples maniobrables de los misiles intercontinentales que están en uso desde hace décadas. Sin embargo, estas últimas nada más pueden modificar su trayectoria balística de descenso, unas variaciones predecibles y calculables, por lo que los sistemas antimisiles son eficaces contra ellas. Los HGV carecen asimismo de propulsión, pero pueden contar con pequeños motores que, aunque supongan un peso adicional y añadan complejidad a su construcción, permiten alterar su vuelo a placer o incluso redirigirse contra objetivos no previstos con anterioridad, cuyos datos le serán suministrados –o que adquirirán a través de sus propios sensores– después del lanzamiento.
De igual manera, son capaces de desplazarse a baja altura antes de ser detectados por las defensas o una vez que ya penetran en el espacio aéreo enemigo. No tiene caso decir que esas características, unidas a su enorme velocidad, dificultan en extremo su intercepción. En esencia, este tipo de proyectiles vienen a ser como una especie de cohete espacial, pero sin tripulantes y provistos de una mortífera carga nuclear.
Asunto de categoría
Hay distintas categorías de armas hipersónicas. El HIFIRE –siglas de Hypersonic International Flight Research Experimentation–, por ejemplo, no es un planeador, como los anteriores. Se trata de un vehículo capaz de superar los 9,188 km/h (Mach 7.5) que es desarrollado por la Fuerza Aérea estadounidense, la universidad australiana de Queensland, Boeing y la firma británica BAE Systems, y que fue probado por primera vez en el polígono de Woomera, en el país oceánico, en julio de 2017.
Igual que el arma antibuque BrahMos-II, que rusos e indios ponen a punto mediante una empresa binacional, es un misil de crucero propulsado por estatorreactores de combustión supersónica o scramjet, un tipo de motor con el que se pueden obtener velocidades superiores a Mach 5. Para eso es necesario que alcancen un régimen supersónico antes de que el scramjet comience a funcionar, puesto que carecen de las turbinas de los motores a reacción normales, que comprimen el aire antes de iniciar la combustión. Pues bien, lo consiguen gracias a un motor cohete acelerador que les proporciona el impulso hasta al menos Mach 1.
A esta misma clase pertenecen el misil indio Shaurya, muy similar en prestaciones al HIFIRE y considerado un arma estratégica –aunque su alcance es de sólo 700 km, sus ojivas pueden llevar una carga de casi una tonelada de explosivo convencional o nuclear–, y el enigmático YJ-XX chino, del cual apenas se conocen unos cuantos datos. Se sospecha que su alcance supera los 1,000 km, que puede lanzarse desde los destructores del Tipo 055 –los más modernos de la Armada china– y que sus principales objetivos serían otras embarcaciones.
En la terminología militar, los proyectiles con motores scramjet se denominan HCM –Hypersonic Cruise Missile– y a la versatilidad de los misiles de crucero convencionales suman su enorme velocidad que, además, añade una considerable energía cinética al propio poder destructivo de sus cabezas de guerra. Los HCM alcanzan altitudes de vuelo de entre 20 y 30 km, muy superiores a las de los actuales sistemas defensivos antimisiles, lo cual sin duda obligará a mejorar estos últimos para que sean capaces de alcanzar esos techos y contrarrestarlos. En todo caso, los tiempos dedicados a detectarlos, clasificarlos y abatirlos tendrán que acortarse enormemente.
Arsenal para todos
¿Hasta qué punto cualquier nación podría contar con armamento hipersónico? Es evidente que la tecnología detrás de los planeadores HGV sólo está al alcance de aquellas potencias que ya dispongan de misiles de alcance medio y largo –o tengan posibilidades de desarrollarlos– y sean capaces de situarlos en las altitudes necesarias, de entre 40 y 100 km.
