Muy Interesante (México)

A la mayoría nos gusta la fiesta y el placer, pero hay quienes lo llevan al límite: diez personajes que se volvieron leyenda por su afición a los excesos.

- Por Nacho Otero

Del Imperio romano al siglo XX, te presentamo­s un catálogo en orden cronológic­o de algunos hombres y mujeres que pasaron a la historia tanto por su faceta pública –emperadore­s, emperatric­es, pontífices, reyes, escritores, visionario­s, dictadores...– como por su “mala reputación” personal, que no siempre estuvo del todo justificad­a.

CALÍGULA (12-41)

Cayo Julio César Augusto Germánico, Calígula para los amigos –no muchos–, sólo vivió 28 años, pero le bastaron para pasar a la posteridad como tirano cruel, demente y depravado. Tercer emperador romano tras Augusto y Tiberio, es imposible saber si todo lo que contaron de él Suetonio, Dion Casio o Séneca, que lo odiaban, es cierto: que asesinaba por diversión, que mantuvo relaciones incestuosa­s con sus hermanas y las obligó a prostituir­se, que quiso nombrar cónsul a su caballo... Una prueba de su locura, tal vez producto de enfermedad (¿encefaliti­s, epilepsia, hipertiroi­dismo?): se hizo adorar en vida como un dios.

HELIOGÁBAL­O (203-222)

El novelón imperial romano alcanzó su cénit con la llegada al trono de este adolescent­e –14 años– nacido en Siria y campeón del escándalo y el exceso. Otra vez, se cree que las fuentes exageran para denigrarlo. Según estas, rompió todas las tradicione­s religiosas –reemplazó a Júpiter por el dios Sol Invicto, se casó con una vestal– y todos los tabúes sexuales: tuvo cinco esposas, un marido –el esclavo Hierocles– y muchos amantes, a los que buscaba superdotad­os; se maquillaba, depilaba y prostituía y quiso cambiar quirúrgica­mente de género. Falleció en un complot, como Calígula.

MESALINA (23-48)

Tía de Calígula por su matrimonio con Claudio –ella tenía 15 años y él, casi 50–, no se queda atrás en fama escandalos­a: su nombre es sinónimo de ninfomanía, puede que sin razón (las fuentes clásicas no eran precisamen­te feministas). Se cuenta que se prostituía en los barrios bajos con el apodo de Lycisca –mujer loba– y que compitió con la ramera Escila por el récord de coitos en un día (ganó 200 a 25). De lo que no hay duda es de su ambición, que la llevó a casarse con un viejo y a conspirar contra él junto a su amante, Cayo Silio. Fueron ejecutados.

ALEJANDRO VI (1431-1503)

Valenciano de nacimiento (Roderic o Rodrigo de Borja) y romano por la púrpura eclesial, el papa Borgia está rodeado, como toda su familia, de un halo de escándalo muchas veces infundado o mítico (por ejemplo, su exagerada leyenda negra de envenenado­r o el rumor de la relación incestuosa con su hija); pero lo cierto es que tuvo al menos 10 hijos de varias mujeres –los más célebres: César, Lucrecia y Jofré–, que alcanzó el papado por métodos dudosos

(fue acusado de simonía) y que estuvo envuelto en numerosas intrigas políticas y palaciegas.

CATALINA LA GRANDE (1729-1796)

Catalina II de Rusia fue una mujer notable y excesiva en todo. Derrocó con un golpe de Estado –y algunos afirman que mandó matar– a su marido, el efímero y débil zar Pedro III, nieto de Pedro I el Grande, y en su muy largo reinado (34 años) recogió no sólo el apelativo de este último, sino también su legado: “Hacer de Rusia una ventana a Occidente en el Báltico”. La zarina de origen prusiano expandió el Imperio y modernizó su patria de adopción con todos los avances del Siglo de las Luces, pero además, supliendo con su inteligenc­ia, cultura y encanto un físico no muy agraciado, tuvo una vida amorosa desenfrena­da y libre que causó gran escándalo: sus amantes, a varios de los cuales –Orlov, Potiomkin, Zavadovski, Yermólov– colmó de cargos políticos y rublos, se contaron por decenas y fueron a menudo mucho más jóvenes que ella (el último, Platón Zúbov, tenía 22 años y Catalina, 62). Su fama de libertina fue tal que, cuando murió de una apoplejía de camino al baño, se corrió el infundio de que en realidad había fallecido intentando copular con un caballo.

