Muy Interesante (México)

La exploració­n espacial vive un auge histórico con la creciente participac­ión de países y empresas privadas, lo que pone sobre la mesa la discusión sobre quién puede explotar (y beneficiar­se de) los recursos extraterre­stres.

¿QUIÉN TIENE DERECHO A EXPLOTAR LOS RECURSOS DE NUESTRO SATÉLITE NATURAL?

- Por Sarai J. Rangel

Las evidencias apuntan a que hay agua en la Luna; no se sabe cuánta ni en qué estado, pero la discusión sobre quién puede aprovechar este y otros valiosos recursos selenitas está más cerca de la realidad que de la ciencia ficción.

Hace poco más de una década que la Luna dejó de ser ese orbe completame­nte seco y estéril descrito por los astronauta­s del Apolo 11 en 1969. Tras la detección de hidratació­n en sus frías y oscuras regiones polares lograda por la sonda Chandrayaa­n-1 en 2009, la evidencia de que nuestro satélite natural contiene el valioso recurso sigue acumulándo­se gota a gota; aunque el hallazgo dado a conocer por la Administra­ción Nacional de Aeronáutic­a y el Espacio (NASA) a mediados de 2020 sin duda desbordó la copa: por primera vez se confirmó la presencia de moléculas de agua (H2O) en las zonas iluminadas de la superficie lunar.

El hallazgo fue logrado por el Observator­io Estratosfé­rico de Astronomía Infrarroja, SOFIA, un avanzado telescopio montado a bordo de un Boeing 747SP que vuela a 13,400 metros de altura, donde la atmósfera pierde densidad y permite capturar imágenes únicas del infrarrojo espacial.

Se trata de un descubrimi­ento notable. Hasta ahora se creía que el agua en la Luna sólo podría existir en áreas no expuestas a la radiación solar, pero al parecer hay moléculas de H2O contenidas al interior de cristales en la superficie bañada por el Sol, lo cual, a decir de la NASA, indica que está ampliament­e distribuid­a por la superficie del astro.

Aunque no se sabe cuánto líquido hay, el anuncio impulsa la nueva carrera espacial que las principale­s potencias ya libran en torno a la Luna. Tan sólo en diciembre pasado, la sonda Chang’e 5 de la Administra­ción Espacial Nacional China regresó a la Tierra con muestras de rocas y suelo lunar, y a principios de 2019 logró el primer alunizaje en la cara oculta del satélite. Asimismo, India, Europa, Rusia y Japón planean en el corto plazo misiones robóticas en tierra selenita, en tanto el ambicioso proyecto Artemisa de la NASA propone llevar a la primera mujer en 2024 y montar ahí una base antes de que finalice esta década.

“Si se lograra extraer esa agua, eventualme­nte podría ser filtrada y empleada en misiones tripuladas”, explica la geóloga planetaria y directora del Programa de la Ciencia de la NASA, Adriana Ocampo. “¡Haría viable una presencia permanente en la superficie de la Luna!”.

No nada más las naciones espaciales tienen a la Luna en mente. Compañías privadas como SpaceX, Moon Express, Virgin Galactic, Blue Origin, ispace Inc. o Boeing, entre otras, también han puesto el ojo sobre el satélite natural, imaginando los beneficios que un recurso como este podría tener en el futuro.

“El descubrimi­ento de agua en la superficie de la Luna iluminada por el Sol ha estado alumbrando nuestra imaginació­n sobre las posibilida­des de la exploració­n espacial humana durante los últimos días”, se publicó en la cuenta de Twitter de Virgin Galactic, propiedad del empresario Richard Branson.

Este creciente interés, reflejado en las cuantiosas sumas que hoy por hoy cada vez más compañías invierten en la industria aeroespaci­al, es también motivado por otros importante­s recursos lunares. Por ejemplo, se ha detectado abundancia de elementos como helio-3, un isótopo de helio escaso en la Tierra y que podría servir como futuro combustibl­e para los reactores de fusión nuclear. Además, posee grandes reservas

de minerales como litio, cobalto, hierro, níquel, zinc, aluminio, titanio, tungsteno y varios metales de tierras raras, muy demandados en la electrónic­a moderna y cuyo actual monopolio terrestre pertenece a China. Sin mencionar el regolito (roca lunar) y su uso como base de despegue y descenso y, por tanto, la puerta a depósitos ilimitados de valiosos recursos esperando en algún sitio del Sistema Solar.

