Muy Interesante (México)

LA MIRADA DE LILA

- Por Avril Carranza Kuster

Lila Avilés es directora de cine y en 2018 su película La camarista recibió el Ariel a Mejor ópera prima. También es una persona llena de historias, sueños y muchas risas. “Mis padres se conocieron en la ciudad, pero vengo de familia de marineros: mis dos abuelos eran capitanes de barco, entonces hay algo ahí del mar en las venas, uno del lado de Campeche y otro de Mazatlán”.

Lila describe su infancia como muy a la mexicana, con muchos primos, en la que los papás estaban de un lado y los niños por otro: “Eso lo agradezco mucho, tuve esa parte citadina pero salvaje”. Cuenta que su familia no es artística y se autodenomi­na, entre risas, como “el ajonjolí que se fugó”.

Alguien que de cierta manera comenzó a acercarla al arte fue su padre, a quien describe como muy gracioso y que organizaba expedicion­es al Ajusco, así como obras de teatro basadas en la familia y en las que todos los primos participab­an; por otro lado, está su prima, con quien también montaba obras teatrales. Asimismo, cuenta que desde pequeña tuvo “algo” con la fotografía y una anécdota que su abuela le contó es que Lila ponía fotos de la familia sobre la cama y pasaba horas acomodándo­las en diferentes órdenes: “Ahí me cayó el veinte de que, de alguna forma, estaba haciendo cine”.

Su camino hacia el séptimo arte fue largo: se convirtió en cineasta ya adulta, algo que agradece porque comenzar grande le ayudó a entender más cosas. Antes pasó por la actuación, el teatro y la fotografía; de hecho, Avilés es actriz, aunque durante su preparació­n se dio cuenta de que en la actuación todo estaba acotado: “Existía un perfil de lo que yo podía hacer y a mí me aburría terribleme­nte eso […], pero en el teatro encontré una brecha más libre, pues con la dramaturgi­a se puede ser un abanico de posibilida­des; fue ahí donde me obsesioné con el teatro”. A pesar de estar en la Escuela de Artes Escénicas, donde pasó por diferentes ocupacione­s, siempre le faltó la fotografía, por lo que en sus palabras, “se echó al ruedo” y, con ayuda, compró una cámara y comenzó a jugar con ella: “Aprendí mucho y de esa forma fui avanzando”.

Después, Lila decidió hacer cine. Cuando ya era un hecho, un amigo muy querido le aconsejó que nadie le dijera qué debía hacer, que ella sola lo sabría aunque eso no significar­a que fuera por la vida con los oídos tapados. Avilés describe estos procesos como “lanzarse y equivocars­e, y no pensar que tiene que ser perfecto. Nos aferramos a que si no hacemos algo impresiona­nte no servirá, y terminamos v iéndolo demasiado lejos”. Lo cierto, continúa, es que en los procesos de escritura hay cambios y lo bello es decir “vale, lo hago”. Entre lo más valioso que le ha dejado el celuloide están, justamente, esos procesos: “Son lo más bonito, y una vez que ya tienes todo listo, más allá de si el resultado es bueno o no, la sensación de que ya llegaste es bella, y pienso que lo más importante es aferrarse a eso”, nos comenta.

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