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El Imperio napoleónic­o

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Durante sus años al frente de Francia, entre 1802 y 1815, Bonaparte libró constantes guerras de expansión de su imperio, que alcanzó su apogeo entre 1810 y 1812. Finalmente, una gran coalición formada por Reino Unido, Rusia, España, Prusia, Suecia, Austria y algunos estados alemanes logró acabar con él. La derrota en Waterloo (1815) mandó a Napoleón a su exilio definitivo.

Al regreso a Francia tras la campaña de Egipto se topó con un gobierno débil e inmerso en otra guerra contra la Segunda Coalición –Rusia, Inglaterra, Austria, el Imperio otomano, Nápoles y Portugal–, y con un pueblo que lo veía cada vez más como el salvador de la República. Un mes después, el 9 de noviembre de 1799, encabezó el golpe de Brumario y sustituyó el Directorio por el Consulado, formado por Emmanuel-Joseph Sieyès, Roger Ducos y Napoleón como primer cónsul.

Un nuevo Imperio

Era sin duda el hombre más poderoso de Francia, pero ¿cómo pasó de ahí a instituir un Imperio? Cuesta creerlo, pero no fue enterament­e idea suya. Había cada vez más dirigentes partidario­s de restituir la monarquía, pero sin los Borbones. El creciente poder de Bonaparte como primer cónsul y sus nuevas victorias ya le asemejaban a un rey sin corona. La cuestión se planteó por primera vez en una reunión del Consejo de Estado en 1804, pero Napoleón pidió estar ausente de las deliberaci­ones. La figura del emperador salió de allí, pues a diferencia de la corona, como dijo su biógrafo Philip Dwyer, “un imperio no es algo que se hereda, sino que se gana”.

Militar por encima de todo, Napoleón asoció su permanenci­a en el poder con el logro de nuevos éxitos bélicos.

Los años del Consulado habían traído al país lo más cercano a la tranquilid­ad que había vivido en tiempos y el Imperio fue refrendado por un plebiscito en el cual el ministro del Interior, Lucien, hermano de Napoleón, manipuló los votos. Apenas se tomaron represalia­s –si bien se reprimió con dureza a los rebeldes realistas que quedaban y ejecutaron a más de 2,000– y una nueva guerra contra la coalición Inglaterra-Austria se saldó con la victoria francesa.

Alianzas de poder

París se convirtió en la capital de moda y recibía viajeros de toda Europa que querían conocer las últimas tendencias y visitar el Museo del Louvre, alimentado con las obras de arte que las tropas napoleónic­as habían ido rapiñando durante años. “Bonaparte se convirtió al mismo tiempo en el general victorioso, el líder providenci­al, el salvador de la Revolución y el hombre de paz”, cuenta Dwyer. Casó a todos sus hermanos con las casas reinantes de Europa en busca de alianzas que fortalecie­ran su dinastía. Sólo una mancha ensuciaba este esplendor: militar antes que ninguna otra cosa, asoció su permanenci­a en el poder con la obtención de nuevos éxitos bélicos. Napoleón fue proclamado emperador en una ceremonia fastuosa celebrada en Notre Dame el 28 de mayo de 1804 y su Corte se convirtió en la mayor de Europa: ocupaba 39 palacios, con 2,700 oficiales y más de 100 chambelane­s. Las guerras volvieron. Obtuvo uno de sus mayores triunfos en Austerlitz (Austria), pese a que poco antes la marina francesa, junto con la española, había sufrido una derrota aplastante ante los ingleses en Trafalgar. España, país que conquistó sin violencia gracias a un pacto con Godoy mientras en teoría iba camino de Lisboa, se convertirí­a según confesión propia en una úlcera en los años siguientes, con la resistenci­a despiadada de las guerrillas. También comenzaron los enfrentami­entos abiertos con Rusia. En 1806 sufrió su primera gran derrota en la batalla de Eylau, y su gobierno, exhausto, le instó a firmar la paz.

Panorama gris

Europa quedó dividida entre Francia y Rusia, entre Napoleón y el zar Alejandro. Por otra parte, sus relaciones con los Estados Pontificio­s empeoraban hasta el punto de que Pío VII, el mismo papa que había estado presente en su coronación como emperador, lo excomulgó en 1808. La respuesta de Napoleón fue arrestarlo y confinarlo en Savona. Nunca había sido religioso y no se dio cuenta de que la excomunión lo convirtió en enemigo mortal de los países católicos.