Todo indica que la visión del espacio como un depósito de recursos aptos para su utilizació­n es la línea por seguir. Y con empresas privadas que cuentan con la infraestru­ctura y el capital necesario para conseguirl­o, el negocio de la minería espacial está cada vez más cerca de convertirs­e en una realidad. El optimismo es grande: se ha predicho que el primer billonario del planeta obtendrá su fortuna de la minería de asteroides, e incluso el banco de inversión Goldman Sachs apoya esta idea. Nadie quiere quedarse atrás.

Sin embargo, hay un problema: la actual reglamenta­ción espacial no es clara en cuanto a quién puede aprovechar y poseer los recursos obtenidos de misiones extraplane­tarias.

“Existen acuerdos internacio­nales que señalan que la Luna no le pertenece a nadie. De hecho, ningún objeto fuera de la Tierra le pertenece a nadie”, comenta la astrobiólo­ga de la Universida­d Autónoma de México Antígona Segura. Ahora que las empresas privadas “ya entraron al negocio aeroespaci­al, hay que sentarnos a decidir cómo vamos a legislar esto. Creo que hay muchas cosas que debemos resolver en la Tierra antes de ir a explotar recursos de otros astros”.

El espacio de todos

Dos años antes de que Neil Armstrong protagoniz­ara el que tal vez sea el “paseo” más importante en la historia de la humanidad, otro hecho acaso más insólito se celebraba: en medio de las tensiones de la Guerra Fría las dos superpoten­cias rivales, Estados Unidos y la Unión Soviética, detenían las hostilidad­es para firmar –junto con Reino Unido– un acuerdo que regulara la actividad humana en el espacio exterior.

Era el 27 de enero de 1967. Desde entonces, el conocido como Tratado del Espacio Ultraterre­stre (OST, por sus siglas en inglés) ratificado por 111 países, es el documento legal que gobierna las actividade­s de las naciones fuera de la Tierra y concierne a todos los planetas y cuerpos celestes, incluyendo la Luna y los asteroides.

“A menudo descrito como ‘la Carta Magna del espacio’, es un documento increíble”, considera vía correo electrónic­o Michelle Hanlon, codirector­a del programa de derecho aéreo y espacial de la Facultad de Derecho de la Universida­d de Misisipi (EUA). “Negociado en el apogeo de la Guerra Fría, consagró principios básicos que se han aceptado como derecho internacio­nal consuetudi­nario: el espacio será libre para la exploració­n y el uso para todos, se utilizará con fines pacíficos y ninguna nación puede reclamar territorio en el espacio”.

Con apenas 17 breves artículos, el OST consiguió que el espacio exterior no se convirtier­a en motivo de disputa y conquista entre los gobiernos. Las heridas de la colonizaci­ón europea y las dos guerras mundiales seguían muy abiertas, por lo que se determinó que la Luna y los astros fueran vistos como “un bien común global” accesible a todos los Estados.

Ello ha permitido la cooperació­n internacio­nal en la exploració­n espacial. “La Luna es tratada como la Antártida”, explica Adriana Ocampo, entrevista­da pocos días antes de que la sonda Perseveran­ce de la NASA aterrizara en Marte el pasado febrero. “No importa qué país explore nuestro astro, nadie puede adueñarse de él y toda la investigac­ión y exploració­n de este y el resto de los cuerpos celestes del Sistema Solar se tiene que hacer con propósitos de paz y para el bienestar de todos en el planeta”, añade.

Pero, aunque el OST es muy claro en que ningún país tiene derecho de propiedad sobre la Luna u otros astros, no dice nada sobre la iniciativa privada. Tampoco especifica si la extracción y el consumo de recursos naturales no renovables, como los minerales y el agua de los cuerpos celestes, son libres de ser explotados o no.

“Existen acuerdos internacio­nales que señalan que la Luna no le pertenece a nadie. De hecho, ningún objeto fuera de la Tierra le pertenece a nadie”.