Pero el segundo tipo de dispositivos hipersónicos mencionados, más parecidos a los misiles de crucero, resulta considerablemente más asequible, y varios de los países que podrían construirlos ya poseen capacidad nuclear. Peor aún, en muchos casos se trata de territorios donde hay tensiones importantes con sus vecinos, tal como sucede entre India y Pakistán, Israel e Irán o las dos Coreas. Eso no significa que sean fáciles de fabricar. Para comprender las dificultades que entraña conseguir que un objeto vuele de forma controlada a semejantes velocidades –se consideran hipersónicos aquellos vehículos que superan el Mach 5, que es cinco veces la velocidad del sonido, más de 6,174 km/h–, es preciso recordar brevemente los hitos que se han alcanzado en este sentido.
Barreras rotas
Antes del 14 de octubre de 1947, fecha en la que oficialmente se superó por primera vez el Mach 1 –lo logró el estadounidense Chuck Yeager a bordo de un avión Bell X-1–, se creía que existía una especie de barrera del sonido que impedía el vuelo supersónico. Los fenómenos aerodinámicos que aparecían al alcanzar esas velocidades eran prácticamente desconocidos y la aviación tuvo que superarlos a través del ensayo y error en un camino que llevó años de esfuerzos y acabó con varios aviones experimentales y la vida de algunos pilotos.
Se supo así que cuando aumentaba el número de Mach algunas peculiaridades físicas ya conocidas y otras nuevas se volvían gradualmente importantes, como los cambios en la presión y la temperatura, las ondas de choque, las capas límite, las ondas de condensación y la existencia de regiones de alta temperatura, en las que el flujo ya no tiene una composición química constante, sino la de un flujo reactivo.
Respecto a su comportamiento, el flujo aerodinámico se dividió de este modo en subsónico –el objeto y, por lo tanto, el flujo aerodinámico en torno al mismo se desplaza a velocidades inferiores a Mach 0.75–; en transónico –cuando se mueve entre Mach 0.7 y 1.2–; en supersónico –cuando el número de Mach se encuentra entre 1.20 y 5–; y en hipersónico –por encima de Mach 5–. Aunque no existe un Mach definido donde el flujo pase de supersónico a hipersónico, sino toda una zona de transición, suele aceptarse ese Mach 5.
El primer objeto artificial conocido que consiguió volar a velocidad hipersónica fue un cohete-sonda estadounidense WAC Corporal –WAC son las siglas de Without Attitude Control, sin control de actitud, lo que indica que este cohete no tenía más sistemas de guiado que las aletas de su cola–, lanzado en febrero de 1949 desde la punta de un cohete V-2 alemán. Este se utilizó como vector o primera etapa.
Explosión de datos
Desde entonces, nuestros conocimientos sobre lo que sucede durante los vuelos hipersónicos no han hecho más que incrementar. En estos años se han superado varias dificultades gracias también a los avances en metalurgia –esto propició que se lograra lidiar con las altísimas temperaturas alcanzadas durante este tipo de vuelo– y a la utilización de túneles de viento especiales.
El desarrollo de los estatorreactores representó sus propios desafíos: los primeros motores se diseñaron en Francia en los años 30 y, más tarde, ya durante la Segunda Guerra Mundial, en Alemania y Estados Unidos. Sin embargo, esos desarrollos no pasaron de la fase experimental. Fueron el Reino Unido y la Unión Soviética quienes en la posguerra hicieron posible que esta tecnología acabara aplicándose a los misiles.
Hoy, aunque todos los datos están ahí, al alcance de un buen número de países, aún se trata de un asunto complejo y, desde luego, nada barato. Es más: las colaboraciones internacionales puestas en marcha con el fin de desarrollar misiles hipersónicos buscan tanto compartir información como, sobre todo, tratar de solucionar el complejo problema del financiamiento.
¿Tiene la iniciativa privada algo por decir en este sentido? Lo cierto es que, en concreto, en el diseño de los estatorreactores hipersónicos –los scramjet– no sólo participan organismos estatales. Distintas corporaciones también laboran en ellos con la intención de utilizarlos en futuros aviones hipersónicos comerciales. Nadie duda de que, en este terreno, la investigación y el desarrollo tienen su aplicación inmediata.
Todo hace suponer que en unos pocos años los HCM estarán presentes en los arsenales de muchos ejércitos del globo, con las consecuencias previsibles. Así, la eterna pugna entre la lanza y el escudo volverá a inclinarse del lado ofensivo.