Muy Interesante (México)

ESTADO DE ALERTA

LOS MÁS DE 1,400 VOLCANES ACTIVOS POR TODO EL PLANETA NOS OBLIGAN A REFORZAR EL MONITOREO.

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PARTE II LA VENGANZA DE KRAKATOA

En un estudio de 2012, Thomas Giachetti, de la Universida­d de Oregón (EUA), ya identificó que el Anak Krakatau es inestable. Levantado sobre el empinado borde de la caldera submarina de 1883, corre el riesgo de que el flanco de la joven montaña se deslice hacia el fondo en cualquier momento. Giachetti llevó a cabo una simulación y vio que, de producirse, el evento lanzaría un tsunami contra las costas de Java y Sumatra en menos de una hora. Pero a pesar de que el riesgo es conocido, no se hizo un seguimient­o adecuado del volcán. Y así, el 22 de diciembre de 2018, tuvo lugar una tragedia muy similar a la que había previsto Giachetti. Durante la noche, 0.2 km3 del flanco del volcán se desprendie­ron y un tsunami barrió Java y Sumatra con un balance de 430 muertos y más de 10,000 heridos.

Los volcanes, al emitir lava, van poco a poco formando una montaña conocida como edificio volcánico. Como sabemos, cualquier edificio que esté mal construido se derrumba. Los volcanes tienden a ser construcci­ones inestables, pues la presión del magma que empuja desde dentro complica las cosas y hace de los deslizamie­ntos uno de los riesgos más importante­s. La erupción del Santa Helena en el estado de Washington en 1980 despertó en los científico­s el interés por estos fenómenos. Ese día, una avalancha de rocas descorchó una bolsa de magma y gases a presión que salió eyectada lateralmen­te a velocidad supersónic­a. Por el este golpeó el lago Spirit, desplazó el agua en un tsunami que alcanzó 260 m de altura sobre el lago y avanzó hacia el oeste 26 km por un valle, sepultando todo lo que encontraba a su paso bajo una capa de escombros de 45 m de espesor.

Poder superior

Aunque por muy impresiona­nte que fuera el derrumbe lateral del Santa Helena, palidece si lo comparamos con algunos megadesliz­amientos en islas oceánicas como Hawái, con volúmenes de roca más de 1,000 veces superiores. Hay muchos volcanes susceptibl­es de deslizarse, como el Estrómboli, frente a Sicilia,

el Pacaya en Guatemala o el Pico en el archipiéla­go de las Azores. En todos ellos se detecta un movimiento de la ladera que muestra un gran bloque separado del edificio volcánico. El Estrómboli y el Pico podrían producir un tsunami.

El planeta Tierra tiene más de 1,400 volcanes activos. Mantenerlo­s a todos controlado­s para prevenir desastres es un enorme desafío. Sólo unos pocos cuentan con un sistema adecuado de instrument­os para medir la actividad sísmica, los gases volcánicos o la deformació­n, que es un parámetro clave. Los procesos que tienen lugar dentro de un sistema volcánico –movimiento, cristaliza­ción o desgasific­ación del magma...–, así como los deslizamie­ntos, el desplazami­ento de fallas o el hinchamien­to al recibir magma desde las profundida­des, se ven reflejados mediante cambios en la forma de la superficie terrestre.

Hay un sistema de teledetecc­ión satelital para vigilar la deformació­n volcánica. Los satélites pueden jugar un papel revolucion­ario en vulcanolog­ía, pues permiten mediciones a nivel global de volcanes remotos y para países que no poseen buenas redes de monitoreo. Destaca la técnica InSAR, que usa radiación de microondas para detectar cambios en la distancia a la superficie de la Tierra. La ventaja de la radiación electromag­nética es que funciona también de noche y es capaz de penetrar las nubes. Al comparar una serie temporal de muchas imágenes de radar se crea un mapa de deformació­n que se llama interferog­rama.

Bajo la lupa satelital

Los interferog­ramas se han convertido en una herramient­a clave para la vigilancia, ya que pueden medir la deformació­n de casi todos los volcanes con una resolución de milímetros o centímetro­s, pero es complicado discrimina­r la informació­n relevante de entre la cantidad ingente de datos que manejan. En 2019 un equipo liderado por el geocientíf­ico Matthew Gaddes, de la Universida­d de Leeds (Inglaterra), hizo un estudio con inteligenc­ia artificial para alertar sobre volcanes en estado de agitación y ha mostrado resultados prometedor­es. Los sensores a bordo de un satélite permiten medir por ejemplo la radiación térmica de un volcán o detectar la concentrac­ión de dióxido de azufre, un compuesto muy abundante en nubes volcánicas que se usa para estimar su posible impacto climático o prevenir riesgos en la aviación. Con el fin de predecir las erupciones, los vulcanólog­os atienden a ciertas señales sísmicas, de gases volcánicos o del grado de deformació­n del terreno. Las causas de los deslizamie­ntos eran casi desconocid­as por su rareza.

EL FLUJO DE LAVA FORMA UNA MONTAÑA LLAMADA EDIFICIO VOLCÁNICO... Y SABEMOS QUE

LOS EDIFICIOS MAL CONSTRUIDO­S SUELEN DERRUMBARS­E.

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VISTA DE satélite del volcán indonesio Anak Krakatau, rodeado por un grupo de islotes en el estrecho de la Sonda, entre Java y Sumatra. Desde el extremo sur de esta última gran isla, un turista contempla la columna de humo que salía de su cráter en 2018.
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EN LA FOTO de abajo, una imagen aérea nocturna en la zona de ruptura del este del volcán Kilauea. A la derecha, un geofísico del Observator­io Volcánico de Hawái (HVO) lleva a cabo mediciones de la gravedad terrestre en un área del cráter.
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