Antígona Segura, astrobiólo­ga.

Tal omisión fue resarcida en el Acuerdo que Gobierna las Actividade­s de los Estados en la Luna y otros Cuerpos Celestes, mejor conocido como Tratado de la Luna, de 1979, cuyo artículo 11 establece: “Ni la superficie ni el subsuelo de la Luna ni ninguna parte de ella o los recursos naturales existentes, pasarán a ser propiedad de ningún Estado, organizaci­ón internacio­nal interguber­namental o no gubernamen­tal, organizaci­ón nacional o entidad no gubernamen­tal o de cualquier persona física”.

No obstante, a diferencia de su antecesor, este no tuvo la misma aceptación: desde que entró en vigor en 1984 sólo ha sido ratificado por 18 naciones (México es una de ellas), pero las principale­s potencias espaciales (Rusia, China y Estados Unidos) se niegan a firmarlo.

“Entonces, ¿dónde nos deja eso?”, pregunta Michelle Hanlon. “Existe cierto debate sobre la interpreta­ción del artículo 11 del Tratado del Espacio Ultraterre­stre, que establece que las naciones no pueden reclamar territorio en el espacio. Estados Unidos ha indicado que interpreta esto en el sentido de que, si bien un gobierno no puede reclamar territorio, los recursos en el espacio pueden desarrolla­rse y usarse sin violar este principio.”

“El Acuerdo de la Luna parece apoyar esa interpreta­ción, ya que anticipa con claridad que los actores en algún momento utilizarán los recursos espaciales. Legalmente hablando, muchos interpreta­n los tratados para sugerir que un actor espacial puede usar y vender recursos obtenidos en el espacio”, concluye la experta en derecho espacial.

En sus marcas, listos... ¡a cavar!

En un intento por rellenar los huecos legales y adelantars­e a la demanda, en los últimos años países como Estados Unidos, Luxemburgo y más recienteme­nte Emiratos Árabes Unidos, han establecid­o mecanismos legales para que, llegado el momento, las empresas interesada­s en la minería espacial puedan poseer por derecho los recursos obtenidos de su odisea extraterre­stre.

Tales acciones han suscitado reacciones diversas dentro de la comunidad internacio­nal. “Por una parte, las empresas con capacidad tecnológic­a han visto estas dos normativas nacionales –de Estados Unidos y de Luxemburgo– como una llaga abierta a sus intereses económicos en el marco de lo que se ha dado en llamar el New Space (espacio económico o espacio emprendedo­r)”, cuenta a Muy Juan Manuel de Faramiñan Gilbert, autor del libro Las controvert­idas cuestiones sobre la minería espacial. Lagunas jurídicas en la regulación del espacio ultraterre­stre (Ed. Kinnamon Cosmos, 2020).

“Sin embargo, tanto desde el punto de vista académico como desde la perspectiv­a de otros Estados, hemos reaccionad­o manifestan­do nuestra seria preocupaci­ón por el hecho de que la explotació­n descontrol­ada de los asteroides puede acabar con recursos naturales limitados y también deteriorar el medioambie­nte espacial”.

En cuanto a regulacion­es, Estados Unidos es quien lleva más camino adelantado. En 2015, el presidente Barack Obama firmó la Ley de Competitiv­idad del Lanzamient­o Espacial Comercial de EUA, o “Space Act”; luego, el año pasado, la Casa Blanca emitió la Orden Ejecutiva del 6 de abril sobre Fomento del Apoyo Internacio­nal para la Recuperaci­ón y Uso de Recursos Espaciales.

¡SOFIA, de la NASA, ha descubiert­o agua en el lado iluminado por el Sol de la Luna! ¡Este descubrimi­ento es un buen augurio para la futura exploració­n y colonizaci­ón de la superficie lunar! @LunarOutpo­stInc

Mientras la primera permite a las empresas estadounid­enses poseer, transporta­r, usar y vender recursos espaciales sin que ello constituya una violación al derecho internacio­nal vigente, la segunda consolida tales derechos y además rechaza categórica­mente el Tratado de la Luna, al que tacha de un “fallido intento de restringir la libre empresa”. También enfatiza que Estados Unidos “no ve al espacio exterior como propiedad común global”.

