LA AUTOPSIA DEL MARCIANO DE HULE
Una película en blanco y negro resucitó hace 25 años el caso de Roswell, poco después de que el Pentágono reconociera que en 1947 había ocultado la verdad.
Fox Mulder y Dana Scully llevaban dos temporadas persiguiendo extraterrestres cuando uno salió de entre las sombras de los Expedientes Secretos X y atrajo la atención de medio mundo. Recostado en una mesa, le practicaban la autopsia en lo que parecía una vieja cinta en blanco y negro. Era un humanoide gris y cabezón, presentaba una aparatosa herida en una pierna, y un médico le abría el tórax y le extraía los órganos. El dueño de la filmación decía que el cuerpo correspondía a uno de los tripulantes del platillo volador estrellado en Roswell (Nuevo México) en 1947 y que la grabación procedía de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
“Alto secreto. Presentamos las primeras fotos de un extraterrestre”, anunciaba la revista española Año Cero en agosto de 1995. En la portada, protagonizada por una foto borrosa del alienígena en cuestión, aseguraban que iban a contarnos “todo sobre el ovni de Roswell y su tripulación”. Así arrancaba un novelón que dividió a las dos principales revistas esotéricas de España durante meses: el ufólogo Javier Sierra defendió en Año Cero –y después en un libro– la autenticidad del pietaje, mientras que su colega Josep Guijarro se mostró incrédulo en Más Allá. La historia llegó a su clímax el 3 de septiembre con la emisión en Antena 3 TV de Los alienígenas de Roswell, un documental en torno al videorregistro.
La cadena privada pagó un dineral por los derechos, pero la apuesta le salió bien: fue visto por 42.3% de quienes estaban en aquel momento sentados frente a la televisión.
El dueño de la película original era el productor británico Ray Santilli. Decía que, en un viaje a Estados Unidos para buscar material inédito sobre Elvis Presley, se lo había comprado al camarógrafo militar que lo rodó en 1947. Según Santilli, el hombre había conseguido quedarse con una copia de parte de la grabación de la recuperación y
las autopsias a la tripulación del platillo volador, y nadie se la había reclamado durante décadas. Esto resultaba, de por sí, casi tan sorprendente como el contenido de la cinta: un técnico consigue una copia de material de una operación ultrasecreta sin que nadie se percate y, medio siglo después, lo vende a un productor de cine, exponiéndose a acabar en la cárcel. Increíble, pero aún en la línea del incidente de Roswell.
El presunto accidente de una nave alienígena en las inmediaciones de esa localidad el 2 de julio de 1947 –sólo nueve días después de que Kenneth Arnold observara los primeros platillos voladores– fue en su época un suceso sin importancia. Se registraban a diario decenas de avistamientos de objetos misteriosos en los cielos de Estados Unidos cuando, el 8 de julio, el periódico Roswell Daily Record contaba en su primera página que el Ejército había capturado un platillo volador accidentado en un rancho cercano. Al día siguiente, los militares, que habían emitido una nota de prensa informando de la operación, se desdijeron: lo recuperado era un globo meteorológico. Para demostrarlo, enseñaron a los periodistas fragmentos de madera de balsa y papel aluminio. Y Roswell cayó en el olvido incluso para los ufólogos. En los 30 años siguientes no fue citado ni como una nota a pie de página en los miles de libros que se publicaron sobre el tema ovni.
Nueva fama
Pero en 1980 salió a la venta El incidente y todo cambió. En esa obra, William Moore y Charles Berlitz, autor de éxito gracias al
falso misterio del Triángulo de las Bermudas, defendían que en Roswell se había estrellado una nave de otro planeta y presentaban los testimonios de vecinos que habían permanecido callados más de tres décadas. Fue el primero de decenas de libros sobre el caso, que convirtió a la ciudad en la Disneylandia alienígena.
Sin embargo, después de casi tres lustros de próspero turismo ufológico, la Fuerza Aérea reconoció en 1994 que en su día había mentido y asestó el golpe de gracia al suceso: documentos desclasificados probaban que lo que había caído allí no era un globo meteorológico, sino uno de un proyecto, entonces secreto, para detectar las primeras explosiones atómicas soviéticas. En plena depresión para los defensores del rentable incidente de Roswell, Santilli sacó a la luz en 1995 el rodaje de la autopsia. Esa filmación – con la cámara moviéndose de un lado a otro y constantes desenfoques– era tan deficiente para documentar un hecho de esa magnitud, los métodos de los supuestos científicos tan toscos y alejados de la realidad, el cadáver alienígena tan evidentemente falso
y algunos detalles estaban tan fuera de sitio –el único objetivo del traje de protección de los científicos era ocultar su identidad– que desde el primer momento quedó claro, para quien quiso, que se trataba de un fraude evidente. Aunque Santilli ganó millones con la venta de derechos televisivos y videos. Se aprovechó de la permanente necesidad de maravillas que tiene la prensa paranormal, que optó por ignorar todo lo que hacía ruido –¿una única cámara y de blanco y negro para grabar la autopsia a un extraterrestre?– e ignoró las opiniones documentadas.
Los expertos en medicina forense y efectos especiales fueron tajantes desde el principio: aquello era un montaje. El antropólogo forense español José Manuel Reverte destacó que no sólo la vestimenta de los patólogos era inapropiada, sino que, además, su actitud era la de alguien que finge practicar una autopsia. “El muñeco es demasiado tieso para ser creíble”, señaló Trey Stokes, responsable de efectos especiales en The Abyss y Batman regresa, entre otras películas más. Una visión compartida por otros técnicos de Hollywood que confirmó 11 años después el escultor John Humphreys, quien trabajó en los efectos de series como Doctor Who y Max Headroom... y creador del alienígena de Roswell por encargo de Santilli. “Todo lo que hemos hecho para el filme ha sido recrear los modelos que fabricamos hace 10 años a partir de las fotos que tomamos entonces”, confesó en 2006 a la prensa con motivo del estreno de la comedia Autopsia de un alien.
Los expertos en medicina forense y efectos especiales fueron tajantes: era un montaje