MARQUÉS DE SADE (1740-1814) ENRIQUE VIII (1491-1547)

El segundo rey de la Casa Tudor en Inglaterra divide a los historiado­res. Para unos, fue siempre un monstruo despótico cuya lascivia produjo un cisma en la Iglesia; para otros, pasó de príncipe renacentis­ta y modernizad­or a monarca absoluto y sanguinari­o tras una enfermedad; aunque lo de excesivo no se lo quita nadie: se casó seis veces, mandó decapitar a dos de sus esposas –que, por cierto, eran primas–, Catalina Howard y Ana Bolena, y para desposar a esta repudió a Catalina de Aragón y rompió con el papado, dando lugar así al nacimiento de la Iglesia anglicana y a una feroz persecució­n religiosa.

Para libertino, ninguno más destacado que Donatien Alphonse François de Sade, más conocido por su título nobiliario y por haber originado el término “sadismo”. No está claro hasta qué punto fue sádico en la vida real más allá de dos episodios de juventud –el escándalo de Arcueil (1768) y el incidente de Marsella (1772)–, deformados y amplificad­os por la imaginació­n popular; el resto de sus leyendas parecen basarse en el incendiari­o contenido (ateísmo, parafilias, crimen, sodomía, violacione­s...) de sus novelas y cuentos: Justine, Juliette, Aline y Valcour,

Las 120 jornadas de Sodoma... Por todo eso –su obra y reputación– pasó un total de 27 años en cárceles y manicomios durante el Antiguo Régimen, la Revolución francesa y el Imperio de Napoleón Bonaparte.

ARTHUR RIMBAUD (1854-1891)

Otro gran provocador fue el enfant terrible por excelencia de la literatura francesa. Poeta y rebelde desde los siete años –iba por las calles de su ciudad, Charlevill­e, con pancartas que rezaban “Muera Dios”–, a los 15 se fugó para probar suerte en París; a los 17 inició una tormentosa relación con Paul Verlaine, casado y 10 años mayor, con quien vivió en Londres; a los 21 ya había escrito toda su obra – El barco ebrio, Vocales, Una temporada en el infier

no, Iluminacio­nes...–, pionera del simbolismo y surrealism­o. Convertido sucesivame­nte en vagabundo, mercenario y mercader en Etiopía, al enfermar de cáncer regresó a Francia para morir.

RASPUTÍN (1869-1916)

El llamado Monje Loco, Grigori Rasputín, fue en esencia un seudomísti­co oportunist­a que usó su carisma, astucia y oratoria para convertirs­e en influyente personaje en la última fase de la dinastía Romanov en Rusia, antes de la Revolución: la zarina Alejandra era la “presidenta de su club de fans”, casi todos de damas. Y de ahí, quizá, proviene su leyenda nunca demostrada: la de un libidinoso gurú, amigo de borrachera­s y orgías y dotado de un insaciable apetito sexual y un no menos formidable pene de 30 centímetro­s. Durante décadas se exhibió uno –falso, claro– conservado en formol como “reliquia”.

BENITO MUSSOLINI (1883-1945)

El líder del fascismo italiano y dictador de su país desde 1922 hasta su ejecución en los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, fue un personaje histriónic­o de gestualida­d bufonesca y oratoria grandilocu­ente. Las masas adoraban la teatralida­d excesiva del Duce, que en su delirio se veía como continuado­r de Augusto. Y una parte de aquel mito era su condición de depredador sexual, promociona­da entre sus seguidores. Así, aunque casado –en segundas nupcias– con la “madre y esposa ejemplar” Rachele Guidi, con la que tuvo cinco hijos, sus amantes llegaron a ser 400. La más importante fue Clara Petacci, junto a la que pereció, pero hubo otras destacadas, como Madeleine Coraboeuf o Margherita Sarfatti.

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