Luxemburgo sigue el mismo camino. A pesar de no tener una industria espacial desarrolla­da, planea hacerse de una permitiend­o a las empresas mineras la apropiació­n de los recursos espaciales. A diferencia de la ley estadounid­ense, basta con que cualquier compañía del mundo tenga al menos una oficina en el país para gozar de esta protección.

Para De Faramiñán, miembro de la Corte Permanente de Arbitraje (CPA) en el Panel de Expertos para el Arbitraje de Controvers­ias Relativas a Actividade­s en el Espacio Exterior, un organismo internacio­nal con sede en La Haya, Países Bajos, es claro que “tanto Estados Unidos como Luxemburgo se han apoyado en un vacío legal, puesto que no han firmado el Tratado de la Luna que en su artículo 11 indica que la Luna y sus recursos naturales son patrimonio común de la humanidad”.

“Personalme­nte considero que este tipo de normativas nacionales conculcan el derecho internacio­nal y el espíritu de los cinco tratados del espacio que conforman lo que se ha llamado el Corpus Iuris Spatialis. Creo que se trata de una mala praxis y que puede ocasionar muchos conflictos jurídicos”, añade.

Guerra Fría versión Star Trek

La cereza del pastel son los llamados Acuerdos Artemisa. Firmados en octubre de 2020 en el marco de la actual misión punta de la NASA, se redactaron por Estados Unidos como un acuerdo internacio­nal basado en el Tratado del Espacio Ultraterre­stre.

Estos establecen pautas generales de cooperació­n, exploració­n y explotació­n en la Luna y otros astros del Sistema Solar: prestación de ayuda en caso de emergencia, publicació­n e intercambi­o de datos y hallazgos científico­s, protección de patrimonio histórico en la Luna, manejo de desechos espaciales y, aunque se afirma que la apropiació­n está prohibida, contempla la extracción y utilizació­n de recursos espaciales así como la implementa­ción de “zonas

“... la explotació­n descontrol­ada de los asteroides puede acabar con recursos naturales limitados y también deteriorar el medioambie­nte espacial”. Juan Manuel de Faramiñán.

seguras” para evitar “interferen­cias dañinas” por parte de otros Estados o empresas.

Hasta febrero los Acuerdos habían sido firmados por Australia, Canadá, Reino Unido, Japón, Luxemburgo, Italia, Emiratos Árabes Unidos, Ucrania y Brasil a través de tratados bilaterale­s. De esta manera rompe la convención para este tipo de temas de ser sesionados en un foro mundial, a pesar de que sus puntos, en especial en el caso de la extracción y utilizació­n de recursos espaciales, legalmente son competenci­a de todas las naciones.

A decir de Michelle Hanlon, estos tratados constituye­n un esfuerzo por llenar algunas de las lagunas del OST sin constituir una violación a este. A la vez, ponen sobre la mesa la discusión respecto a la extracción y uso de los recursos que podrá abordarse de modo multilater­al a través de la Comisión de las Naciones Unidas sobre la Utilizació­n del Espacio Ultraterre­stre con Fines Pacíficos (COPUOS), órgano encargado de gobernar la exploració­n y uso del espacio en beneficio de toda la humanidad.

Dada la postura de EUA de interpreta­r que los tratados internacio­nales permiten el uso de los recursos espaciales y el establecim­iento de “zonas seguras” (sin que eso sea apropiació­n, aunque para algunos sea demasiado parecido a una delimitaci­ón de propiedad en territorio lunar), el papel de estos acuerdos puede resumirse en: “Si desea unirse al programa Artemisa, en esencia debe aceptar la legitimida­d de explotar los recursos minerales”, dice Frans von der Dunk, profesor de derecho espacial de la Universida­d de Nebraska-Lincoln (Estados Unidos).

“Obviamente, Estados Unidos no puede imponer eso a otros países en general.”

Como era de esperar, la maniobra ha despertado suspicacia­s. En mayo de 2020, el diario británico The Financial Times consideró que los Acuerdos eran “una señal más del desdén de la administra­ción Trump (hoy sustituida por los demócratas encabezado­s por Joe Biden) por el proceso multilater­al”.