Poco a poco perdía los apoyos que hubieran podido sostenerle ante un eventual revés, y este llegó con la monumental segunda campaña contra Rusia. Las cosas habían cambiado mucho en los últimos años. La buena relación con el zar Alejandro se había esfumado hasta el punto de que este, en una carta a su hermana Catalina, llamaba a Napoleón “criatura infernal, maldición de la raza humana”. También cambió el tamaño de los ejércitos: Napoleón reunió a 600,000 hombres, “la fuerza invasora más extensa en la historia de la humanidad hasta ese momento”, pero eso mermaba su velocidad de desplazami­ento. Con todo, su máximo error fue proseguir hasta Moscú espoleado por las victorias iniciales, en lugar de atrinchera­rse en Smolensk hasta la primavera. Cuando entró en la ciudad el 15 de septiembre de 1812, descubrió que los rusos la habían abandonado y se habían llevado o destruido

todo lo que podía ser aprovechad­o. Prendieron fuego a su propia ciudad, con graves daños. Los franceses tuvieron que irse a los pocos días y en la retirada hasta Smolensk, la Grande Armée fue diezmada por el hambre y temperatur­as de -30 ºC. La campaña de Rusia costó a Napoleón 524,000 hombres y lo dejó más vulnerable que nunca. Pronto se formó la Sexta Coalición contra él, integrada por Rusia, Prusia y Austria. Sus esfuerzos por reconstrui­r su ejército gravaron más la ya maltrecha economía de Francia. El 19 de octubre de 1813 fue derrotado en Leipzig, donde lucharon medio millón de soldados. El 31 de marzo de 1814, París era invadida.

Huele a traición

Era el final, o lo parecía. El 5 de abril Napoleón firmó su abdicación a cambio de la soberanía vitalicia sobre la isla de Elba, situada en el Mediterrán­eo, entre Córcega y las costas de Toscana. Muchos de sus afiliados lo habían traicionad­o, María Luisa, su segunda mujer lo abandonó y no volvería a verla ni a ella ni a su hijo. La paz llegaría definitiva­mente con la firma del Tratado de Fontainebl­eau el 11 de abril de 1814. Mientras los Borbones regresaban al trono en la figura de Luis XVIII, Napoleón se dedicó a gobernar Elba y a recibir a dignatario­s de varios países, incluida Inglaterra. Se le veía contento y relajado. Algunos pensaron que se había resignado a su retiro, pero otros no se confiaban... e hicieron bien.

Regreso triunfal y efímero

A los 11 meses regresó a Francia con facilidad pasmosa, o quizá no tanto. La mayor parte del ejército todavía le era fiel y estaba furioso por la reducción de pagos impuesta por el nuevo rey, quien había firmado acuerdos de paz que le suponían perder los países conquistad­os en los últimos años, y la economía seguía cayendo. El 26 de febrero de 1815 Napoleón abandonó Elba con 1,142 hombres y dos cañones ligeros. Llegó a París tras haber difundido dos proclamas, una para el pueblo y otra para el ejército. En su camino, las tropas se unían a él y los pueblos le abrían las puertas. Como colofón a un reinado breve e inmerecido, Luis XVIII huyó a Bélgica. El 20 de marzo de 1815 Napoleón entraba en las Tullerías. Un día después reconstruy­ó su gobierno y se dedicó a reforzar el ejército a toda prisa, ya que sabía que las demás potencias reunidas en el Congreso de Viena no consentirí­an su regreso. Y en efecto, el 25 de marzo se constituyó la Séptima Coalición.

Y el 18 de junio llegó Waterloo, batalla que supuso la derrota definitiva. Fue el último intento de un Napoleón gordo y cansado que cometió errores. Los historiado­res han señalado la división y la falta de coordinaci­ón de sus tropas, que ignoró los informes de los servicios de inteligenc­ia y que libró la lucha en el terreno elegido por el enemigo. Pero incluso una victoria sólo habría retrasado lo que ya era inevitable, porque no se enfrentaba tanto a una coalición de enemigos como a la concepción de la Europa moderna que se estaba gestando en Viena y en la que su figura no tenía cabida.

En 1814 abdicó y se retiró a la isla de Elba, pero a los 11 meses volvió a Francia, donde muchos le siguieron hasta su derrota final.

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DESDE 1861 , los restos de Napoleón se encuentran en este mausoleo dedicado a su memoria en la capilla de Los Inválidos, en París (arriba).

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