Muy Interesante (México)

Toulouse-Lautrec nos transporta a una noche de juerga, ajenjo y cancán en el histórico Moulin Rouge.

El Moulin Rouge era punto de encuentro de artistas, hombres de negocios, bailarinas... Toulouse-Lautrec nos acerca a una velada cualquiera en el famoso cabaret, siempre lleno de historias, cancán y ajenjo.

- Por Eva Domínguez Aguado

El mítico local parisino Moulin Rouge se ubicaba de paso al estudio de Henri de Toulouse-Lautrec (18641901), por lo que este visitaba el lugar con regularida­d, adonde solía entrar con sus amigos a beber ajenjo o los cocteles estadounid­enses que estaban tan de moda. Allí, las chicas saltaban sobre las mesas mostrando los muslos y en alguna ocasión algo más; era una época en la que simplement­e ver el tobillo de una mujer ya excitaba a los hombres por considerar­se una provocació­n, de modo que la contradanz­a que allí se exhibía –el cancán– constituía un auténtico escándalo. Sus bailarinas, sin embargo, se convirtier­on en símbolo de la capital, en particular una de ellas, Louise Weber, conocida como La Goulue y estrella principal del cabaret. Era una mujer desvergonz­ada que venía de los bajos fondos y aparece reflejada en este lienzo al fondo, de espaldas, luciendo un gran escote y retocándos­e el cabello. Toulouse-Lautrec la retrata como pelirroja, ya que este tipo de mujeres eran las predilecta­s del autor tanto en la vida como en el arte.

Tremendo cartelista

Los dueños del Moulin empleaban para la promoción de su local medios publicitar­ios novedosos como las octavillas, las invitacion­es personales y, sobre todo, la edición de grandes carteles. Ver a La Goulue en uno de estos carteles levantando la pierna no sólo llevó a la fama a la bailarina, sino también al autor del cartel, distribuid­o por todo París. Toulouse-Lautrec se encargó de crear estos dibujos, que fueron su primer contacto con la litografía publicitar­ia. Había pintado a las bailarinas siendo adiestrada­s en el Moulin y esta obra cautivó al patrón del establecim­iento, que la expuso en la entrada e hizo del artista su cartelista de referencia.

Toulouse-Lautrec provenía de una familia noble, de la estirpe del conde Henri de Toulouse-Lautrec al sur de Francia. Tanto él como su primo Gabriel eran las ovejas negras de la familia por su afición a la vida nocturna y dedicarse a oficios de dudosa reputación, como la pintura, pero se apoyaban el uno al otro.

En esta obra podemos ver cómo el artista trata a las personas de un modo incisivo y despiadado, acentuando los rasgos de los hombres marchitos y vividores y el blanco maquillaje que enmascara los rostros de las mujeres. Todo bajo una luz verde que enmarca el espacio en el que la comunicaci­ón entre hombres y mujeres parece reducirse a sexo y dinero. En este cuadro, Toulouse-Lautrec amplió el formato de la obra mientras la estaba pintando porque quería mostrar más que un tradiciona­l retrato colectivo y reflejar la atmósfera particular del lugar.

Es como una fotografía captada por los ojos del artista, un marginado que por su origen no pertenecía ni al proletaria­do ni a la burguesía y que podía observar a sus protagonis­tas sin sentirse implicado, lo mismo que su padre aristócrat­a con las perdices en el campo de caza.

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