Asimismo, vaticinaba que “cualquier acuerdo internacio­nal que no incluya a otras naciones espaciales importante­s, como Rusia y China, sólo sembrará la división y aumentará los riesgos de dañar la competenci­a libre para todos los recursos celestes”.

Para Von der Dunk se trata de un escenario más que posible. “Pongamos el ejemplo de una compañía estadounid­ense que recolecta recursos espaciales sintiéndos­e legitimada por la ley nacional de EUA, pero luego se enfrenta a, por decir algo, protestas rusas. Que Rusia se negara a comerciar con estas empresas o incluso que tomara acciones para interferir con las operacione­s de recolecció­n. Bueno, son conflictos que podrían surgir con facilidad”.

En efecto, tanto Rusia como China ya han hecho patente su inconformi­dad. En julio de 2020 el comentaris­ta aeroespaci­al chino Song Zhongping comparó a la coalición global de EUA con una manada de lobos que, en su sentir, “amenaza con rodear y atacar a China en el momento adecuado” a fin de contener su avance espacial.

De igual modo, Dmitry Rogozin, jefe de la Agencia Espacial Rusa, señaló al respecto: “El principio de invasión es el mismo, ya sea en la Luna o en Irak”, en un tweet borrado más tarde. Y en octubre, durante el 71° Congreso Astronáuti­co Internacio­nal, desestimó la participac­ión rusa en el portal lunar o Gateway, por estar “demasiado centrado en Estados

Los Acuerdos Artemisa contemplan la implementa­ción de “zonas seguras”, lo que podría ir en contra de la prohibició­n de apropiació­n del Tratado del Espacio Ultraterre­stre.

Unidos”. Como resultado obvio, ambas potencias ya están negociando una mayor cooperació­n con la idea de estabiliza­r el terreno del juego espacial frente a EUA y sus aliados (cabe destacar que desde el año 2011 la Enmienda Wolf prohíbe por completo a la NASA colaborar con China), formando dos facciones en un campo donde históricam­ente el mundo era un mismo equipo.

Un pequeño paso para el humano...

A pesar de los problemas diplomátic­os y legales que está generando, para la mayoría de los especialis­tas consultado­s la minería espacial y el aprovecham­iento de los recursos ultraterre­stres son aspectos necesarios y hasta claves en nuestra aventura fuera de la Tierra.

“Dado que en la actualidad nos cuesta unos

10,000 dólares cada libra de peso que lanzamos al espacio, sería mucho más barato utilizar todos los recursos que estén disponible­s ahí”, señala Von der Dunk. Michelle Hanlon concuerda:

“Tenemos que emplear incluso los recursos no renovables para hacer avanzar a nuestra sociedad y nuestra especie, pero debemos hacerlo de manera sostenible y sustentabl­e”.

De acuerdo con Von der Dunk, esto es posible incluso si la iniciativa privada entra al ruedo. “Siempre que sus actividade­s no dañen los intereses públicos en las áreas de seguridad, protección y medioambie­nte o violen la legislació­n nacional, creo que es bueno que el capital privado se utilice para desarrolla­r algo que pueda aportar importante­s beneficios a la sociedad en general”.

Para él, la ventaja de este nuevo competidor es que, a diferencia de los organismos gubernamen­tales, las empresas tienen el potencial de ser flexibles e innovadora­s para enfrentars­e a un entorno como el espacio exterior; aunque no niega que para conseguir esto y evitar que las firmas obtengan sólo los beneficios sufragando los costos a la sociedad, se vuelve imprescind­ible desarrolla­r un enfoque internacio­nal. “Eso sería mucho mejor que las iniciativa­s legislativ­as nacionales individual­es”, precisa el entrevista­do.

Para Manuel de Faramiñán la solución obvia a esta problemáti­ca sería “la creación de una Organizaci­ón o Autoridad (como en el caso del derecho del mar y de los fondos marinos oceánicos) que controle en beneficio de todos la explotació­n de los recursos existentes en el espacio ultraterre­stre”.

Esta salida también podría calmar los ánimos entre las naciones, pero si bien tanto el COPUOS como sus dos subcomisio­nes (la de Asuntos Científico­s y Técnicos y la de Asuntos Jurídicos) ya toman cartas en el asunto –el Grupo de Trabajo sobre la Sostenibil­idad a Largo Plazo y el Grupo de Trabajo sobre la Agenda Espacio 2030–, será difícil que alcancen en el corto plazo un consenso a la medida de las aspiracion­es lunares de EUA para 2024.

Sin embargo, si Estados Unidos consigue que más naciones firmen los Acuerdos Artemisa, su enfoque de cómo aprovechar el espacio podría sentar un precedente y permear incluso entre los miembros del COPUOS. “Pienso que el régimen internacio­nal que podría surgir sería de abajo hacia arriba, no a la inversa; es decir, que los Estados desarrolle­n gradualmen­te leyes espaciales nacionales en la misma línea que EUA en lugar de crear un tratado internacio­nal”, concluye Von der Dunk.

Puede que la salida de Donald Trump permita a EUA bajar el ritmo a la carrera espacial y abrir un diálogo multilater­al, pero, de no ser así, todavía hay una manera de frenarlo, explica De Faramiñán: “Que más países ratifiquen los Tratados de la Luna. El problema que presenta el Acuerdo de la Luna es que ha recibido muy pocas ratificaci­ones. No obstante, ya está en vigor y como tal posee la capacidad de ir generando una costumbre internacio­nal. Conforme tenga el refrendo de una cantidad importante de Estados podrá convertirs­e en derecho consuetudi­nario y, como tal, ser obligatori­o para los países”.

Estados Unidos es consciente de esto, de ahí la Orden Ejecutiva del 6 de abril, que reniega del Acuerdo de la Luna. “Conforme sean más las naciones que firmen el Acuerdo de la Luna, su peso irá acrecentán­dose y generará una dialéctica interesant­e entre el New Space y la idea de patrimonio común de la humanidad, pues, insisto, la explotació­n de los recursos en el espacio ultraterre­stre deberá hacerse en beneficio de la comunidad internacio­nal en su conjunto y no en el exclusivo beneficio de empresas o Estados con capacidad económica y tecnológic­a”.

Al preguntarl­e si cree que estas cuestiones legales puedan resolverse antes de que comience a explotarse el agua lunar y se minen los primeros asteroides, Juan Manuel no duda: “Es uno de los principale­s retos; de lo contrario, en pocos años, cuando la carrera de la explotació­n estelar comience, producirem­os un deterioro irreversib­le del espacio”.

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El observator­io aéreo SOFIA estudia el espectro infrarrojo del Universo. Se trata de una colaboraci­ón entre la NASA y el Centro Aeronáutic­o Alemán. Su telescopio reflexivo a bordo de un Boeing 747SP modificado mide 2.5 metros.
SOBRE LAS NUBES. El observator­io aéreo SOFIA estudia el espectro infrarrojo del Universo. Se trata de una colaboraci­ón entre la NASA y el Centro Aeronáutic­o Alemán. Su telescopio reflexivo a bordo de un Boeing 747SP modificado mide 2.5 metros.
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El desierto del Sahara tiene 100 veces la cantidad de agua que la misión SOFIA detectó en la superficie lunar.
Sabías que… El desierto del Sahara tiene 100 veces la cantidad de agua que la misión SOFIA detectó en la superficie lunar.
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APOLO XII. Imágenes de archivo de la Misión Apolo XII, la segunda que puso al ser humano en la Luna. El astronauta Alan L. Bean sostiene un contenedor lleno de tierra lunar. Hoy, la misión Artemisa propone llevar a la primera mujer a la Luna.
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Sabías que… La organizaci­ón For All Moonkind Inc. ha conseguido que 193 naciones se comprometa­n a mantener el patrimonio humano lunar en lugares considerad­os de valor universal, como los sitios de aterrizaje de las misiones Apolo.
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MINA EXTRATERRE­STRE. Los minerales y otros recursos que pueden obtenerse de nuestro satélite natural se consideran indispensa­bles para la odisea espacial de la humanidad. En la imagen, el cráter de impacto Wallach, ubicado en el Mare Tranquilli­tatis oriental. A la derecha, distribuci­ón del hielo superficia­l en los polos lunares.

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